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Durante los 300 años de régimen colonial, España aplicó una política mercantilista que frenó nuestro desarrollo, prohibiendo primero el comercio entre colonias (política algo atenuada más tarde con los Borbones) para asegurar el monopolio español; se impidió también la producción de varios productos. Dejamos de ser colonia española, para quedar luego sometidos al imperio norteamericano, desde cuyos centros de poder se toman las principales decisiones económicas y políticas que atañen a nuestra vida nacional. Es el dictado del Consenso de Washington, decálogo neoliberal que impone, en su provecho, la política a seguir en este México “independiente”. Y es el caso que, mientras tal orden de cosas continúe y no haya una relación basada en el respeto recíproco entre naciones; mientras no conquistemos verdadera independencia política, no podremos transitar hacia un nuevo modelo económico ni construir nuestro propio futuro.
Somos un país maquilador, cuya “competitividad” radica en vender fuerza de trabajo barata no calificada, que permite a las trasnacionales abatir costos laborales para luego desde aquí “exportar” exitosamente su producción. Desde la instauración del neoliberalismo se nos vendió la idea de que la inversión extranjera directa vendría a resolver nuestros problemas; supuestamente las trasnacionales proporcionarían incontables trabajos, pero esas empresas son intensivas en capital, con limitado impacto en la generación de empleos. Prometieron que con fusiones o alianzas estratégicas atraeríamos tecnología barata y rápida, sin tener que invertir para crearla; ello elevaría nuestra productividad y competitividad; en realidad, esa tecnología la emplean los monopolios extranjeros realmente en su provecho, y deslumbrados por esa vía cortoplacista renunciamos a generar nuestra propia base tecnológica; como ejemplo, ante la pandemia fuimos incapaces de producir las vacunas y debimos comprarlas finalmente a precios exorbitantes a las farmacéuticas trasnacionales.
El pago de “derechos de propiedad intelectual” sangra nuestra economía: según el Banco Mundial, el pago de patentes costó a México 612 millones de dólares el año pasado. “La industria farmacéutica trasnacional ha sido también clave para imponer las leyes de propiedad intelectual y extender cada vez más la validez de sus patentes a nivel global. Son quienes están detrás de su inclusión en la Organización Mundial de Comercio, en el TLCAN y otros tratados comerciales. Junto a la industria biotecnológica, de semillas e informática, pelean en todos esos ámbitos para prolongar los años de vigencia de patentes y marcas de sus productos e impedir que se pueda acceder a ellos sin pagarles. Argumentan que necesitan tener patentes en los medicamentos para poder recuperar sus gastos en innovación y desarrollo. Por el contrario, varios reportes de análisis de sus innovaciones muestran que la gran mayoría de los nuevos fármacos lanzados al mercado por estas empresas son solamente copias de los que ya existían, con alguna pequeña modificación en la formulación o el uso, para poder aplicar otros 20 años de patente exclusiva” (Silvia Ribeiro, La Jornada, 25 de enero de 2020).
Con fusiones y adquisiciones quedó en manos de trasnacionales el duopolio de la industria cervecera mexicana: más de la mitad de las acciones de Modelo fueron compradas en 2012 por la empresa belga Anheuser-Busch InBev; Cuauhtémoc-Moctezuma, es controlada desde 2010 por la holandesa Heineken. Entre ambas empresas controlan el 97 por ciento del mercado en México (Observatorio de la Economía Latinoamericana 2018, Statista 2017). En el sector de refrescos endulzados dominan también las extranjeras: Coca-Cola, 73 por ciento del mercado; y Pepsi, 14.9 por ciento; entre ambas suman el 88 por ciento (Statista 2022), y esto en el principal país consumidor de refrescos per cápita, con su secuela, la epidemia de diabetes, una de las principales causas de muerte.
Los voceros del neoliberalismo nos venden la ilusión de que somos el cuarto exportador mundial de automóviles y autopartes, pero no hay ni una sola empresa mexicana fabricante de carros. Vienen las ensambladoras a armar sus automóviles atraídas por la baratura de la fuerza de trabajo: la pobreza de los mexicanos hace la riqueza de las ensambladoras, que así evitan pagar salarios altos que devengarían los trabajadores en sus países de origen.
