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Dime a quién admiras…
Espartaco encabezó una rebelión de esclavos de tal magnitud, que puso a temblar a Roma; sí, a la gran república romana le costó dos años y miles de soldados sofocar las ansias de libertad.
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Dime a quién admiras y te diré cuán honrado eres. De esta forma podremos parafrasear uno de los tantos refranes que Miguel de Cervantes escribió en su obra El Quijote de la Mancha: “Dime a quién sirves y te diré cuán honrado eres”.

Para el sistema capitalista, lo más importante es la riqueza económica: el dinero y las propiedades. De esta manera, las redes sociales, la radio y la televisión nos enseñan que debemos admirar a hombres como Bill Gates, Steve Jobs, Carlos Slim o Amancio Ortega, hombres cuyos millones son envidiados por millones de seres humanos. Pero si estos señores son los prototipos de mucha gente, ¿qué nos espera como sociedad?

Contraponiéndonos al común de los “héroes” modernos, hablemos hoy de uno que fue histórico: Espartaco, hombre de la antigüedad que aún inspira corazones y conciencias al pasar de los años. El gran filósofo alemán Carlos Marx lo consideraba el “mejor compañero que la antigüedad podía ofrecer”. En una carta a Federico Engels, su gran amigo y colaborador, le escribió el 27 de febrero de 1861: “Espartaco... gran general... carácter noble, verdadero representante del antiguo proletariado. Pompeyom, verdadera escoria (...)”.

Es imposible contradecir o negar lo que el Prometeo de Tréveris afirma de Espartaco, aun por quienes hoy bailan al son que toca el capital y creen que una lucha individual para alcanzar la riqueza material, se sobrepone a la lucha colectiva por lograr el bien común. Espartaco encabezó una rebelión de esclavos de tal magnitud, que puso a temblar a Roma; sí, a la gran república romana le costó dos años y miles de soldados sofocar las ansias de libertad de miles de hombres. Maltratados, golpeados y humillados día tras día, separados de sus familias, obligados a servir para los peores trabajos, abusados, asesinados.

Espartaco vivió todo esto; y su valentía, sensibilidad y nobleza lo impulsaron a luchar por un cambio; pero no por una alternativa para él, sino para los suyos, para los de su clase: los explotados. Y fue tan grande su éxito, tan libertadora su idea, que no hubo día en que no creciera su ejército. Se cuenta que antes de la batalla decisiva, solo quedaban dos opciones: rendirse o luchar hasta la muerte. Escogieron esta última y pelearon tan valientemente, tan convencidos de que estaban en lo justo, que solo dos hombres murieron con heridas en la espalda; fuera de ellos, nadie más intentó huir.

Distintas razas, lenguas, costumbres, necesidades, ambiciones, gustos… un solo ideal, el de la libertad que les mostró Espartaco. Todos murieron sobre el campo de batalla, en los lugares donde intentaron esconderse y seis mil crucificados a lo largo de la Vía Apia; pero ni el tiempo ni la historia han podido borrarlos, pues las ideas no mueren.

Es verdad que hablamos de condiciones totalmente distintas, pero existe una similitud innegable y fundamental: la explotación de miles de hombres (hoy millones) para la riqueza de unos cuantos.

Desde hace muchos años, el mundo está en crisis y ésta se ha agudizado con la llegada del Covid-19; miles mueren de enfermedad o pobreza. Ante este panorama desolador, ¿qué necesita el mundo? ¿Qué necesita México? ¿Millonarios que solo piensan en su bien individual o familiar? ¿O gladiadores dispuestos a entregar la vida por el bien común?

No hay duda, la respuesta es clara: dispongamos nuestra mente y nuestra fuerza en aras de un nuevo mundo; sintámonos capaces de derrocar al gran imperio, y si la vida se nos va en ello, no hay duda de que será una vida mejor. Dime a quien admiras… 


Escrito por Vania Mejía

COLUMNISTA


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