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En esta colaboración transcribo algunos de los planteamientos y reflexiones que hice la semana anterior en el foro de debate virtual El papel del sector agropecuario en el desarrollo nacional, nuevos paradigmas planteados por la pandemia Covid-19, organizado por la Universidad de Panamá. Fui ponente en compañía del Ministro de Desarrollo Agropecuario de Panamá, Augusto Valderrama; del CAF de Panamá, doctor Nelson Larrea y de Rogelio Cruz Landero, productor agropecuario. El moderador fue Eldis Barnés, decano de la Facultad de Ciencias Agropecuarias de la Universidad de Panamá.
La pandemia, vista desde la perspectiva de América Latina (AL), ha infectado ya a más de medio millón de personas. De mayor a menor al 25 de mayo, los países que se han visto más afectados, son: Brasil, con 363 mil 211 contagios; Perú, con 119 mil 959; Chile, con 69 mil 102; México, con 68 mil 620; Ecuador, con 36 mil 756 y Colombia, con 21 mil 175. Los primeros seis países con más muertos eran Brasil, con 26 mil 666; México, con siete mil 394; Perú, con tres mil 456; Ecuador, con tres mil 108; Colombia, con 727 y Chile, con 718. Como se ve, los países más grandes, como Brasil y México, ya llevan más muertes que China, que tiene más de mil 300 millones de habitantes; y ello se debe a que estos países desdeñaron las medidas planteadas por la Organización Mundial de la Salud (OMS); ahí están los resultados. En el caso de México, además, hay que dudar de las cifras oficiales de infectados y muertos. En la región son más de medio millón de contagiados, con una tasa de mortalidad del 10 por ciento.
La economía latinoamericana genera una producción de 9.32 billones de dólares, cifra equivalente al 45 por ciento del Producto Interno Bruto (PIB) de Estados Unidos (EE. UU.) o al 68 por ciento del PIB de China. Es decir, somos una región con un gran potencial productivo y un mercado de 625 millones de habitantes, el doble del mercado de EE. UU., que tiene una población de 325.2 millones de personas. El problema es que estamos sometidos por EE. UU. mediante lazos visibles e invisibles. Por ejemplo, México tiene una dependencia económica hacia este país, porque el 80 por ciento de sus exportaciones van hacia su mercado y ahora el nuevo Tratado de Libre Comercio con esa nación y Canadá, el T-MEC, es más leonino que el anterior (TLCAN), y nos hace aún más dependientes de EE. UU.
A la vez somos países productores de “commodities” o materias primas, es decir, productos elaborados y semielaborados, y nuestro sector manufacturero se dedica a producir mercancías para la exportación con componentes previamente importados. Es decir, devolvemos armado el producto final, cuyas piezas nos mandaron previamente del exterior.
Los países latinoamericanos hemos abandonado la agricultura, por lo que dependemos de los extranjeros y no contamos con la tan anhelada soberanía alimentaria. Ello se demuestra en el hecho de que la agricultura latinoamericana aporta solo el nueve por ciento al PIB de la región. Pero no solo eso, sino que es el sector más deficiente, pues sus aportaciones por trabajador son las más bajas en comparación con las relativas al sector industrial y, al mismo tiempo, al sector servicios.
De hecho, los países latinoamericanos son proveedores de servicios, pues nuestras economías están “terciarizadas”. El 63 por ciento del PIB de AL procede del sector servicios y el 28 por ciento del sector manufacturero. De esta manera, es poco el valor agregado que nuestras economías aportan a las mercancías. Adicionalmente, las economías del sector servicios dependen, en buen grado, de las firmas extranjeras: las cadenas de hoteles, comida rápida, despacho de gasolinas, restaurantes, tiendas de autoservicio, productores y distribuidoras de refrescos y gaseosas, etc., por lo que la mayor parte de las ganancias se quedan en los países extranjeros.
Pero además de nuestros bajos niveles de producción de riqueza, los ingresos salariales de los trabajadores son muy bajos y, por lo mismo, también los niveles de ahorro: AL, en promedio, tiene un nivel de ahorro del 19.6 por ciento como porcentaje del PIB, en contraste con el promedio de ahorro de los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), que es del 23 por ciento; el de los países de la Unión Europea (UE) del 25 por ciento y el de los de Asia Oriental y Pacífico, que es del 35 por ciento. Esto significa que hay menos inversión y, por lo mismo, menos desarrollo en nuestros países.
En relación con la tasa de desempleo, sin tomar en consideración lo conocido como desempleo informal, en el mundo se observa un valor de 5.4 por ciento respecto al total de los trabajadores pertenecientes a la Población Económica Activa (PEA), mientras que el promedio de los países de AL es del 9.6 por ciento; o sea, una parte importante de la población que tiene la capacidad de trabajar y está en edad de hacerlo, está fuera del mercado laboral, con lo que se pierde un gran potencial para producir riqueza. Si consideramos el comercio informal, la cosa se agrava, pues solo por poner el caso de México, el 56.3 por ciento de la PEA trabaja en el sector informal; es decir, no tiene un ingreso seguro ni seguridad social, etcétera.
Como resultado de este diagnóstico, los países latinoamericanos deben buscar la unidad política y económica; deben independizarse de la política estadounidense, uno de cuyos gobernantes alguna vez pronunció una frase célebre y fatídica que suele ser aludida como la Doctrina Monroe: “América para los americanos”, aunque no aclaró que cuando decía América, se refería a todo el continente y la palabra “americanos” para él significaba “norteamericanos”. El problema está en que las economías de AL están basadas fundamentalmente en el mercado y, por lo mismo, sujetas a sus leyes y lo que importa en el mercado es el intercambio para realizar en él el valor de las mercancías, y tenemos una alta dependencia hacia las cadenas internacionales y EE. UU. Somos vistos solo como productores de riqueza para otros. Efectivamente, como lo señala Carlos Marx en su famosa obra El Capital, particularmente en el punto relacionado con el fetichismo de la mercancía, donde se expone con claridad que se pretende obtener el fruto del trabajo creador de riqueza del obrero; es decir, el valor cuya sustancia es el trabajo humano abstracto y, por lo mismo, ni la labor concreta del hombre, ni su vida le importan al sistema capitalista; al sistema le interesa su carácter de productor de valor.
Por ello, si la gente se muere por culpa de un sistema de salud abandonado; si la gente no tiene comida, buenos salarios, un lugar digno donde vivir; trabajo, vestido, educación, pensión para jubilarse, etc.; y, peor aún, si como ahora debe quedarse en su casa para evitar los contagios, o si se queda sin empleo, ésa no es la prioridad de las economías capitalistas, porque lo único que les urge es sacar a la gente a trabajar en las fábricas para producir más riqueza del trabajo ajeno. Es ésa su única preocupación.
Por eso vemos más muertes en AL, donde somos, como ya advertimos, 625 millones de seres, menos de la mitad que los habitantes de China, cuya población corresponde a mil 300 millones de personas. Resulta difícil, pero es posible y necesaria la unidad de los pueblos latinoamericanos para enfrentar la pandemia y, después de ella, la recuperación económica bajo una visión integradora de nuestros intereses económicos, sociales y políticos.
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Escrito por Brasil Acosta Peña
Doctor en Economía por El Colegio de México, con estancia en investigación en la Universidad de Princeton. Fue catedrático en el CIDE.