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Históricamente, las mujeres han luchado contra esa discriminación profundamente arraigada. Desde el Siglo XVII en Europa, durante el periodo de la Ilustración, surgieron las primeras ideas que abogaban por la igualdad de género. Filósofas como Mary Wollstonecraft, autora de Vindicación de los derechos de la mujer, argumentaron que las mujeres deberían tener acceso a la educación y derechos civiles en igualdad de condiciones que los hombres.
Posteriormente, en el Siglo XIX, en países como Estados Unidos y el Reino Unido, se formaron movimientos de reforma que abogaban por los derechos de las mujeres. La Convención de Seneca Falls en 1848, liderada por activistas como Elizabeth Cady Stanton y Susan B. Anthony, marcó un hito importante al aprobar una “Declaración de Sentimientos” que pedía principalmente el sufragio femenino entre otros derechos.
Durante el Siglo XX, el feminismo experimentó dos olas importantes. La Primera Ola, que se extendió desde finales del Siglo XIX hasta la primera mitad del XX, se centró en cuestiones políticas y económicas, como el sufragio femenino y la igualdad ante la ley, así como mejores condiciones de trabajo. En ese contexto (en el que el capitalismo había llegado a su fase imperialista) Rosa Luxemburgo se alió a la lucha de las proletarias de Europa y escribió, en 1912, El voto femenino y la lucha de clases, en donde advirtió los límites del movimiento sufragista y apuntó las posibilidades del feminismo proletario.
Allí escribió: “La actual lucha de masas en favor de los derechos políticos de la mujer es sólo una expresión y una parte de la lucha general del proletariado por su liberación. En esto radica su fuerza y su futuro. Porque gracias al proletariado femenino, el sufragio universal, igual y directo para las mujeres supondría un inmenso avance e intensificación de la lucha de clases proletaria. Por esta razón, la sociedad burguesa teme el voto femenino, y por esto también nosotros lo queremos conseguir y lo conseguiremos”.
La Segunda Ola del movimiento feminista internacional surgió en la década de 1960 y se enfocó en exigir la igualdad en el lugar de trabajo, la autonomía reproductiva y la eliminación de la discriminación de género en la sociedad. A partir de los años ochenta surgieron diversos movimientos y corrientes dentro del feminismo, como el feminismo radical, el feminismo negro, el feminismo queer y otros, que enfatizaban diferentes aspectos de la lucha por la igualdad de género y la justicia social.
Llegados a este punto resulta obvio y decepcionante concluir que el movimiento feminista ha logrado ciertos avances como el derecho al voto y paulatinamente la autonomía reproductiva, tal es el caso del derecho al aborto. Sin embargo, la mayoría de las demandas de las mujeres siguen siendo necesarias de resolver: la brecha salarial entre hombres y mujeres, la violencia de género y la falta de representación femenina en cargos directivos y políticos son los principales problemas que las mujeres tenemos que enfrentar cotidianamente y por lo que se hace necesaria la organización femenina. Negar la existencia de estas desigualdades no hace más que perpetuarlas. El feminismo es entonces una herramienta que proporciona una voz poderosa para combatir estas injusticias arraigadas en la sociedad mexicana e internacional.
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Escrito por Victoria Herrera
Maestra en Historia por la UNAM y la Universidad Autónoma de Barcelona, en España.