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El G-20 avanza y México se aísla
En el Grupo de los 20 (G-20) están los “pesos pesados” de la influencia política global y el mayor poderío económico-industrial-tecnológico del planeta.
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En el muy estratégico juego internacional hay citas que se marcan en rojo, como infaltables, en las agendas de los estadistas. Una es la Cumbre del G-20 (espacio clave de deliberación político-económico global entre Estados). Del 29 al 30 de junio, en ese cónclave se exploró el futuro del choque geopolítico Estados Unidos y China, se atestiguó un festivo encuentro entre Donald John Trump y Vladimir Putin y se hizo un llamado enfático a frenar la tensión imperialista contra Irán y Venezuela. Con su desdeño hacia esa vis a vis entre jefes de Estado, el presidente mexicano perdió la ocasión dorada de tejer vínculos directos y útiles para el interés vital de nuestro país, así como de captar gran visibilidad global.

En el Grupo de los 20 (G-20) están los “pesos pesados” de la influencia política global y el mayor poderío económico-industrial-tecnológico del planeta. Son 19 Estados, más la Unión Europea (UE), que suman dos tercios de la población mundial, el 90 por ciento del producto interno bruto (PIB) mundial –unos 80.6 billones de dólares– el 80 por ciento del comercio internacional y representan los cuatro puntos cardinales.

Hasta antes de 2009, al G-20 asistían, fundamentalmente, ministros de economía, finanzas y directivos de los bancos centrales. Ése era el rol de un foro dirigido a analizar problemas y proponer soluciones económico-financieras. Todo cambió después de la crisis internacional, que amplió la agenda temática de las cumbres y determinó que, en estas reuniones, donde se generan decisiones del más alto nivel, la presencia de jefes de Estado era necesaria.

La asistencia a este foro es hoy un ritual en la estrategia diplomática de los jefes de Estado y de gobierno. La interlocución directa favorece el cultivo de lazos personales con homólogos y sus equipos de trabajo y, a la vez, proyecta la esencia de la política exterior.

A esta vis a vis (cara a cara) se atribuye el mérito de propiciar un clima de posiciones coincidentes e incluso de dirimir conflictos bilaterales y regionales, como en la Cumbre de Yalta de 1945 entre José Stalin, Winston Churchill y Franklin D. Roosevelt.

Comunicado final

Fragmentado entre temas candentes como el freno al cambio climático y el combate al proteccionismo, el G-20 concluyó su cumbre en Japón con una sola coincidencia: el reconocimiento de los riesgos que afronta la economía global.

El avance más significativo en el actual contexto de crispación global sobre comercio fue el acuerdo entre los presidentes de China y EE. UU. de seguir con las negociaciones y suspender parte de las medidas restrictivas que respectivamente han aplicado.

El G-20 cree que el crecimiento global se recuperará moderadamente este año y en 2020, aunque vigila las tensiones comerciales y políticas que ralentizan la economía mundial.

19 países, sin EE. UU., reafirmaron su apoyo al Acuerdo del Cambio Climático de París. “El comercio internacional y las inversiones son importantes máquinas de crecimiento, productividad, innovación, creación de empleo y desarrollo”.A las reuniones a puerta cerrada entre mandatarios y funcionarios de organismos financieros no se llega a debatir. Meses atrás, un experimentado ejército de asesores y expertos (llamados sherpas –guías de montaña– por su meticuloso cuidado en la organización) afina los detalles de asuntos esenciales.

 

Se ha criticado el carácter excluyente del G-20, pues quedan fuera 170 de los 192 países reconocidos por la Organización de las Naciones Unidas (ONU). El analista Diego Herranz critica el hecho de que en este grupo “gobiernos autoritarios y regímenes no democráticos se hayan hecho con el control de la economía”.

Es inconcebible que haya miembros, como Italia, regidos por una compleja coalición entre neofascistas y extremistas de izquierda. Para Herranz, sucede igual en Brasil, donde ha llegado al poder el nacional-catolicismo-militarista de Jair Bolsonaro, mientras que en el extremo político está “el fulgurante dinamismo de China”.

