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¿Por qué, en ciertas circunstancias, algunos grupos humanos logran soportar el dolor causado por las injusticias, mientras que en situaciones similares otros deciden rebelarse y luchar por un cambio? ¿Qué motiva la rebeldía humana y qué justificaciones se construyen para tolerar el sufrimiento generado por la desigualdad económica? Todos, tanto quienes dominan como quienes son dominados, tienen una opinión al respecto. La expresen o no, todos albergan razones para condenar, justificar o simplemente comprender su propia situación y la de los demás.
Nuestras percepciones sobre el entorno y el lugar que ocupamos en él se construyen, en gran medida, a partir del “sentido común”. Éste se forma a través de observaciones directas, intuiciones, reflexiones y certezas que recibimos de las personas más cercanas: familia, amigos y conocidos. En este razonamiento, quiero destacar el papel de las normas sociales y culturales como elementos fundamentales que influyen en la manera en que comprendemos y actuamos en el mundo. Estas normas, tanto permisivas como restrictivas, desempeñan un papel central en la formación de nuestras “convicciones morales”, noción compartida que nos permite juzgar ciertas acciones como “buenas” o “malas”.
La descripción anterior está ligada, entonces, a nuestra pregunta inicial, ¿qué tiene que suceder para que las personas acepten subordinación y tratos denigrantes? Apoyándose en material histórico y empírico, el sociólogo Barrington Moore Jr. realiza un estudio en el que pone especial énfasis en el sentido de las convicciones morales como elemento necesario cuando se trata de dar una explicación a los sentimientos de rabia e indignación de los seres humanos en contra de las injusticias.
Las situaciones específicas que toma Moore son extremas pero útiles para hacernos ver cómo bajo ciertos ordenamientos culturales se puede inducir al dolor físico a partir de una elección personal. Por ejemplo, algunos practicantes del ascetismo elegían someterse al dolor físico como parte de su vida espiritual: usaban sandalias con clavos o mantenían un brazo levantado hasta que se atrofiaba. Un siguiente escenario descrito fue lo sucedido dentro del sistema de castas hindúes, en el que se encontraba la figura del “intocable”. Se trató de un sistema de opresión en el que las clases dominantes se empecinaron en reglamentar el sufrimiento humano. Por ejemplo, si una persona trataba mal a un individuo de “clase alta”, su “alma” era condenada a sufrir ciertas actividades indeseables. Los intocables no podían entrar a las calles y caminos que utilizaban las castas, y si lo hacían, debían llevar escobas para barrer las huellas que dejaban en el polvo.
Estos breves ejemplos le permiten responder la pregunta en torno al grado de legitimidad que puede llegar a constituir un grupo dominante si se interiorizan normas a partir de bases sociales definidas. Múltiples prácticas han conducido a la naturalización del dolor y sufrimiento; a generar hostilidad hacia quien se quiere rebelar, a la incapacidad de condenar el abuso; a negar la evidencia a merced de adaptarse a las opiniones de alguien más.
Para Moore era necesario llevar a cabo un ejercicio de inacción política para entender entonces la acción política. Así se entiende que, para conocer la indignación y sensación de injusticia, los oprimidos deben percibir y definir su situación como consecuencia de la injusticia humana: como una situación que no deben, no pueden y no necesitan soportar. Moore considera tres acciones que a mi juicio son correctas para la constitución de identidad política (añado, identidad de clase) como mecanismo para despertar el rechazo al sufrimiento y la opresión: revertir formas de solidaridad que sirven a los dominantes; nuevos criterios para condenar y explicar el sufrimiento (desnaturalizar todo aquello que justifique la subordinación) y la definición de un nuevo esquema de amigo y enemigo.
Moore nos recuerda que las normas sociales y culturales que sostienen la dominación deben ser identificadas y cuestionadas. Sin embargo, no profundiza en un aspecto central: las ideas morales no son neutrales, están directamente relacionadas con la existencia de clases sociales y con la lucha constante entre ellas. Si tomamos como base el conflicto entre clases podremos, como quien usa una lámpara en la oscuridad, reconocer y denunciar aquellas normas morales y culturales que parecen naturales, pero que en realidad forman parte del control ideológico que justifica y mantiene el abuso y la subordinación.
La crítica marxista es, además de un juicio que expone los problemas del capitalismo.
Cuando nosotros llegamos al mundo nos encontramos con que ya había en él una serie de cosas que no fueron hechas por nosotros sino por otros.
Después de más de un sexenio de Morena en el poder político, el tiempo ha demostrado que sus acciones no difieren sustancialmente de las mostradas por administraciones anteriores.
Dalton subraya en todo momento los conceptos “construcción” y “lucha”.
Los resultados finales de la política cultural de la 4T nos dejan más incertidumbres que aciertos.
Yuri Andréyevich, sumido en la penumbra y acompañado de Larisa Fiódorovna, se encontró devastado por una fuerza ignota, presagiando un destino trágico debido a una Rusia desgarrada tras la Revolución de 1917 que perseguía la construcción de un nuevo orden.
La tierra ha experimentado ya momentos de cambios extremos y los organismos que viven esos eventos han encontrado formas de adaptarse a ellos.
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La educación es uno de los procesos que contribuyen a que las personas se formen como seres humanos y como seres sociales y políticos.
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El sector industrial manifestó su preocupación debido a que la reforma es opuesta al interés de la población.
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Escrito por Eneas Sánchez
columnista