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Lo que hizo posible que una especie de homínido particular se transformara en hombre fueron el trabajo y su carácter gregario. Desde sus inicios, el hombre trabajó para proveerse de los bienes necesarios para vivir, de manera colectiva y con medios de producción precarios –piedras y palos, tal vez–. Con el tiempo, el desarrollo de los medios de producción permitió la creación de un excedente, lo que llevó a la apropiación de la riqueza social por parte de unos pocos. Así surgió la propiedad privada, la división en clases sociales y la explotación de una mayoría por una minoría. Este proceso marcó el fin del comunismo primitivo y dio paso a otros modos de producción: esclavismo, feudalismo y, finalmente, capitalismo. Lo común de estos sistemas es la explotación de una mayoría por una minoría que se apropia de la riqueza social producida. La lucha de clases es una disputa por la riqueza social creada y, en última instancia, es el derecho a la vida, pues los bienes –necesarios para el cuerpo o el espíritu– son esenciales para vivir.
En la sociedad actual la producción de mercancías es capitalista. Una mercancía (pan, vestido, vivienda, medicinas, etc.) se produce para vender, no para satisfacer la necesidad de quien la produce. En la producción se establecen relaciones de producción basadas en la propiedad de los medios de producción (fábricas, tierras, máquinas, herramientas) y éstas determinan a qué clase social pertenece cada individuo. Los dueños de los medios de producción, que no necesitan trabajar porque contratan a otros, son los capitalistas (burguesía). Quienes no tienen medios de producción y deben vender su fuerza de trabajo para poder proveerse de los medios de vida son los proletarios. Así, en la sociedad actual las clases sociales más importantes son los capitalistas y los proletarios, pues son las principales clases que participan en la producción.
La producción de mercancías en el capitalismo tiene como fin obtener ganancias. El obrero produce las mercancías en la fábrica del capitalista y éstas son vendidas en el mercado por dinero que pasa a manos del capitalista. Este proceso sigue un ciclo: el capitalista invierte dinero (D) en medios de producción y fuerza de trabajo, que en la fábrica se enfrentan para crear mercancías (M) con un valor superior al dinero inicial invertido. Estas mercancías se venden para obtener más dinero del que se invirtió al principio. La diferencia de valor entre lo desembolsado por el capitalista al principio y el dinero que obtiene al vender las mercancías después del proceso de producción es la plusvalía que el obrero crea. ¿Por qué las mercancías valen más que lo invertido por el capitalista? La clave está en la fuerza de trabajo del obrero. Éste vende su capacidad de trabajo a cambio de un salario, que cubre sólo lo necesario para su subsistencia (comida, vivienda, vestido). Sin embargo, el obrero produce más valor del que recibe, esta diferencia de valor es la plusvalía y se la apropia el capitalista. Aunque el capitalista también invierte en máquinas y materias primas, estos elementos sólo transfieren su valor a la mercancía final. El trabajo del obrero es lo único que crea valor nuevo. Por ejemplo, si se usan 100 en máquinas, 100 en materias primas y 50 en salarios que dan como resultado la producción de un par de zapatos con valor de 500, la fuerza de trabajo habrá creado 250 de valor nuevo: máquinas y materias primas transfieren valor, pero el obrero con su trabajo creó 50 para su salario y 250 de plusvalía que irá a las manos del capitalista.
En apariencia, la apropiación de la plusvalía por el capitalista y la relación entre capitalista y obrero se presentan como relaciones justas y libres, pues se paga un salario por una jornada acordada libremente entre las partes. Sin embargo, esta apariencia oculta la explotación del obrero por el capitalista porque: a) la riqueza es creada por el obrero, no por el capitalista; b) el obrero produce más valor del que recibe; c) el obrero no es libre: su única opción es vender su fuerza de trabajo o morir de hambre, pues no tiene nada más en esta vida y; d) el obrero no controla lo que produce: sigue órdenes y el ritmo de la máquina, el trabajo se convierte en algo rutinario y monótono (ver Tiempos modernos/Chaplin). La consecuencia de la explotación es la polarización de la sociedad. Mientras unos acumulan riquezas que no gastarían en mil años, millones apenas sobreviven. La desigualdad es extrema. Según el Laboratorio de Desigualdad Mundial (https://wid.world/), en los últimos 200 años, desde 1820, el 10 por ciento más rico ha concentrado entre el 50 y 60 por ciento del ingreso global, mientras que el 50 por ciento más pobre ha recibido menos del 10 por ciento. De acuerdo con el Laboratorio, esa tendencia se mantiene, lo que evidencia que no habrá pronta solución a la desigualdad extrema.
