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Los antiguos griegos hablaban del suplicio de Tántalo, mítico rey de Frigia condenado por los dioses a padecer eternamente hambre y sed, pero inmerso hasta la barbilla en un lago de aguas limpias y cristalinas, y a la orilla del cual, jugosos frutos pendían de las ramas de los árboles; mas cada vez que Tántalo, agobiado por la sed, se agachaba para beber, el agua bajaba y se hacía inalcanzable, y cuando intentaba coger los frutos, las ramas subían y no podía tomarlos. Así padecía Tántalo su tormento en medio de la abundancia. Igual suplicio padecen millones de mexicanos, y cada día son más los condenados. Grande es la riqueza de México, y grande su éxito exportándola, específicamente en el sector de los alimentos.
Según la Sader, en el primer cuatrimestre del año, ya en tiempos de pandemia, el superávit en la balanza comercial agroalimentaria (cantidad en que el valor de las exportaciones supera al de las importaciones) aumentó en 11.6 por ciento, respecto al mismo periodo del año pasado; un saldo a favor de cuatro mil 843 millones de dólares (506 millones más). Las exportaciones agroalimentarias (agropecuarias y agroindustriales) aumentaron en 5.5 por ciento y sumaron 14 mil 92 millones de dólares. Solo las agropecuarias sumaron siete mil 324 millones (6.3 por ciento más). Hortalizas, frutas y bebidas, contribuyeron con el 60 por ciento. Las exportaciones de aguacate aumentaron 24.7 por ciento y las de tomate, 13 por ciento. El año pasado, las agroalimentarias llegaron a su nivel más alto en 28 años. Un impresionante éxito, que indica el vigor de la agricultura mexicana de alta tecnología orientada a producir alimentos para enviarlos a otros países.
Lo preocupante del caso es que mientras estos logros ocurren, tenemos su contraparte en la carencia de alimentos en un número creciente de mexicanos. Advierto de paso que lo dicho no es una censura moral al exitoso sector exportador mexicano. El modelo económico está diseñado de tal forma que estos resultados son lógicamente necesarios, y destacados. La ley de la competencia sin taxativa alguna, la maximización de la utilidad como criterio económico fundamental, los diferenciales de precio, todo en el marco del neoliberalismo imperante, son la circunstancia determinante. Pero el horror ahí está.
En su Informe sobre el estado de la seguridad alimentaria y nutrición en el mundo 2020, publicado este lunes, advierte la FAO que en América Latina y el Caribe, pese a su capacidad de producción de alimentos, 47.7 millones de personas (7.4 por ciento) sufren hambre, (no incluye aún los efectos de la pandemia). En diez años el problema podrá afectar a 9.5 por ciento, y el número de personas que no podrán consumir las calorías necesarias ascenderá a 67 millones (20 millones más que el año pasado). Julio Berdegué, representante de FAO para América Latina, declaró: “Esto se debe en primer lugar a un débil crecimiento económico (...) y al problema de desigualdad estructural de nuestra región”. Calificó de “escalofriantes” los niveles de hambre, y advirtió: “Nos preocupa mucho cómo esto va a agravar el riesgo de que esta crisis sanitaria se convierta en una crisis alimentaria”. Agregó que: “América Latina y el Caribe también es la región con el costo más alto para acceder a una dieta saludable, con un valor promedio de 3.98 dólares por día. Este monto es 3.3 veces más caro que lo que una persona bajo la línea de pobreza puede gastar en alimentos, según el informe hecho por la FAO junto al Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola (FIDA), la Organización Mundial de la Salud (OMS), el Programa Mundial de Alimentos (WFP), y el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF)”. Latinoamérica es “la región donde la inseguridad alimentaria ha registrado el aumento más rápido del mundo”. En cuanto a soluciones: “... mencionó la necesidad de que el esfuerzo sea liderado por los gobiernos pero que involucre a organizaciones sociales, empresas privadas, sectores vinculados con la ciencia y la tecnología, entre otros actores sociales” (Reuters, 13 de julio 2020).
Más todavía. El 10 de julio, la prensa nacional publicó datos de un informe de Naciones Unidas (El impacto del COVID-19 en América Latina y el Caribe), donde se registra que en 2019-20 México ocupará el cuarto lugar en porcentaje de pobres y en pobreza extrema. El número de pobres aumentará en 11 millones y en pobreza extrema en nueve millones. En pobreza extrema pasarán de 10.6 por ciento a 18.2: el promedio regional es 15.5 por ciento. México será el país con mayor aumento en el porcentaje en pobreza alimentaria.
Otro estudio. El 11 de mayo, el Coneval publicó su informe: La política social en el contexto de la pandemia por el virus SARS-COV2, y estima que hasta 10.7 millones podrían caer en pobreza laboral este año, y otros sectores se harán más vulnerables. Entre abril y junio aumentará de 37.3 a 45.8 por ciento la población con salario menor al costo de la canasta básica.
Finalmente, una investigación de la UNAM, publicada el 11 de julio, advierte que, entre febrero y mayo, las personas en pobreza extrema podrían haber pasado de 22 a 38 millones, por la pérdida de sus fuentes de ingresos (Programa Universitario de Estudios del Desarrollo, UNAM, elaborado por Curtis Huffman y Héctor Nájera). Considerando esas estimaciones, 12.5 por ciento de la población estaría sumándose a la pobreza extrema. Concluye el estudio que: “... probablemente, las transferencias de la administración federal no estarían teniendo un impacto significativo en mitigar la crisis que vive la población...” (El Financiero, 11 de julio).
Son muchas investigaciones de instituciones respetables; difícilmente podrían ser calificadas como exageraciones o inventos de “adversarios” del gobierno, y menos ignorarlas como viene haciéndose, desviando la atención pública hacia distractores mediáticos. Enfrentamos una auténtica tragedia humana, pero ante ella, más que el pánico y la desesperación debe responderse con la acción social. Si el gobierno no se hace cargo de resolverla, la sociedad debe asumir su propia defensa y poner urgente remedio a este desastre. Y el remedio es de orden sistémico: cambiar el modelo económico concentrador que da lugar a estos desbalances, para equilibrar la producción entre las exportaciones y el mercado interno. Primero debe estar la alimentación de los mexicanos, y luego, sin desdeñarlas, las ganancias y divisas por exportación, para que México no sea más un país rico con un pueblo pobre.
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Escrito por Abel Pérez Zamorano
Doctor en Economía por la London School of Economics. Profesor-investigador de la Universidad Autónoma Chapingo.