Un análisis revela que los conservadores radicales gobiernan sobre un número de personas cada vez mayor. En Estados Unidos (EE. UU.), Trump gobierna sobre 330 millones de personas; en Brasil, Bolsonaro somete a su yugo a 210 millones; en Europa, son casi 170 millones de pobladores regidos por gabinetes con alguna representación nacional-populista. Lo mismo sucede con los 100 millones de habitantes en Filipinas o los 80 millones de Turquía.

Es por ello que el think tank conservador Freedom House advierte: “Brasil, India, Italia, Turquía y Estados Unidos están entre las naciones del G-20 que han girado hacia el autoritarismo”. Este centro también excluye a China, Rusia y Arabia Saudita del conjunto de países democráticos.

Entretanto, las economías emergentes proponen un nuevo orden global para enfrentar el desempleo y la rampante desigualdad. La crisis económico-financiera, más las hambrunas en Somalia, Yemen, Sudán del Sur y Nigeria, debe ser resuelta por gobiernos. De ahí que los expertos subrayen que los miembros del G-20, que poseen los recursos para salvar millones de vidas, incluido México, son los que deben asumir esa responsabilidad por su pertenencia a tan exclusivo club de ricos.

Logros inéditos

La Cumbre del G-20 en Osaka, Japón, combinó altísimas expectativas y preocupaciones. Hubo visos de solución al futuro de la crisis tecnológica-comercial entre Washington y Pekín, además de que frenó los vientos de guerra en el Golfo Pérsico. La mayoría de los países europeos reclamó a Trump su desdén a las políticas de previsión contra el cambio climático, quien se blindó contra una solución antiinmigrante que despojara a EE. UU. de sus privilegios neocoloniales. A su vez, latinoamericanos y asiáticos pusieron énfasis en temas como seguridad y desarrollo.

Pero en Osaka también hubo gestos inéditos. Uno fue la actitud casi respetuosa con que el presidente estadounidense sostuvo su encuentro privado con su colega chino Xi Jinping. Con exquisito tacto, el asiático ponderó las ventajas del multilateralismo ¡y obtuvo una insólita tregua a la guerra de aranceles!

Detrás de la anuencia de Trump estuvo la oferta china de adquirir una amplia gama de productos agropecuarios estadounidenses. Y aunque horas antes Jinping había advertido que el proteccionismo constituye una amenaza para el orden mundial, seducido por el atractivo negocio, el magnate estadounidense levantó el veto a la firma china Huawei para adquirir software estadounidense y pospuso la imposición de nuevos aranceles.

La reunión Trump-Putin en Osaka fue la primera entre ambos desde que el fiscal especial Robert Mueller cerró su investigación sobre la presunta injerencia rusa en las elecciones de 2016 y concluyó que no hubo conspiración entre el equipo de campaña del magnate y Moscú. De ahí que el estadounidense anunciara que confiaba en que “van a salir cosas muy positivas de la relación”.

Diplomacia en la zona desmilitarizada

El colofón inesperado en esta reunión fue el viaje relámpago de Donald Trump de Osaka a Seúl, la capital surcoreana, y de ahí a Panmunjom, el emblemático punto divisorio donde por primera vez un presidente estadounidense en funciones pisó el territorio de la República Popular Democrática de Corea.

“Nunca pensé que te vería aquí”, dijo sonriente el líder norcoreano Kim Jong-un a un bien dispuesto Trump, quien cruzó la línea de concreto que señala la frontera entre los dos Estados de la Península Coreana. Ambos estuvieron en la Zona de Seguridad Conjunta (ZDC o zona desmilitarizada).

 

En su encuentro privado con el presidente ruso Vladimir Putin, Trump desplegó un inusual y cordialísimo gesto: lo recibió con las manos abiertas y con una sincera sonrisa. Y con ese buen talante, el republicano desafió a sus adversarios demócratas cuando –bromista– señaló con el dedo al jefe del Kremlin y advirtió: “No interfieras en las elecciones, por favor”. A lo que Putin sonrió y encogió los hombros.

Hoy se sabe que ambos gobernantes pactaron negociar un nuevo modelo de control de armas. Trump insiste en que debe incluir a China. No obstante, esa afinidad, persisten las diferencias estructurales entre Washington y Moscú en cuanto a temas estratégicos como Venezuela, Irán, Siria y Ucrania.

En la Cumbre, Trump discutió con el presidente brasileño Jair Bolsonaro posibles medidas para cortar el apoyo financiero de todos los países que ayudan a Venezuela, a fin de “asfixiar la economía” del presidente Nicolás Maduro.

