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Los mares han sido instrumento tanto para el desarrollo humano como para que las potencias ejerzan dominio económico y político sobre los países débiles. Los gobiernos de México, bioceánico, han carecido de visión para proyectar sus intereses geopolíticos.
En los siglos XIX y XX, las potencias de Occidente aprovecharon los espacios marítimos estratégicos para imponer sus intereses, pero actualmente se hallan en declive y ven como una amenaza para su seguridad la presencia marítima cada vez mayor de China y Rusia.
El resultado de esta enconada pugna incidirá en el futuro de miles de millones de personas y delineará un nuevo Derecho del Mar.
El mundo vive profundos cambios y múltiples conflictos geopolíticos que impactan y crean incertidumbre en todos los ámbitos de la existencia humana, incluido el sector-naviero. A la par hay otros retos: la transformación energética, la automatización y ascenso de la inteligencia artificial, la degradación ambiental y la evolución de la industria.
Esos retos y la toma de decisiones requieren de la “talasopolítica” (thállasa: mar, politiká, actividad relativa al Estado), que estudia las relaciones de poder entre los actores políticos relacionados con los océanos y mares. Esta disciplina se inspira en los trabajos del almirante e historiador Alfred Mahan (1840-1914), quien formuló la idea de que quien domine los mares dominará el mundo.
Hoy la “talasopolítica” reconoce la importancia de los océanos Pacífico y Atlántico, aunque apunta hacia otros escenarios marinos más complejos.
Estados Unidos: libre acceso
Estados Unidos (EE. UU.) es una nación marítima y por ello invierte en servicios marinos para impedir conflictos, se lee en el Informe Política Marítima 2023-2024 de Estados Unidos. En este documento se dice que la prosperidad económica y seguridad nacional de la potencia depende del libre acceso a corredores y rutas para sus embarcaciones marítimas en la tierra.
El Informe PM reconoce que EE. UU. ya no goza más del monopolio sobre el control marítimo y que para recuperarlo la Estrategia Nacional de Seguridad (ENS) contempla que debe mejorar las capacidades de su Armada, el Cuerpo de Marina, la Guardia Costera y la Marina Mercante mediante la habilitación de cuatro nuevas prioridades de defensa:
“Defender la patria de las crecientes amenazas multi-dominio que representa China; impedir ataques estratégicos contra EE. UU., sus aliados y socios de Europa planteados por el ‘reto ruso’; prepararse para impedir toda agresión de China en el mar Indo-Pacífico y construir un ecosistema de Fuerza Conjunta y de Defensa que enfrente la belicosidad ‘al alza’ de China y Rusia”.
En enero de 2023, la Administración Marítima de EE. UU. (Marad) aumentó esa sensación de riesgo mundial, pues advirtió que la actividad militar y las crecientes tensiones geopolíticas iban al alza. En marzo alertó que la piratería hizo del Océano Índico una “zona de alto riesgo” y que en el futuro el mayor tráfico de drogas en África y la pesca irregular en el Sureste Asiático exigen “operaciones armadas”.
A pesar de estas amenazas no confirmadas, los beneficios de navegar libremente en los océanos y mares son tentadores y colosales. Sólo el Sistema Marino de Transportación (SMT) de EE. UU. obtiene 5.4 trillones de dólares y solicitó apoyo del Congreso.
Lo hizo para que los estadounidenses “nunca olviden cómo llegan provisiones a sus puertos, cómo defender el interés nacional y lograr la presencia global marítima del país para mantener a los enemigos a buena distancia en el océano”. En este año fiscal, la marina dispuso de 9.62 mil millones de dólares para esos objetivos.
Ártico: guerra de hielo
El Océano Ártico es un escenario geopolítico emergente donde se enfrentan, una vez más, la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y Rusia. La ambición de Occidente por dominar mares y espacios estratégicos del planeta aprovechó los efectos del cambio climático para acceder a zonas de ese territorio, antes vetadas por los hielos perpetuos.
Además de Rusia, son ribereños de ese océano EE. UU., Canadá, Dinamarca, Noruega, Finlandia, Islandia y Suecia. Todos se comunican a través del Consejo Ártico, aunque carecen de un marco jurídico definido como el de la Antártida.
Desde tiempos inmemoriales, Rusia ha sido actor pionero en esa región geoestratégica, poseedora de atractivas riquezas naturales (25 por ciento de las reservas mundiales de gas, además de ricos yacimientos de petróleo, oro, agua y biodiversidad).
Para Rusia, su presencia en el Ártico es clave para el plan de reposicionamiento internacional, que ha impulsado su presidente Vladimir Putin. De ahí la importancia de que la estratégica ruta del Mar del Norte (desde el Atlántico al Pacífico), paso clave para la navegación de sus barcos, sea transitable en verano sin recurrir a rompehielos.
