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Diana Morán Garay, poetisa antiimperialista
Soberana presencia de la patria no sólo es la enérgica denuncia de la masacre perpetrada por el imperialismo yanqui contra los jóvenes patriotas panameños en 1964.
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Yo tengo que gritar,

–Oh, prendida garganta

de mis muertos–

yo tengo que gritar.

Soberana presencia de la patria no sólo es la enérgica denuncia de la masacre perpetrada por el imperialismo yanqui contra los jóvenes patriotas panameños en 1964, no se limita a rechazar la agresión contra su propio país y a exhibir la violación de la soberanía y la usurpación del territorio en la Zona del Canal; en otras palabras, no es un poema nacionalista a secas. Alcanza universalidad porque la condena se extiende a las múltiples masacres que la superpotencia tiene en su haber; el genocidio en Hiroshima, el asesinato, en 1847, de los jóvenes cadetes mexicanos durante la intervención norteamericana a nuestro país y los miles de niños asesinados en Centroamérica en las numerosas dictaduras militares y guerras civiles del Siglo XX, entre otros muchos sucesos en que la preciada vida humana no ha detenido la sed de sangre juvenil de la bestia imperial. 

(…)

No hay lago, frontera, axila que no lleve

el tatuaje de tus colmillos roedores de luceros.

¡Malditos de ayer! ¡Asesinos de hoy!

¡Herodes de siempre!

Los huesitos de Chapultepec…

los huesitos de Atitlán…

Los huesitos de Hiroshima…

La carne, los huesitos de mi patria

molidos con repiques de metralla.

Pero la sangre derramada de los pueblos no puede sino fecundar la tierra en que nacerán sus liberadores. De la muerte surgirá la siguiente generación de rebeldes en que la vida de los jóvenes sacrificados se prolongue. 

(…)

Yo tengo que gritar:

Mis muertos son vivas sembraduras,

ataúdes que nutren la esperanza

con el ritmo ascendente de la lucha.

La epopeya creada por Diana Morán para cantar la gesta panameña del nueve de enero concluye apostrofando a los genocidas de siempre y llamando a su patria a levantarse de nuevo para ir al combate; vehemente, afirma que la sangre derramada en todo el mundo no ha hecho sino preparar la nueva siembra: por cada caído nacerán miles de niños para vengar a los muertos, continuar la lucha y liberar de la opresión al mundo entero.

(…)

Escuchen lo que digo, hoy nueve de enero,

a ustedes tragalunas del mundo,

a ustedes que asesinan los dedos sembradores de olivo:

Del hijo acribillado retoñan muchos hijos,

del obrero en el polvo mil obreros regresan,

del semen inmolado toda cuna germina.

¡Las tumbas pregonan! ¡Se desclavan las cruces!

¡De la cal del pueblo, el pueblo resucita!

Y tú, pequeña patria, gigante de esta fecha,

esculpida en la roca de tus muertos

para nacer definitivamente,

abrirás tus alas agredidas

en el dolido cofre de tus peces.

Hasta el último niño en presagio de mieles

ofrendará su pálpito de auroras

por la libre heredad de sus estrellas

¡Hoy! ¡Mañana! ¡Siempre! 


Escrito por Tania Zapata Ortega

Correctora de estilo y editora.


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