Putin también llevó de regreso a Moscú el pacto con el príncipe heredero saudí, Bin Salman, para una prórroga en los niveles de extracción de crudo, entre seis y nueve meses más. De esa cuota tomó nota la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP). Además, fruto de su diplomacia personal, fue la buena comunicación lograda con varios jefes de Estado, entre ellos la aún primera ministra británica Theresa May y la directora gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI), Christine Lagarde.

Unas horas antes de su arribo a Osaka, Putin realizó una jugada maestra que lo puso ante los ojos del mundo. En entrevista con el Financial Times declaró que el liberalismo había llegado a su fin como doctrina imperante; “ya cumplió sus objetivos históricos y debe dar paso a nuevas ideas”.

En un claro mensaje a las potencias del G-20, Putin explicó que es evidente el fracaso del liberalismo cuando “sugiere que no puedes hacer nada”, mientras la población protesta contra la inmigración, las fronteras abiertas y el multiculturalismo.

México, sin diplomacia personal

El contacto personal entre gobernantes de Estados que aspiran a ser influyentes y poderosos en el tablero global, ha sido necesario en momentos clave de las relaciones internacionales y, aunque son poco frecuentes, esos encuentros siempre generan expectativas geopolíticas internacionales.

Mirarse a los ojos, expresar sin intermediarios ultimátums, planes y, ¿por qué no?, estrechar la mano del adversario, contribuye a resolver conflictos o a profundizar diferencias. Ahí se mide la habilidad de jefes de Estado y gobierno para impactar con su política exterior a propios y extraños. Ningún estadista desdeña la ocasión de entablar contacto personal con dirigentes de otros países ¡Vamos, es de buen ver dejarse ver!

Osaka era el mejor momento para que el jefe del Poder Ejecutivo mexicano se relacionara, aunque fuese por minutos, con la canciller de Alemania, los presidentes de China y Rusia o los primeros ministros de India y Japón. El canciller Marcelo Ebrard fue quien se acercó al huésped de la Casa Blanca para fotografiarse con él, días después de que ambos gobiernos pasaron por un difícil trance que puso en jaque la actual concepción de política exterior.

El actual mandatario mexicano declinó asistir a Osaka y envió en su lugar al canciller Ebrard, quien pese a ser hábil internacionalista no era el actor deseable para representar a México en esta cumbre. Ahí hubiera sido más positivo un breve encuentro del Ejecutivo Federal –y quizás hasta un inteligente cruce de opiniones– no solo con el muy veleidoso Donald Trump, sino también con otros socios y vecinos regionales como Canadá, Argentina o Brasil, así como con europeos clave como el Reino Unido y Francia.

Ricos con rezagos

Creado en reacción a la crisis financiera de fines de los años 90, los participantes admitieron que el G-8, que reúne a las economías más ricas del planeta (llamado Club de los Ricos), ya no representa los intereses de las economías emergentes ante organismos financieros.

Fue así como en diciembre de 1999, en Berlín se sumaron China, Brasil y Arabia Saudita.

Este año, Argentina, México y Brasil figuran a la cabeza de los países con mayor inflación en ese grupo, según el Financial Times.

En 2012, México fue anfitrión de ese cónclave en la ciudad de Los Cabos.

 

Estadistas principalísimos en la escena internacional, como Alemania y China, delegan la conducción de su política exterior en sus jefes de Estado y gobierno. De ahí que en estas cumbres figuren en sitios protagónicos –además del presidente estadounidense en turno, el mandatario ruso Vladimir Putin y su homólogo chino Xi Jinping– el primer ministro de la India, Narendra Mori, la canciller alemana Ángela Merkel o el presidente de Francia Emmanuel Macron.

Solo un ministro de Relaciones Exteriores goza de tal prestigio y reconocimiento mundiales que el presidente de su país delega en él asuntos decisivos y de gran peso: se trata de Serguéi Lavrov, conductor de la política exterior rusa y único interlocutor –exitoso y reconocido– a la medida de los intereses geopolíticos de Rusia.


Escrito por Nydia Egremy

Internacionalista mexicana y periodista especializada en investigaciones sobre seguridad nacional, inteligencia y conflictos armados.


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