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La incursión de las herramientas tecnológicas en la enseñanza de la matemática lleva varias décadas. En el último periodo, la Inteligencia Artificial (IA) está penetrando de manera vertiginosa en la enseñanza y en casi todos los quehaceres humanos. Sin embargo, mediante estudios de investigación, se constata que el aprendizaje de la matemática, en lugar de mejorar, está disminuyendo generación tras generación: los niños y jóvenes salen de las escuelas con muy poco o casi ningún conocimiento matemático. A mi juicio, no se le ha dado la importancia al órgano humano que es responsable de nuestro aprendizaje: el cerebro. ¿Qué sucede en el cerebro cuando usamos tecnología en la enseñanza de la matemática?
Los actuales alumnos de las escuelas son nativos digitales, es decir, nacieron con la reinante tecnología. Según estudios de la neurociencia, el cerebro de los nativos digitales es distinto al cerebro del migrante digital (personas alrededor de los 50 y 60 años), que no nacieron con la tecnología, pero que han transitado hacia ella.
El cerebro de un migrante digital aprendió a desarrollar su corteza prefrontal encargada de estructurar pasos, secuencias y metas de aprendizaje; aprendió a resolver problemas razonando y a reelaborar estrategias cuando no estaba por el camino correcto. Este proceso generalmente se desarrollaba con lápiz y papel. Toda esta actividad cerebral lineal resulta esencial para aprender habilidades matemáticas y entender ideas. En cambio, el cerebro de un nativo digital ya no desarrolla esas destrezas porque recibe la ayuda de la herramienta tecnológica; por ejemplo, si quiere estudiar un tema, lo busca en Google, pregunta a la IA y ésta le entrega todo: un resumen, un mapa conceptual, un esquema, etc. Es decir, la máquina hace el trabajo que debería hacer el cerebro; por eso no se aprende matemática con las máquinas, porque la matemática es un constructo mental humano y no virtual o artificial. Es por ello que los que más provecho le pueden sacar a estas tecnologías son los migrantes digitales, puesto que su cerebro transitó por el lápiz y el papel, generando las conexiones neuronales capaces de conectar, entrelazar ideas y procesos.
Otra de las diferencias, según los neurocientíficos, consiste en que los migrantes digitales desarrollaron más sustancia gris, puesto que al desplegar procesos, aumentan sus conexiones neuronales y, por lo tanto, su masa gris; en cambio, los nativos digitales, al no necesitar estas conexiones, no generan mayor sustancia gris; se ha comprobado que el cerebro sólo retiene lo que usa, lo que le es útil para la sobrevivencia; lo que no usa, simplemente lo desecha o lo ignora; puesto que no sabe que existe. Esto se traduce prácticamente en menos conocimiento matemático. Estas conclusiones también pueden inferirse a otros tipos de conocimiento.
También es cierto que los nativos digitales han desarrollado una habilidad que se dificulta para los migrantes digitales: el tener un cerebro radial, es decir, son capaces de conectarse a distintas cosas a la vez, por ejemplo, pueden estar conectados a distintas pantallas, haciendo búsquedas de tareas múltiples y escuchar música a la vez. Esto tiene que ver con la neuroplasticidad del cerebro. Pero también es cierto que aún no se ha evaluado la eficiencia de este cerebro “multiestímulo”; la percepción radica en que estas tareas no se hacen en general bien, puesto que la máquina las desarrolla; un cerebro que no analiza, no fundamenta el conocimiento que está estudiando, es un cerebro light, incapaz de asimilar, y mucho menos de generar nuevas ideas: nuevos conocimientos. De ahí la dificultad que experimentan los niños y jóvenes de hoy para desarrollar una tarea matemática que necesita concentración, habilidades de proceso, bajo un solo propósito: la solución del problema.
El cerebro del migrante digital sí fue entrenado desde joven, estará en capacidad de mirar el bosque y no sólo el árbol, si la tecnología se usa equilibradamente: siempre entre la máquina, el lápiz y el papel. Lo preocupante es el cerebro del nativo digital, que está perdiendo capacidad de aprender matemática y con ello de entender el mundo donde vive.
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La sonda Mars Express halló “inmensos” depósitos de 3.7 kilómetros de espesor, ubicados bajo el suelo del ecuador de Marte, estructuras que sugieren la presencia de hielo.
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Escrito por Dr. Esptiben Rojas Bernilla
Colaborador