Por esa vía, Rusia transportará al mundo su gas natural de la Península de Yamal, con sus instalaciones de Murmansk. Esta ruta es “un claro desafío de Rusia en el Ártico” para el Departamento de Estado de EE. UU., por lo que a raíz del conflicto en Ucrania, indujo a otros estados ribereños del Ártico ( Canadá, Dinamarca y Noruega) a tensar sus relaciones con el Kremlin.
Y para afianzar su influencia en el Ártico, en 2015 Rusia presentó un reclamo sobre un espacio submarino de 1.2 millones de kilómetros cuadrados que se extiende más de 350 millas marinas desde la orilla.
Moscú ha instalado ahí obras de infraestructura acerera, gas natural y maderera, dice el especialista Alisher Umánov. Y para garantizar su soberanía en el Ártico, Rusia ha destacado en la ciudad militar de Severomorsk a varias autoridades prácticas, entre ellas la fuerza aeronaval de la Flota del Norte.
Sin embargo, la militarización del Ártico proviene de la OTAN, que desarrolla una actividad militar claramente provocadora con maniobras a un punto nunca visto desde la Segunda Guerra Mundial; y sus autoridades reconocen que han intensificado sus ejercicios con misiles Bastión, capaces de destruir grandes navíos, para enfrentar un “entorno de seguridad desafiante”, confirma Franz Josepf Land.
Para caracterizar a Rusia como su enemigo más antiguo, Occidente alega la presunta “militarización” en esa zona. En su apoyo, la agencia alemana DW advirtió, en enero pasado, que el Ártico se convertirá en un “nuevo campo de batalla global”.
México y sus mares olvidados
Como país bioceánico, es miembro de la Convención de la ONU sobre Derecho del Mar (1982), aunque no ejerce plena soberanía sobre sus zonas marítimas, lo que denota su falta de visión en “talasopolítica”, es decir, la ciencia, arte o técnica que permite a los dirigentes de Estado conocer los recursos económicos y estratégicos con que cuenta en los espacios marítimos.
Aunque todos los enemigos de México que nos han invadido por el mar, ha fracasado, nuestros gobernantes no han aprendido a valorarlo. El presidente Andrés Manuel López Obrador habla de todos los problemas, menos de los océanos. Esa falta de política de Estado con respecto a los mares y océanos es la causa fundamental de la pérdida de influencia en este ámbito. “No tenemos política oceánica”, advirtió el internacionalista Leopoldo González Aguayo en 2020.
En los pasados 200 años, México recibió dos “visitas” armadas francesas, una inglesa, dos españolas y 274 de EE. UU., recordó el experto en “talasopolítica” e ironizó: “¡qué bueno tener a los yanquis de amigos! Imaginemos lo que ocurriría si fueran nuestros enemigos. Estados Unidos está muy contento de que los mexicanos hayamos olvidado los mares”.
Esta falta de visión también ha hecho que México carezca de marina mercante propia, que tampoco posea una flota petroquímica y que sus puertos estén concesionados a particulares, lamentó el experto.
Sin embargo, la Marina de EE. UU. realiza en varias latitudes del Ártico sus Operaciones de Altas, a fin de aumentar su presencia e influencia en las cada vez más navegables aguas del llamado Paso del Norte, el cual se halla en deshielo. Ha desplegado a científicos que analizan glaciares en esa zona estratégica y sus buques de seguridad nacional Kimball y Bertholf patrullan el mar de Bering.
Al omitir sus operaciones de espionaje en el este de Rusia, el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenber, pretextó un supuesto riesgo en el Ártico. La tensión sí se agudizó en el Ártico, pero por el ingreso de Finlandia a esa alianza, precedida por la serie de provocaciones que realizó desde el 1º de abril, cuando Rusia asumió la presidencia del Consejo de Seguridad de la ONU.
Medio Oriente en “tensión”
El Golfo Pérsico ha sido el principal espacio que Occidente ha utilizado para provocar a la República Islámica de Irán. Este año, el Centro de Coordinación de Respuesta a Amenazas a Operaciones Marítimas Globales (GMCC) de EE. UU. dictaminó que el Golfo Pérsico, el Estrecho de Ormuz, el Golfo de Omán, el Mar Arábigo, el Golfo de Adén, el Estrecho de Bab al Mandab y la Cuenca Somalí “están bajo tensiones regionales”.
Tal eufemismo alude a la detención de barcos de EE.UU. sospechosos o sin la documentación requerida, por parte de buques y helicópteros de seguridad iraníes, que llevan a cabo la delicada misión de vigilar esa zona estratégica, tal como Teherán ha pactado con los países ribereños.