El capital financiero es la palanca de control fundamental del imperialismo; a través del crédito domina los principales resortes de la economía, y también la política. En su obra Imperialismo, fase superior del capitalismo, dice Lenin: “Así pues, el capital financiero tiende sus redes, en el sentido textual de la palabra, en todos los países del mundo. En este aspecto desempeñan un papel importante los bancos fundados en las colonias, así como sus sucursales (...). Los países exportadores de capital se han repartido el mundo entre sí en el sentido figurado de la palabra. Pero el capital financiero ha llevado también el reparto directo del mundo” (Págs. 463-464).
También, continúa Lenin en su misma obra: “Si fuera necesario dar una definición lo más breve posible del imperialismo, debería decirse que el imperialismo es la fase monopolista del capitalismo. Esa definición comprendería lo principal, pues, por una parte, el capital financiero es el capital bancario de algunos grandes bancos monopolistas fundido con el capital de los grupos monopolistas industriales y, por otra, el reparto del mundo es el tránsito de la política colonial, que se extiende sin obstáculos a las regiones todavía no apropiadas por ninguna potencia capitalista, a la política colonial de la dominación monopolista de los territorios del globo enteramente repartido” (Pág. 486).
En México, a esto se le ha llamado eufemísticamente “extranjerización” de la banca: “De los siete bancos más grandes en México, cinco son propiedad de corporativos extranjeros (BBVA Bancomer, Banamex, Santander, HSBC y Scotiabank) y solo Banorte e Inbursa se mantienen en manos de mexicanos. Sin embargo, estos cinco bancos extranjeros representan 78 por ciento de los activos del sector bancario, de acuerdo con datos de la Comisión Nacional Bancaria y de Valores…” (El Economista, 15 de marzo de 2011). La banca extranjera cobra en México comisiones bancarias más altas que en sus países de origen: en España, el ingreso por cobro de comisiones de Santander representa 20 por ciento de sus ingresos totales; en México, 39 por ciento; BBVA cobra 19 y 36 por ciento, respectivamente; Citibank ingresa en Estados Unidos 18 por ciento por comisiones; aquí, 33 por ciento, casi el doble (Milenio, cuatro de enero de 2019).
Sobre el poder del capital financiero en México es reveladora la siguiente información proporcionada por el diario La Jornada, que confirma la tesis de Lenin: “La banca mexicana da facilidades a empresas extranjeras para obtener financiamiento, mientras pone mayores barreras para las nacionales, principalmente a las de menor tamaño, lo que a lo largo de tres décadas ha sido un factor que ha limitado el crecimiento económico de México, reveló el Banco Mundial (BM) (...)en su reporte Crecimiento de la productividad en México (...) las empresas de propiedad extranjera tienen 13 por ciento menos de probabilidades de encontrarse en una situación de necesidad de invertir pero sin poder hacerlo por falta de financiamiento (...). En contraste, una pequeña empresa mexicana tiene 9 por ciento más de probabilidades de encontrarse en una situación en la que necesita invertir pero no puede hacerlo por falta de acceso al financiamiento, lo que refleja las barreras de acceso al crédito del sistema financiero mexicano, limita su crecimiento y las lleva a la extinción temprana (...). Para el BM, el hecho de que los bancos mexicanos brinden mayores facilidades a las empresas extranjeras parte del hecho de que las compañías empresas propiedad de grupos foráneos tienen mayor liquidez debido a sus operaciones en otros países. Además de que tienen acceso a los mercados financieros internacionales, lo que aumenta sus alternativas de acceso financiero”. Y continúa la nota:
“El BM destacó que los principales problemas son la elevada concentración y la escasa competencia en el sistema mexicano (...) los bancos con mayor poder de mercado se enfocan en los segmentos más rentables, mientras que cobran tasas de interés más altas, especialmente a las pequeñas empresas, las cuales, por su tamaño, tienen garantías limitadas. De acuerdo con la Comisión Nacional Bancaria y de Valores al cierre de 2021 (...) BBVA, Santander y Banorte (...) concentran 51 por ciento del financiamiento bancario. En 2021 (...) la banca que opera en México obtuvo ganancias por 182 mil 170 millones de pesos, un incremento de 77 por ciento en comparación con los 102 mil millones que registró en 2020” (La Jornada, 22 de marzo de 2022).
Otros sectores estratégicos están controlados por monopolios extranjeros, lo cual constituye un poderoso obstáculo para instaurar un nuevo modelo económico. Se requieren soluciones de raíz. Sobre ello abordaré en próxima ocasión.
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Escrito por Abel Pérez Zamorano
Doctor en Economía por la London School of Economics. Profesor-investigador de la Universidad Autónoma Chapingo.