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La tranquilidad de la ciudad del señor de la reverencia, adormilada por la costumbre de un fresco domingo matinal, se interrumpió gradualmente con el paso de las horas por dos eventos casi simultáneos que ofrecieron a los habitantes y visitantes una demostración del dinamismo del ser humano y sus cualidades; el primero fue el maratón y la vuelta ciclista organizados para la celebración del Día del Abogado; y el otro, un acontecimiento no muy común en las ciudades y que, sin embargo, es la viva expresión de la inquietud artística, del espíritu colectivo característico de los pueblos en movimiento y de la denuncia social necesaria, ante una realidad política y económica que asfixia en forma paulatina a las expresiones culturales que forman parte de las tradiciones de los pueblos originarios del Estado de México.
Desde los primeros destellos de la luz de ese día en la Alameda Central, quizá como se forma el rocío con el repliegue de la niebla hacia las alturas, sin sobresaltos, con la paciencia milenaria de quienes no tienen duda de que su causa es justa y su triunfo inevitable, el Movimiento Antorchista presentó el Tercer Concurso de Danzas Tradicionales. Así, sin romper abruptamente con las primeras tareas de los habitantes de esta urbe, el silencio fue cediendo paso al impactante colorido de las vestimentas indígenas y a la sonoridad de los instrumentos ancestrales que llenaron el espacio de esta Imbomáani matlazinca, Nzehñi otomí, Tsindijets tlahuica, Zúmi mazahua, o lugar del dueño de la nevada y la ventisca, entre los nahuas.
La serenidad de este parque, custodiado por titánicos pirules y jacarandas, se tornó en asombro y emoción con los recién llegados, convocados por integrantes de este movimiento, para compartir con todos el fruto custodiado y preservado a lo largo de los siglos: sus danzas de petición o de ofrenda a los venerados protectores de las comunidades, relegadas por la indiferencia gubernamental a los reducidos rincones de este territorio, en donde, gracias al empeño y resistencia cultural de seres con un amplio compromiso social con sus raíces y costumbres, se han mantenido vigentes hasta nuestros días.
Después del desayuno, fraterno y solidario, ofrecido por los integrantes del Movimiento en la región, anfitriones de este significativo esfuerzo social y cultural, que busca con toda sinceridad la concientización y organización de los miles de vilipendiados por el poder económico y político, que sojuzga también las conciencias, comenzó un genuino encuentro, despojado de todo mezquino protagonismo individualista, que ofreció la posibilidad a los cientos de asistentes, de comprender un poco la cosmovisión de los pueblos ancestrales reflejada en los movimientos y coreografías característicos de cada una de las danzas.
El ofrecimiento del evento al público en general comenzó con la magnífica interpretación de la Flor menudita, la Xochipitzahuatl que hace cimbrar todo nuestro interior y que nos recuerda, con la dulzura de los sonidos de la flauta india, de las voces y de los ecos del teponaztli, nuestras raíces culturales; ese momento representó la invitación general a la concentración y a partir de ahí, oleadas de espectadores, sorprendidos y emocionados, mantuvieron su presencia durante el desarrollo del programa que se prolongó, para deleite de todos, hasta la tarde.
La esencia del evento, la plena naturaleza de las actividades colectivas como la danza tradicional, quedó definida sin dejar lugar a duda, en las palabras del secretario general del Movimiento Antorchista, Aquiles Córdova Morán, cuando, en su participación señaló que: “la cultura es una herramienta importante para combatir el individualismo, para que los que no nos conocemos, entendamos que estamos hechos de lo mismo, que nuestro espíritu está nutrido de las mismas ideas, de los mismos goces y de los mismos sufrimientos; que los hombres que pertenecen a la misma clase social, son hermanos de clase, aunque no lo sepan, y están obligados por tanto, a unirse y a defenderse como un solo hombre, como una sola mujer. La cultura nos recuerda que somos lo mismo, que estamos identificados, que pertenecemos al mismo mundo político, económico y social, y que los males que compartimos son también comunes, que las carencias y dificultades son de todos nosotros; y todas estas cosas comunes, todo lo que es de todos, y en primer lugar la cultura, diluye al individualismo y lo va sustituyendo poco a poco por un sentimiento de unidad y de hermandad”. Eso es en realidad la danza tradicional, es el resultado del esfuerzo de todos, que se materializa en la unidad de quienes participan, donde el aporte de cada uno es valorado y respetado porque contribuye a la creación, desarrollo y fortalecimiento de la unidad.