En reacción, el GMCC de EE. UU. emitió la Alerta Marítima 2023-001, que previene contra la posibilidad de ataques por minas, botes explosivos, piratas y ladrones armados, vehículos aéreos no tripulados en esa zona, y por somalíes o liberianos.
Para el analista de la Organización Stimson, Javad Heiran-Nia, a Irán le preocupa que los pactos de seguridad de EE. UU. con las monarquías del Pérsico sean pasos para construir una alianza anti-Irán. Esto se confirmaría con el reciente Acuerdo de Integración en Seguridad y Prosperidad entre EE.UU. y Bahrein, que aloja la mayor base naval en la región.
Bio-armas de EE.UU. en América Latina: Amenaza en curso
Es sabido que la ingeniería genética del Complejo Militar Industrial de Estados Unidos (EE. UU.) y sus aliados ha desarrollado peligrosas armas biológicas cuyo destino son las poblaciones y Ejércitos de Estados non gratos. Ese bioterrorismo no es ficción, como confirmó el hallazgo de laboratorios del Pentágono en Ucrania el año pasado.
El manual de la Organización del Tratado del Atlántico del Norte (OTAN) cita a 31 organismos con potencialidad de ser armas biológicas (viruela, pete, botulismo, tifo, encefalitis, ébola), describe la empresa de análisis de información sanitaria Elsevier.
Tras ser expuestas esas armas biológicas (con virus, bacterias, toxinas y otros patógenos diseñados para producir enfermedades y contaminar alimentos o fuentes de agua) el gobierno de Joseph Biden trasladó esos peligrosos experimentos a países con cuyos gobiernos ha incrementado su colaboración en nuestra América, Asia-Pacífico (Tailandia, y Singapur), África (Kenia) y Europa del este. En agosto, se denunció que EE. UU. trasladó sus programas de bio-armas de Ucrania a países como algunas exrepúblicas soviéticas.
Estudiar esos patógenos ultra-peligrosos es misión del Instituto Científico de Investigación Walter Reed, de las Tropas Terrestres de EE. UU., que opera intensamente en países de América Latina y el Caribe. En noviembre de 2022, el jefe del Pentágono, Lloyd Austin, indicó a la directora de la Agencia de Defensa para la Reducción de Amenazas (DTRA), Rebecca Hersman, para activar la colaboración biotecnológica con el extranjero en interés del Departamento de Defensa.
Austin pretendía pasar el mal trago de Ucrania y encubrir el doble propósito de las investigaciones so pretexto de asistir a países en desarrollo para enfrentar infecciones peligrosas. Y ordenó a Hersman, no sólo ampliar sus socios en América Latina y el Caribe, sino que consintieran que ahí trabajen misiones biológicas de EE. UU.
Como ejecutores de las tareas asignadas por el Pentágono se designó al Laboratorio Médico Militar de EE. UU. en Perú, NAMRU-6 y a los Centros para el Control de las Enfermedades y empresas filiales de la entidad militar estadounidense. Todos debían ampliar el alcance de investigaciones en patógenos especialmente peligrosos en países de la región.
Hoy, en América Latina y el Caribe, EE. UU. realiza la Iniciativa Biomédica Global Action in Health Network (GAIHN). Su objetivo oficial es crear un sistema de monitoreo de la propagación de enfermedades infecciosas en instituciones médicas de Argentina, Brasil, Belice, Costa Rica, Chile, Uruguay y Ecuador. Lanzó otros proyectos afines en Grecia y Etiopía.
La clave del plan de Washington es disponer de la colosal información genética de las diferentes etnias de América Latina y el Caribe y obtener material para perfeccionar su metodología de empleo de preparados antimicrobianos. Además, el Departamento de Defensa tiene interés especial en los resultados del GAIHN, que aplicará para elevar la protección epidemiológica de su personal en las Fuerzas Armadas.
Entre sus directrices más significativas, EE. UU. definió la recopilación del material genético, la prueba de medicamentos en la población local y la realización de experimentos para el estudio de las propiedades de transmisión de los virus y patógenos.
Para ello, se recomendó a la DTRA usar la GAIHN, que prevé el uso de métodos de modificación genética para elevar la resistencia de los patógenos biológicos a los antibióticos.
Esa nueva estrategia de inmersión integral de EE. UU. en América Latina y el Caribe se da en el contexto del conflicto ucraniano-ruso, para usar los recursos del sur latinoamericano en sus guerras del futuro y comprometer las estructuras militares.
Es alarmante esa visión hegemónica, que juega el papel de mediador-cómplice para empujar las voluntades de América y, así, neutralizar el llamado de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe, a una zona de paz.
