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No hay enfermedad que dure 100 años
Los contagios se han presentado en millones de hogares desde la primera hasta la cuarta ola, los muertos casi llegan al millón, cifra que supera por mucho el escenario catastrófico del 'Doctor Muerte'.
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El pueblo bueno y sabio, en su comprensión cruda de la vida, expresa que no hay enfermedad que dure 100 años, ni enfermo que la aguante. Este dicho viene a colación por la problemática que agobia a los mexicanos, ya que las cosas siguen de mal en peor, el escenario económico está en franco retroceso económico como no se veía en décadas; y quienes más lo resienten son las familias que menos defensas tienen, que son la mayoría. Han pasado tres años del fatídico día en que se hizo realidad la más horrible de las pesadillas: el “salto de la sartén a la lumbre”. Quienes creímos que habíamos tocado fondo con los gobiernos “neoliberales” nos equivocamos, pues faltaba la última estocada. Ésta, además, ha llegado con tanta verborrea y confusión que muchos mexicanos aún no han notado que esto es resultado de un sistema económico enfermo que supura y hiede por todas partes y de la más reciente versión de la envejecida clase política que gobierna México: la autodenominada “Cuarta Transformación” (4T)… en eso estábamos cuando llegó la otra peste: la pandemia de Covid-19.

El 27 de febrero se cumplirán dos años del primer caso de Covid-19 en México, el paciente cero, un joven de 35 años que había viajado a Italia. Y aunque tal caso se halla a buena distancia, parece que fue ayer. Esta percepción se debe a que el país se encuentra en la cuarta ola de contagio y la única medida para contenerla es la misma que se aplicó desde el primer día: negarla. El control de la pandemia ha sido mediático y, prácticamente, todos los personeros de la 4T la han enfrentado con una frivolidad que raya en el crimen. Entre las malas prácticas de política sanitaria destacan: el no cierre a tiempo de las fronteras para evitar la propagación del virus; el confinamiento laxo de las familias de escasos recursos, sin antes proveerlas de apoyo económico; el uso de un sistema de monitoreo centinela para muestrear a pequeños sectores de la población y no hacer pruebas masivas; pedir a las personas con síntomas que se atiendan en sus casas, lo que provocó que murieran por no llegar a tiempo al hospital; desinformar a la población sobre la gravedad de la pandemia y no exigir el uso estricto del cubrebocas y mantener la sana distancia;  la falta de una estrategia de apoyo financiero a las empresas para que pudieran enfrentar sus problemas económicos; el uso político del semáforo sanitario para satisfacer los caprichos presidenciales; la apertura total de actividades productivas tras la segunda ola de contagios para contener la debacle económica y el regreso a las clases presenciales desde el surgimiento de las dos últimas olas de Covid-19.

¡Ay, cuanta impotencia y tristeza da hablar de los resultados! Los contagios se han presentado en millones de hogares desde la primera hasta la cuarta ola, los muertos casi llegan al millón, una cifra dolorosa que ha superado de manera inimaginable el escenario catastrófico del Doctor Muerte. Las familias han tenido que enfrentar con estupor y resignación el deceso de un ser querido, la mayoría madres y padres cuya ausencia no solo se ha resentido emocionalmente, sino que además ha dejado en la orfandad y sin aprovisionamiento a miles de niños. Al dolor personal se han sumado los altos costos de los medicamentos, el oxígeno, la intubación y las terapias. En México faltan empleos y los salarios son muy bajos. Para un millón de pequeñas y medianas empresas, el confinamiento ha significado la quiebra; para decenas de miles de niños y jóvenes, la deserción escolar y el retroceso educativo tendrá consecuencias negativas en el corto plazo. ¡Qué difícil olvidar estas coincidencias en el tiempo, cuando la llegada del peor de los gobiernos coincidió con la entrada de tan letal enfermedad!

Y para no tener que soportar esta enfermedad solo nos queda luchar por nuestras vidas y quitar el poder a los criminales que nos gobiernan. Y, como Pablo Neruda, hay que exigir a todo pulmón:

Por esos muertos, nuestros muertos,
pido castigo.

Para los que de sangre salpicaron la patria,
pido castigo.

Para el verdugo que mandó esta muerte,
pido castigo.

Para el traidor que ascendió sobre el crimen,
pido castigo.

Para el que dio la orden de agonía,
pido castigo.

Para los que defendieron este crimen,
pido castigo.


Escrito por Capitán Nemo

COLUMNISTA


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