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Emily Dickinson
Su inagotable sed de conocimiento la acercó por su cuenta a otros estudios como la astrología. Este conocimiento lo plasmó en su producción poética.
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Nació el 10 de diciembre de 1830 en Amherst, Massachusetts (Estados Unidos), en el seno de una familia acomodada y culta. Durante siete años estudió literatura, historia, religión, geografía, matemáticas, biología, griego y latín. Además, daba clases de piano con su tía, tenía canto los domingos y aprendió floricultura, horticultura y jardinería. Tras atender a una clase de botánica, quedó tan fascinada que empezó a elaborar su propio herbario, en el que acumuló cientos de plantas y flores prensadas, con sus respectivos nombres en latín. Su inagotable sed de conocimiento la acercó por su cuenta a otros estudios como la astrología. Este conocimiento lo plasmó en su producción poética. 

Fue una poetisa reacia a ver su obra publicada pues consideraba “la pubicación como una subasta de la mente”. Durante su desarrollo se rodeó de otros poetas que le aconsejaron sobre la creación artística; uno de ellos fue Thomas Higginson, que le sugirió una serie de cambios para que su poesía fuera más “publicable”, pero ella se negó a incorporarlos, afirmando que éstos eliminaban su identidad como poetisa y su voz original y única como artista. Tras la muerte de Emily, Higginson dijo de los poemas: “después de cincuenta años de conocerlos, se me plantea ahora como entonces el problema de qué lugar debe asignárseles dentro de la literatura. Emily se me escapa, y hasta hoy me encuentro aturdido ante semejantes poemas”. En vida sólo publicó seis poemas. Los cuatro primeros aparecieron en el diario local de Amherst; el quinto, titulado The Snake, se publicó en The Springfield Republican, en contra de su voluntad; y el último formó parte de la antología Una mascarada de poetas, que Hellen Hunt Jackson editó en 1878, con la condición de que su firma no apareciera. 

A partir de los cincuenta años se volvió más estricta ante la negativa de publicar. Se encerró en casa, obsesionada con su creación poética, y dedicó todos sus esfuerzos a desarrollar la extraordinaria obra que ahora se conoce. Falleció el 15 de mayo de 1886. Tras su muerte, su hermana Lavinia encontró sus 40 volúmenes encuadernados con casi dos mil poemas sueltos en trozos de periódicos, sobres vacíos y papeles.  

Traducción: Alberto Blanco, María Isabel Calo 

 

85 (288) 

¡Yo no soy Nadie! ¿Quién eres tú? 

¿Tampoco eres Nadie tú? 

Ya somos dos. ¡Pero no lo digas! 

Ya sabes, luego se percatarían. 

 

¡Qué terrible ser Alguien! 

¡Qué público decir tu nombre 

cual rana –todo el santo día– 

para que un tronco se asombre! 

 

100 (308) 

Envié Dos Puestas de Sol, 

el Día y Yo, a competir. 

Mientras Yo terminé Dos, 

Él sólo hizo Una, vivir. 

 

Sí, la Suya era más grande. 

Mas como dije a mi hermano, 

la mía es la más conveniente 

para llevarla en la Mano. 

 

137 (370) 

El Cielo está tan lejos de la Mente 

que si la Mente al fin se disolviera 

según el Arquitecto su Morada 

jamás se volvería a comprobar. 

 

Como nuestra Capacidad es vasta 

como nuestras ideas, es hermosa. 

Y para Él es el íntimo deseo. 

Mas no del más allá, sino de Aquí. 

 

191 (478) 

No tuve tiempo para Odiar 

porque la Tumba 

me iba a ocultar 

y la Vida no era 

tan grande que no pudiera 

terminar la Enemistad. 

 

Tampoco tuve tiempo para Amar 

pero dado que 

algo tenemos que hacer, 

el Trabajito del Amor, 

pensé, tal vez 

sea suficiente para Mí. 

