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Las clases sociales en el poder y su Estado han tenido históricamente en la educación un formidable instrumento de control; me refiero aquí específicamente a las instituciones públicas de educación superior, que sirven para formar los profesionales que el aparato productivo requiere: la ciencia está subordinada al capital. Para definir los contenidos de los planes de estudio es criterio fundamental lo que demanda “el mercado”, es decir, las empresas. Dicho sea de paso, no es un error tomarlo en cuenta; lo malo es absolutizar ese factor y olvidar las necesidades sociales. El modelo educativo como parte de la superestructura, ha sido diseñado para reproducir las relaciones de producción existentes, el dominio de la clase dueña del capital, para aherrojar a los profesionistas al engranaje productivo y aplicar el conocimiento a la productividad: la distribución raras veces es tema fundamental de estudio; importa más la ganancia empresarial que incorporar, por ejemplo, asignaturas relacionadas con el medio ambiente y la preservación de los recursos naturales.
El modelo educativo fortalece también el dominio ideológico del sistema de empresa sobre los estudiantes, mediante una política elitista, aun en las instituciones públicas, que deja fuera a miles de jóvenes, en calidad de superfluos (para las necesidades del sistema empresarial), convirtiéndolos en cantera de reclutamiento de la delincuencia. Una enorme riqueza de talento queda así desperdiciada. “Por falta de cupo, en el último año, siete de cada 10 aspirantes se quedaron sin un espacio en las mejores universidades públicas de México. En conjunto, rechazaron a más de 420 mil jóvenes que buscaban un lugar…” (El Informador, dos de agosto de 2018). Además, empresarios y familias poderosas logran influir en las instituciones de enseñanza superior para que sus hijos ocupen los limitados espacios disponibles. Asimismo, salvo en raras excepciones, las escuelas carecen de servicio de alimentación y albergues para jóvenes humildes. Téngase en cuenta que muchas universidades del mundo capitalista desarrollado tienen villas donde hospedan a sus estudiantes.
Respecto al perfil curricular, en las carreras técnicas rara vez se imparten ciencias sociales o filosofía, privando a los estudiantes de una visión amplia y generalizadora de la realidad. Se entrenan así técnicos, operadores de sistemas productivos con una perspectiva estrecha, sin horizonte histórico de largo plazo. En muchos casos no se estimulan la creatividad y la innovación, o bien falta el apoyo económico necesario.
Pero sí se inculca, a los jóvenes, incluso desde los medios, un espíritu hedonista. Se les enseña que ellos están para divertirse, que “la vida es corta” y hay que aprovecharla; que asumir responsabilidades no es para la juventud. En igual sentido, tampoco se fomenta el hábito de la lectura, valiosísimo medio de formación autodidacta para toda la vida. Salvo casos excepcionales, las autoridades tampoco consideran de importancia el dominio de la gramática; no ven como indispensable desarrollar la lectura y la escritura, ni las habilidades de comunicación.
La actividad cultural, fuente de formación humanista, no se promueve masiva y sistemáticamente, salvo, eventualmente, con grupos artísticos con jóvenes muy motivados; el buen cine, por ejemplo, no es frecuente. El arte hace al hombre más sensible a los problemas de sus semejantes; por eso en las escuelas debiera generalizarse la práctica, o al menos el disfrute de las artes. Tampoco el aprendizaje de idiomas extranjeros forma parte fundamental en muchas instituciones de enseñanza superior; es a lo sumo un simple requisito de titulación. En materia deportiva frecuentemente las instalaciones están descuidadas, son insuficientes y falta apoyo.
En la vida universitaria no es raro encontrar un ambiente represivo: profesores y autoridades reprueban o sancionan a estudiantes políticamente insumisos; lo peor es que muchos alumnos no ven en aquéllos el último eslabón de una estructura de poder que va más allá del campus universitario y llega hasta los centros de mando del Estado y la gran empresa; solo les parecen “malas personas”. En ese ambiente no se cultiva el pensamiento libre; poco se practica en las aulas la libre discusión de ideas. Como correlato, pero igualmente pernicioso, ciertos intereses promueven una cultura anarquizante, de renuncia a todo orden y norma, forma ficticia de libertad que hace más daño que bien: rechaza y destruye, pero no ofrece una alternativa superior.
Más que en la práctica de la libertad dentro del orden (aunque se oiga paradójico), las escuelas preparan a los jóvenes en la sumisión al Estado y al patrón; con frecuencia profesores invitan a sus alumnos a “aprender a venderse”, a convertirse en profesionistas mercantilizados, obviamente al servicio de quienes tienen dinero. Tampoco se promueve la solidaridad con el pueblo, sino el egoísmo y el desclasamiento de quienes provienen de hogares humildes. No se infunde en el futuro egresado la voluntad de cambiar la realidad actual; más bien se le entrena para “acomodarse inteligentemente” en ella.
El sistema de gobierno es absolutamente vertical. No se permite, menos se promueve, la formación de representaciones estudiantiles genuinas que hagan frente a la represión académica, el abuso de autoridad, la discriminación y el hostigamiento. Normalmente las organizaciones estudiantiles son controladas por las autoridades y solo existen de membrete, o para realizar actividades baladíes, o de promoción y acomodo futuro de algún líder. No se fomenta una vida auténticamente democrática, que permita a los estudiantes organizarse y participar con madurez en la toma de decisiones de trascendencia; más bien se fomenta la idea de que la política es algo malo, cosa de corruptos (aunque quienes dicen esto se la viven haciendo política), privando de esta indispensable experiencia a los jóvenes, que al egresar se incorporarán a la actividad profesional en un ambiente, sí, político, para el cual no están preparados.
Falta asimismo la formación de un espíritu patriótico, que reivindique el interés de la nación y lo pondere como alta preocupación de todos; por ello, muchos profesionistas culminan sus estudios y emigran, sobre todo a Estados Unidos; ciertamente, por el desempleo y los bajos salarios, pero también por la formación recibida, que no enaltece la preocupación por impulsar el desarrollo nacional. La patria, su historia y su futuro quedan en segundo plano.
Advirtamos para concluir, que ciertas características aquí señaladas no se manifiestan en igual medida en todas las instituciones; varias de éstas atienden algunos aspectos, al menos en cierto grado; también hay escuelas, honrosas excepciones, con una larga tradición de lucha en el sentido indicado. Pero, admitiendo matices, la situación descrita predomina. Así que es preciso que los jóvenes de extracción humilde reaccionen e impulsen el cambio, por el bien de ellos, de sus familias y de la patria. Para lograrlo deben dominar profundamente la ciencia de su especialidad, formarse integralmente, desplegar a plenitud todas sus capacidades y adquirir una visión abarcadora de su realidad. Deben luchar para que los planes de estudio incluyan en medida racional las áreas del conocimiento y actividades que contribuyan a la elevación espiritual de la juventud; también por su derecho a participar en los problemas que les atañen; en fin, deben acercarse y ofrecer ayuda con sus conocimientos a los sectores sociales necesitados. El progreso de México necesita un nuevo modelo educativo que impulse, no uno que lastre.
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Escrito por Abel Pérez Zamorano
Doctor en Economía por la London School of Economics. Profesor-investigador de la Universidad Autónoma Chapingo.