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¿El renacer del movimiento obrero en EE. UU.?
una breve indagación sobre la coyuntura actual y la historia del movimiento obrero en EE. UU. nos enseña que el sindicato UAW se creó bajo el auspicio de la Federación Americana del Trabajo, es decir...
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Los obreros de las tres principales corporaciones automotrices de Estados Unidos, General Motors, Ford y Stellantis, están en huelga. Sus demandas parecen elementales: aumento del salario, ajustarlo cada año de acuerdo con los cambios en el costo de vida, eliminar el sistema de niveles en los puestos de trabajo que deja desprovista de beneficios a una parte importante de la planta laboral, pensiones justas, entre otras. Sin embargo, vistas las cosas con mayor detenimiento, la caracterización de “elemental” resulta inadecuada, puesto que se trata, en realidad, de un esfuerzo serio para comenzar a revertir cuatro décadas de deterioro generalizado de las condiciones laborales. El objetivo es frenar, así sea de una forma parcial y muy localizada, el avance que el capital ha tenido sobre el trabajo en el corazón del imperialismo mundial.

Ante esta descripción, muchos se han apresurado a decir lo que, considero, es obvio: que este movimiento no es revolucionario. En efecto, una breve indagación sobre la coyuntura actual y la historia del movimiento obrero en EE. UU. nos enseña que el sindicato Trabajadores Automotrices Unidos (UAW por sus siglas en inglés), que representa a los obreros de las tres plantas en huelga, se creó bajo el auspicio de la Federación Americana del Trabajo (AFL, hoy AFL-CIO) a la que hasta la fecha pertenece. Esta federación desempeñó un papel clave en la historia del movimiento obrero en EE. UU. y otras partes del mundo, al capturar una parte importante de luchas obreras bajo una bandera totalmente economicista, previniendo así que cayeran bajo la influencia y dirección del movimiento comunista. Y más allá de ese componente histórico, la visita de Joe Biden a la línea de piquete, en Michigan, el pasado 26 de septiembre, parece confirmar sospechas de que la huelga en su conjunto es totalmente inofensiva y que está controlada, al menos en sus aspectos fundamentales, por el Estado norteamericano.

Con estos elementos, ¿podríamos entonces decir que el escepticismo con respecto a la huelga está plenamente justificado y podemos ignorarla para seguir con nuestros asuntos? Yo creo que no es así, por dos motivos fundamentales. Primero: porque es precisamente en momentos de agudización en los conflictos laborales cuando los trabajadores de a pie pueden cobrar consciencia no sólo de su fuerza al actuar de forma organizada, sino de los elementos que obstaculizan el despliegue total de esa misma fuerza. Estos elementos pueden ser, precisamente, las burocracias sindicales más o menos dóciles a los patrones, la clase política sedicente amiga del movimiento obrero y, por supuesto, las fuerzas represivas del Estado.

El segundo motivo es coyuntural. La visita de Biden a la línea de piquete debe ser tomada seriamente. Es el primer presidente de la historia de EE. UU. en hacerlo. ¿Quiere esto decir que le compramos a Biden su declaración de ser el presidente más pro-trabajo de la historia? Para nada, y su decisión de impedir la huelga de los ferrocarrileros hace meses es prueba clara de ello. Su visita a la línea de piquete responde a una cuestión mucho más trivial: su reelección presidencial. Michigan es un estado pivote, es decir, uno que pueden ganar, con casi igual probabilidad, demócratas o republicanos. Por ese motivo, puede decidir la elección presidencial y los candidatos suelen asignar una cantidad desproporcionada de recursos y sus campañas a esos estados. Así se explica también la visita simultánea de Trump, apenas unos días después, a los trabajadores automotrices no sindicalizados.

La situación contrasta con las elecciones presidenciales de 2016, en las que la dirigencia del UAW arrojó a la militancia de base a los brazos de Hillary Clinton, sin demandar prácticamente nada a cambio. Hoy, en contraste, exigieron que Biden se guardara las palabras de apoyo y se parara en la huelga si quería aspirar a recibir apoyo electoral. Y lo lograron. Es decir, en los últimos años, primero, ha crecido la importancia electoral de los trabajadores sindicalizados y, segundo, han ganado en claridad para, al menos, demandar medidas reales a cambio de su voto. ¿Se materializarán esas promesas electorales en medidas reales?

Es difícil saberlo y quizás no importe mucho, porque, mientras tanto, algo más grande se mueve en la sociedad norteamericana: la actual huelga representa a 150 mil trabajadores de tres de las corporaciones más importantes del país. La magnitud del evento obliga a toda la población a tomar partido y la respuesta es clara: más de tres cuartas partes de los estadounidenses apoya a los trabajadores y se posiciona contra las empresas. Al mismo tiempo, estallan o se preparan huelgas en sectores tan diversos como el de los trabajadores del sistema de salud y de casinos. El secretario general de UAW sale informar, vistiendo una playera con la leyenda “Eat the rich” (“Cómete a los ricos”) que General Motors ha cedido a la demanda de que las plantas productoras de automóviles eléctricos también se rijan por el contrato colectivo de trabajo que aplica para otras plantas. El rumor sobre el poder de la huelga se difunde de centro en centro de trabajo.

¿Resultará todo esto en un cambio revolucionario en el corazón del imperialismo mundial? Como ya lo dijimos antes, no automáticamente. Pero, de lo que no hay duda es que la creciente agitación obrera creará muchas mejores condiciones para ello.


Escrito por Jesús Lara

Licenciado en Economía por El Colegio de México. Doctorante en Economía en la Universidad de Massachusetts Amherst de EE.UU.


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