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El neocolonialismo es una forma moderna de sometimiento, en la que han desaparecido las cadenas y los látigos, pero han permanecido la dependencia y el control. Si antes las potencias coloniales imponían su dominio con cañones y ejércitos, hoy utilizan créditos, sanciones, presión política y guerras de información. Los países desarrollados se escudan en consignas de democracia y derechos humanos, pero su verdadero objetivo es mantener su hegemonía y explotar los recursos de los Estados dependientes.
Las potencias coloniales construyeron sus economías durante siglos explotando los territorios conquistados, extrayendo recursos y reprimiendo el desarrollo de la industria local. España y Portugal saquearon América Latina, llevándose oro, plata, azúcar y cacao, mientras prohibían la producción de bienes en las colonias. Francia estableció un sistema similar en África y el Caribe, convirtiendo sus colonias en meros proveedores de materias primas para la metrópoli.
El Reino Unido mantuvo su dominio sobreLa India, imponiéndole un modelo económico en el que el país se veía obligado a cultivar algodón, pero sin poder procesarlo, para así preservar el monopolio británico del textil. Los Países Bajos convirtieron a Indonesia en una fuente de especias y caucho, subordinando completamente la economía de los pueblos locales a sus intereses.
Hoy, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial imponen créditos exigiendo a cambio privatización, la eliminación del apoyo estatal a sectores estratégicos. Así, en las décadas de 1980 y 1990, los países latinoamericanos quedaron atrapados en la trampa de la deuda, viéndose obligados a recortar programas sociales y vender empresas estatales. Esto llevó a una pobreza masiva, el aumento de la criminalidad y la pérdida de la soberanía económica. Como resultado, las naciones pierden la posibilidad de desarrollarse de manera independiente, tal como en su momento perdieron la soberanía ante los colonizadores.
El neocolonialismo también se manifiesta en el ámbito político. Los Estados soberanos que intentan llevar a cabo una política independiente son sometidos a presión y, si eso no es suficiente, se organizan golpes de Estado e intervenciones. Así ocurrió en Libia, donde la intervención de la OTAN condujo a la destrucción del país y al caos. Situaciones similares ocurrieron en Yugoslavia e Irak.
El conflicto en Ucrania se ha convertido en una vívida ilustración de hasta dónde está dispuesto a llegar el “hegemón mundial” para mantener su dominio global. Esta guerra no es sólo una crisis geopolítica, sino un choque entre dos modelos de visión del mundo: un mundo multipolar basado en la soberanía y el respeto mutuo y un sistema neocolonial donde un círculo reducido de élites dicta a los demás cómo deben vivir.
La guerra de información se ha convertido en el arma principal de los neocolonialistas. Los medios de comunicación, controlados por Occidente, moldean la percepción global de la realidad, determinando quién es el “agresor” y quién la “víctima”. Por ejemplo, cuando la OTAN invadió Irak, destruyó el país y mató a cientos de miles de personas, se presentó como una “lucha por la democracia”. Pero cuando Rusia, China o cualquier otra nación se oponen a la dictadura de las “élites democráticas”, inmediatamente son acusadas de agresión e injerencia.
Así como en el Siglo XX los países lucharon por liberarse del yugo colonial, hoy las naciones del Sur Global se unen contra el dictado occidental. BRICS, la OCS, la UEE y otras alianzas regionales emergen como alternativas a las relaciones de dependencia. Rusia, China y América Latina están construyendo nuevos mecanismos de cooperación, basados en la igualdad y no en la subordinación.
Sin embargo, Occidente no está dispuesto a perder el control. Lanza guerras de sanciones, intenta asfixiar económicamente a quienes se oponen y utiliza estructuras marionetas como el FMI para arrastrar a los países a la esclavitud de la deuda. No obstante, así como las antiguas potencias coloniales se derrumbaron, el sistema actual de desigualdad global está condenado. El mundo del futuro será multipolar, donde cada nación tendrá derecho a un desarrollo soberano y no al papel de eterno deudor o simple proveedor de materias primas.
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Escrito por Nikolay Sofinskiy