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Poesía
Philip Arthur Larkin
Nació el nueve de agosto de 1922 en Coventry, Inglaterra.


Nació el nueve de agosto de 1922 en Coventry, Inglaterra; fue un poeta, bibliotecario, novelista y crítico de jazz británico. Es considerado por la crítica como uno de los poetas ingleses más aclamados de la segunda mitad del Siglo XX, asociado predominantemente con la corriente The Movement.

Su padre era un alto funcionario municipal con simpatías nazis, lo que creó un ambiente familiar complejo y marcó la visión pesimista del poeta. Estudió en el St. John’s College de Oxford, donde conoció a su amigo de toda la vida, el poeta Kingsley Amis; en Oxford comenzó a escribir poesía y publicó su primer libro, The North Ship (1945). Tras graduarse, siguió una carrera como bibliotecario universitario, trabajando primero en la Universidad de Leicester, luego en Queen’s University (Belfast) y, finalmente, durante 30 años en la Universidad de Hull. Esta profesión le proporcionó una vida ordenada y estable, alejada de los focos literarios de Londres.

Su fama llegó con la publicación de The Less Deceived (1955) que estableció su voz poética única. Le siguieron sus obras maestras: The Whitsun Weddings (1964) y High Windows (1974). Rechazó el cargo de poeta laureado del Reino Unido en 1984, un año antes de su muerte. Falleció de cáncer de esófago en Hull a los 63 años.

Su poesía se caracteriza por su tono conversacional y un pesimismo humano que lo consolidaron como el cronista de la desilusión en la Inglaterra de la posguerra. Sus temas centrales giran en torno al paso del tiempo, la inevitabilidad de la muerte y el fracaso de las esperanzas, todo ello ambientado en paisajes cotidianos y grises como suburbios y estaciones de tren. 

TRADUCCIÓN DE PURA LÓPEZ COLOMÉ.

 

Canciones

Un frío profundo me envuelve al dormir

merced a un sueño recurrente

donde todas las cosas parecen

enfermizamente equilibrarse

en el vacío, sobre astros

a la deriva bajo el mundo.

 

Cuando las olas se lanzan ruidosamente

y caen en popa,

me despiertan muy de madrugada

para abrigar cada vez mayor temor

al aire que endurece las velas,

al mar sin aves.

 

El hielo chisporrotea:

Como aquel que próximo a la muerte

saborea el aliento sereno,

me lleno de miedo.

Ahora la moneda está en el aire,

y el sueño se aproxima más y más.

 

Adivinación de la suerte

“Pronto harás un largo viaje,

descansarás en un lecho extraño,

y una mujer morena te besará

tan suavemente como el pecho

de un ave vespertina que desciende

a proteger su nido.

 

“Ella protegerá tu boca

para que la memoria nada exclame

ante su rostro inclinado,

sabiendo que es él mismo

que murió hace ya tanto

bajo un nombre diferente”.

 

Y la ola canta porque se mueve

Y la ola canta porque se mueve;

atrapados en su brillo, cantamos también.

Nos han concebido en tumbas, juntos, separados, juntos.

Tras el muro que se yergue, prisioneros, protegidos,

a la medida exacta de nuestra desventura.

separados, creemos que deseamos estar juntos.

Mas imploramos soledad en el encuentro.

Hasta que el vuelco libre del mar transforma

nuestra comodidad en una pena que la excede,

haciéndola pedazos.

Tales son las aflicciones en que buscamos sentido,

tales, los gritos de aves por encima de las aguas,

tales, las brumas que el Sol disipa con la aurora,

lamentos, lágrimas, guirnaldas, rocas, todos pisoteados

por el corazón gritando en su constante empeño

en romper, latiendo, nuestros falsos subterfugios;

su lengua de plata cual reja de arado arranca el fracaso,

arrastra al día y a la noche, sabe aprovechar el sueño,

los cielos; conducida y suspendida como un astro,

a todo cobra el diezmo menos a la muerte,

nos nutre y enmarca con la médula de todo

menos de la muerte, incapaz es de invocarla.

 

La muerte es una nube a solas con el Sol.

Nuestros corazones,

como peces saltarines en lo verde de la ola,

hallan la calma al fin bajo su sombra.

Pues en la palabra muerte

no hay nada que asir, nada que apresar o reclamar;

nada a que aplicar la virtud del corazón, virtud

para sobrevivir, pues no se puede sobrevivir a la muerte,

sólo aceptar lo irrecuperable de las llaves.

La ola vacila y se ahoga. La cuchilla del gozo

rompe. El rastrillo de la muerte

se hunde más. Y las olas se arrojan y se esparcen.

 

Y las olas cantan porque se mueven.

Y las olas cantan sobre el cementerio de las aguas.

 

No hay camino

Como acordamos dejar que el camino entre nosotros

cayera en desuso,

y alzamos una pared de ladrillo en vez de rejas, plantamos

árboles de sombra protectora,

y dejamos sueltos a todos los agentes erosionantes del tiempo,

el silencio, el espacio y los extraños,

la negligencia no ha surtido gran efecto.

 

Las hojas siguen sin barrer; el pasto, sin podar;

ningún cambio visible.

todo se alza con una claridad tal, tan poco crecido de más,

que caminar por ahí esta noche no parecería extraño,

e incluso estaría permitido un poco más,

y el tiempo ganará esta batalla.

 

 

 

 

Delineando un mundo donde un camino semejante

corra desde tu persona hasta la mía;

ver surgir ese mundo como un Sol helado,

recompensando a los demás, ésa es mi libertad.

No prevenirla es la plenitud de mi voluntad.

Desear todo esto, la más grande de mis penas.

 

La mejor sociedad

Cuando era niño creía,

así nada más, que la soledad

no necesitaba ir a buscarse.

Era algo que todo el mundo poseía,

como la desnudez, ahí a la mano,

ni buena ni mala,

algo abundante y obvio,

no muy difícil de entender.

 

Luego, después de los veinte, se hizo

algo al mismo tiempo más difícil de obtener

y más deseado, aunque a la vez

más indeseable; pues lo que uno es

en soledad, para que se considere

un hecho, ha de expresarse en términos

de los demás, si no, se vuelve

una simple fantasía compensadora.

 

¡Mucho mejor estar acompañado!

Para amar se necesita alguien,

dar requiere algún destinatario.

los buenos vecinos necesitan parroquias

para poder hacerlo; en breve,

nuestras virtudes son sociales;

si, desprovisto de soledad, uno se enfada,

queda claro que no es ningún virtuoso.

 

Viciosamente, entonces, me encierro bajo llave.

La flama del gas respira. El viento allá afuera

anuncia la lluvia vespertina. Una vez más,

la infalible soledad sostiene mi persona

en su palma gigantesca;

y ahí, cautelosamente,

como una anémona marina o un simple caracol,

se va desenvolviendo, emerge, lo que soy.


Escrito por Redacción


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