La explotación del obrero por el capitalista la descubrió Carlos Marx en el Siglo XIX, pero la burguesía se ha encargado, incluso antes de Marx, de construir un discurso embellecedor a través de la ciencia, el arte, la política, la religión, los medios de comunicación, la educación, etcétera, es decir, todo un aparato generador de ideas que encubre la explotación y garantiza la perpetuación del sistema. Así, aunque la explotación causa estragos en la vida de millones (analfabetismo, falta de salud, desempleo, hambre y pobreza), el proletariado no siempre es consciente de la causa de su explotación. No porque carezca de capacidad, sino porque el aparato ideológico de la burguesía difunde teorías que desvían la atención del problema real. Por ejemplo, la teoría del goteo sostiene que la riqueza de los ricos beneficiará a los pobres, y la meritocracia afirma que la riqueza es el resultado del esfuerzo y el talento. Ambas ideas son falacias para justificar la desigualdad.
Todo lo antes dicho pretende servir para evidenciar que: 1) existen clases sociales, 2) hay una lucha de clases por el reparto de la riqueza social, 3) el proletariado, como clase, no es capaz de darse cuenta por sí mismo de la causa (la producción capitalista) de su explotación porque la burguesía tiene un aparato ideológico que se lo oculta y porque dispone de poco tiempo y recursos para educarse.
Ahora bien, en el discurso actual de la lucha proletaria –pensemos en algún movimiento social o político– ya no se habla de lucha de clases, por el contrario, se dice que no existen, que es la concepción de unos resentidos sociales que no son capaces de abrirse paso en el mundo de las libertades capitalistas y un largo etcétera, que lo que hay que hacer es crear una economía capitalista con rostro humano donde quepan todos los individuos de la sociedad, aquellos que sostienen esto, han abandonado la lucha de clases y, por tanto, también el marxismo-leninismo. Olvidan que las clases no existen por voluntad de alguien, sino que son producto de un proceso histórico, olvidan que esa lucha en el capitalismo no tiene salida, olvidan que, a diferencia del proletariado, la burguesía sí tiene claro que el día que el proletariado se organice y esté dispuesto a luchar por la riqueza social que le pertenece, ese día terminará con la burguesía. Basta con recordar lo que dijo no hace mucho Warren Buffet: “hay una guerra de clases y la estamos ganando los ricos”. La burguesía tiene claro esto y usa todos los medios posibles para salvaguardar su existencia.
Como consecuencia, si el proletariado no puede armarse con la teoría suficiente que le permita comprender la causa profunda de su explotación ¿cómo encontrará su salvación a la explotación? Lenin fue el que mejor resolvió y llevó a la práctica esto: es necesario construir un partido de vanguardia del proletariado que lo conduzca en su liberación del capitalismo, que lo eduque y organice. Este partido lo integrarán, dijo, los trabajadores más estudiados (¡estudio en serio!), los más comprometidos y experimentados en la lucha del proletariado, un partido que sea capaz de armar un ejército (sí, un ejército, disciplinado y educado) de hombres que se dediquen –fijémonos bien, como el arma más poderos– a educar y organizar a los de su clase. Sólo un partido de este tipo se puede poner a la cabeza del proletariado para llevarlo por la senda de la lucha por su liberación definitiva de la opresión, dijo Lenin. Así, el arma más poderosa contra la burguesía es un proletariado educado y organizado, consciente de la necesidad de su lucha y la seguridad en su victoria. Por ello mismo se puede explicar por qué la burguesía se ha empeñado tanto en mantener al proletariado sin educación y organización política a través de su poderoso aparato ideológico.
Pues bien, en esta lucha de clases son pocos los movimientos sociales, las organizaciones políticas, las organizaciones proletarias y medios de comunicación que se han negado a la abyección, se han mantenido en la línea de educar y organizar al proletariado para enfrentar mejor su destino: liberar a la humanidad de la opresión y explotación capitalista. Por eso es un timbre de orgullo mencionar que el pasado 14 de marzo, la revista buzos de la noticia cumplió 25 años de lucha abnegada y tesonera para publicar semanalmente una revista plural y popular, que se empeña por desmenuzar los problemas sociales a los que se enfrentan millones de mexicanos, proporcionando la guía teórica que necesitan para comprender la verdadera causa de los males que los aquejan. buzos representa un ejemplo de lucha y perseverancia en la defensa de los intereses del proletariado mexicano. Felicidades por este cuarto de siglo de resistencia y compromiso, por mantenerse en la tarea de construir la cabeza del proletariado.
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Escrito por Rogelio García Macedonio
Licenciado en Economía por la UNAM.