233 (566) 

Un Tigre Moribundo tenía Sed 

y Yo busqué en el Desierto 

hasta hallar unas Gotas en la Roca 

que en mis Manos le llevé. 

 

Sus Ojos Majestuosos eran densos. 

Mas al fondo pude ver 

una mortal Visión en la Retina. 

El agua y una mujer. 

 

No fue mi culpa ser un poco lenta. 

No fue su culpa morir. 

Mientras que Yo lo buscaba 

el hecho es que estaba Muerto allí. 

 

269 (650) 

El Dolor es como el Vacío. 

No se puede saber 

cuándo empezó ni si hubo un día 

en que éste no existiera. 

 

Su Futuro es él mismo. 

Contiene su vasto Reino. 

El Ayer, prendido para ver 

nuevas Eras de Sufrimiento. 

 

519 (1510) 

Qué feliz es la Piedrita 

que rueda en la Carretera 

sin ocuparse de Cuitas, 

sin temer las Exigencias, 

cuya Capa elemental 

le diera el Mundo fugaz, 

como el Sol, independiente, 

resplandece en soledad, 

cumpliendo absolutamente 

con casual simplicidad. 

 

657 

Yo habito en la Posibilidad, 

una Casa más hermosa que la Prosa, 

más numerosa en Ventanas, 

Superior en Puertas 

de Aposentos como Cedros 

inimpregnables al Ojo, 

y por Perenne Techo 

las Cumbreras del Cielo. 

Por Visitantes, los más bellos, 

por Ocupación, esto: 

extender abiertas mis angostas manos 

para recoger el Paraíso. 

 

26 

Es todo lo que hoy tengo 

para traer. Esto y mi corazón. 

Esto y mi corazón, todos los campos 

y las vastas praderas. 

Lleva la cuenta: si se me olvidara, 

alguien podría hacer la suma. 

Esto y mi corazón y las abejas 

que habitan en el trébol. 

 

77 

Nunca oí la palabra “fuga” 

sin un azogue de la sangre, 

una súbita expectación, 

una actitud de vuelo. 

 

Jamás oí contar que fueran 

derribadas prisiones, 

sin que a mis barrotes me aferrara... 

sólo para caer de nuevo. 

 

80 

Nuestras vidas son Suizas. 

¡Tan serenas, tan frías! 

Hasta que –alguna tarde– 

los Alpes descuidan sus cortinas 

y podemos mirar más lejos. 

 

¡Italia está del otro lado! 

Mientras que –como guardias– 

los Alpes solemnes, 

los sirénicos Alpes 

¡se interponen siempre! 

 

89 

Hay cosas que vuelan: 

los pájaros, las horas, 

los abejorros. 

No quiero para ellas elegía. 

Algunas cosas permanecen: 

la pena, las colinas, 

la eternidad. 

Tampoco éstas me tocan. 

 

Las hay que –yéndose– se quedan. 

¿Puedo decir el cielo? ¡Qué callado 

se halla el acertijo! 

 

98 

Una dignidad nos espera 

a todos una mitrada tarde. 

Nadie puede evadir esta corona 

ni evitar esta púrpura 

 

que concede lacayos y carroza, 

cámara, multitud y fasto 

y campanas cuando imponentes 

recorramos el pueblo. 

 

Qué dignos asistentes, qué servicios 

cuando el cortejo haga una pausa, 

que lealmente para despedirnos 

se alzarán cientos de sombreros. 

 

La pompa excederá a la del armiño 

cuando tú y yo –sencillos como somos– 

presentemos nuestro sumiso escudo 

para solicitar el rango de la muerte. 

 

119 

Háblale con prudencia a un mendigo 

del Potosí y sus minas 

y reverentemente al que está hambriento 

de tus viandas y vinos. 

 

Da a entender al cautivo con cautela 

que llegaste a ser libre: 

anécdotas de aire en las mazmorras 

¡han resultado de mortal dulzura! 

 


Escrito por Redacción


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