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Tribuna Poética
Versos con faldas (I de II)
Ocupa un sitio destacado en la historia de la literatura hecha por mujeres la hazaña de fundar "Versos con faldas", tertulia feminista, impulsada por la escritora y narradora infantil Gloria Fuertes García (Madrid, 1917-1998).


Reducidas a la tutela de padres y maridos, consideradas seres menores de edad y destinadas sólo a las labores de madres y esposas, la actividad literaria pública de las mujeres bajo el franquismo fue casi nula; por eso ocupa un sitio destacado en la historia de la literatura hecha por mujeres la hazaña de fundar Versos con faldas, tertulia feminista, impulsada por la escritora y narradora infantil Gloria Fuertes García (Madrid, 1917-1998), que ofrecía un espacio para que las mujeres recitasen sus poemas y en cuya organización participaron Adelaida Las Santas y María Dolores de Pablos, convocando a más de 40 escritoras españolas que comenzaron reuniéndose en marzo de 1951 en el sótano de la Asociación Artístico Literaria del Teatro Gallegos, en Madrid. Claro está, semejante desafío a una sociedad patriarcal acarreó de inmediato un abierto sabotaje; la propia Gloria Fuertes contaría cómo, junto a la sala donde se realizaba la reunión, se instaló una mesa de “futbolín” y, cuando una de las participantes comenzaba a recitar sus versos, un grupo de hombres comenzaba a gritar. Versos con faldas tuvo una vida efímera; afectada en 1952, cuando la dictadura prohibió las tertulias de café, pero puede considerarse un hito en la prolongada lucha de las mujeres por ganar espacios de expresión.

Gloria Fuertes forma parte de lo que se ha dado en llamar el postismo. En Deshacer lo injusto expresa su rechazo a las guerras, pero no con ese falso pacifismo que iguala al agresor y a la víctima, sino tomando partido por los oprimidos, por los sufrientes, los desheredados de la tierra.

 

No sé escupir,

pero voy a aprender

para escupir sobre las tumbas

de todos los culpables de las guerras.

No tengo uñas,

pero quisiera tener garras

para atrapar desde mi altura

a los hombres reptiles.

No tengo poder,

pero tengo la fuerza de los pueblos

que sufren.

No tengo cultura,

pero tengo el corazón sabio

de estar con los que no tienen nada.

 

Divulgar la poesía, acercarla a las masas trabajadoras, convertirla en instrumento para su educación, alumbrar las tinieblas en las que pretenden mantener a los pueblos aquellos que los quieren ignorantes para manipularlos mejor, es una gran tarea a la que modestamente pretende contribuir este medio. Y Gloria Fuertes lo sabía: la poesía no va a llegar sola hasta el último rincón, este desconocimiento de la obra de los grandes poetas populares es lo que denuncia en Los hombres no supieron (Mujer de verso en pecho, 1996).

 

Los hombres no supieron

que hubo hombres que escribieron para ellos.

–y esto es feo–.

Ni siquiera el Alcalde de Berceo

ha leído de Berceo.

No engañaros.

Ningún pobre de América del Norte,

ningún minero

ha leído a Walt Whitman.

Ningún compañero,

ningún campesino,

ningún obrero,

ha leído a Blas de Otero.

¡Neruda! Los esclavos de Chile

no se saben tus versos.

Y los inditos peruanos hambrientos

no saben quién fue César Vallejo.

 

No resulta una exageración considerar el poema No perdamos el tiempo (Antología y poemas del suburbio, 1954) como el manifiesto estético de Gloria Fuertes. Es innegable, parece decir, la belleza del paisaje, de la infancia, de las experiencias cotidianas, pero éste es momento de hablar del sufrimiento humano, condenar el hambre, la pobreza, las injusticias; entregarle nuestros versos a los humildes, llevárselos ahí donde están, en la mina y el campo.

 

Si el mar es infinito y tiene redes,

si su música sale de la ola,

si el alba es roja y el ocaso verde,

si la selva es lujuria y la luna caricia,

si la rosa se abre y perfuma la casa,

si la niña se ríe y perfuma la vida,

si el amor va y me besa y me deja temblando...

¿Qué importancia tiene todo eso,

mientras haya en mi barrio una mesa sin patas,

un niño sin zapatos o un contable tosiendo,

un banquete de cáscaras,

un concierto de perros,

una ópera de sarna?

Debemos inquietarnos por curar las simientes,

por vendar corazones y escribir el poema

que a todos nos contagie.

Y crear esa frase que abrace todo el mundo;

los poetas debiéramos arrancar las espadas,

inventar más colores y escribir padrenuestros.

Ir dejando las risas en la boca del túnel

y no decir lo íntimo, sino cantar al corro;

no cantar a la luna, no cantar a la novia,

no escribir unas décimas, no fabricar sonetos.

Debemos, pues sabemos, gritar al poderoso,

gritar eso que digo, que hay bastantes viviendo

debajo de las latas con lo puesto y aullando

y madres que a sus hijos no peinan a diario,

y padres que madrugan y no van al teatro.

Adornar al humilde poniéndole en el hombro nuestro verso;

cantar al que no canta y ayudarle es lo sano.

Asediar usureros y con rara paciencia convencerles sin asco.

Trillar en la labranza, bajar a alguna mina;

ser buzo una semana, visitar los asilos,

las cárceles, las ruinas; jugar con los párvulos,

danzar en las leproserías.

Poetas, no perdamos el tiempo, trabajemos,

que al corazón le llega poca sangre.


Escrito por Tania Zapata Ortega

Correctora de estilo y editora.


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