Así presionó a Europa hasta mermar su capacidad militar, en favor de la guerra no convencional contra Rusia y en provecho del complejo militar industrial de EE. UU. que ahora, como en la Segunda Guerra Mundial, aspira a fortalecerse en el financiamiento-demanda del raquítico dólar.
Si Washington logra que países de América Latina y el Caribe se posicionen a favor de esa guerra, condicionaría las políticas latinoamericanas y la construcción de un cuerpo armado regional en función de las ambiciones imperiales, que anticiparía la penetración de la OTAN, como se logró con Colombia.
Con su estrategia del garrote y la zanahoria, la diplomacia de EE. UU. amenaza con sanciones, aislamiento y promover protestas de la oposición si no se pliegan al llamado guerrerista. Es enorme la presión de Washington sobre América Latina y el Caribe para apoyar su aventura en Ucrania; y Kiev mantiene un rol de empuje a naciones latinoamericanas para lograr su posicionamiento militar en la guerra.
En estos momentos, en el guión de Washington no está la paz, sino el cerco político y económico, el desgaste y gasto militar sin límites. Desde el inicio del conflicto, Washington intentó usar voluntarios extranjeros en Kiev, para desplegarlos como escudos humanos.
Así, ciudadanos de algunos países de América Latina y el Caribe trabajan en Ucrania por contrato y prácticamente son rehenes de esta guerra geopolítica.
No olvidemos que, pese a la denuncia rusa y a la presión de China, en marzo de 2022 la subsecretaria de Estado, Victoria Nuland, admitía que su país organizó una cadena de laboratorios biotecnológicos para armas bacteriológicas en Ucrania, aunque negaba su responsabilidad criminal.
Al firmar con Bahrein, el Secretario de Estado de EE. UU., Antony Blinken, dijo que fortalecería la coordinación entre las fuerzas armadas y sus áreas de inteligencia. Es sospechoso que Blinken visitara esa monarquía al recrudecerse la ofensiva israelí contra Gaza.
A la vez, la Quinta Flota de EE. UU. es el mayor poder fuera de la OTAN, pues cubre el Golfo Pérsico, los mares Rojo y Arábico y las costas este y sur de África con sus 13 Fuerzas de Tarea. Para algunos observadores, como EE. UU. ha fracasado en crear una OTAN árabe, ha pactado con las monarquías la reactivación de su dominio aéreo y marítimo.
En la cumbre del G20, el presidente estadounidense Joseph Biden anunció la creación de un Corredor Árabe-Mediterráneo que conecte a La India con Europa a través de los Emiratos Árabes Unidos, Jordania y Arabia Saudita, junto con Israel.
El ministro israelí del Exterior, Yair Lapid, anunció una arquitectura regional “para evitar por aire y mar las amenazas de Irán y sus fuerzas proxy”, pero que zozobró por el retiro saudita después de la agresión hebrea contra los palestinos.
Índico, el gran juego
El Índico es el tercer océano más importante del planeta, pues mide 77 millones y medio de kilómetros cuadrados (20 por ciento de la superficie terrestre) y está bordeado por 37 Estados que acogen la tercera parte de la población global como La India y, más alejados, China e Indonesia.
Es el paso hacia los mares de Bengala, Malaca, del Sur Meridional de China, el Cuerno de África y su extremo oriental; el Estrecho de Bab el Mandeb, el mar Rojo, el Canal de Suez, el Golfo de Adén, el mar Arábigo, que es la entrada al Golfo Pérsico y Medio Oriente por el Estrecho de Ormuz.
Entre sus principales protagonistas figuran Turquía, Irán, Arabia Saudita y Emiratos Árabes Unidos. Ahí convergen los ejes geopolíticos de Medio Oriente y del Indo-Pacífico creado por EE. UU. para librar su próxima contienda marítima contra China y Rusia.
Con el auge de la navegación global y la exportación de hidrocarburos se ha incrementado el valor geopolítico de este mar. Ahí transitan el 60 por ciento del comercio mundial de petróleo y el 70 por ciento de contenedores de mercancías.
Para la Doctrina Naval de Rusia, este mar tiene tres prioridades: el combate a la piratería, al terrorismo y el tráfico de drogas; fortalecer la estrategia rusa hacia el Antártico con sus vecinos a través de investigación científica y asegurar buenas relaciones con los Estados de la región.
Para China, su posicionamiento en el Índico es a través de las iniciativas de la Ruta y la Faja, con las que asegura vías de transporte para sus mercancías y su aprovisionamiento de combustible. Ya fortaleció sus relaciones con las islas Mauricio, Seychelles, Madagascar, Maldivas y Comoras; mantiene una base militar en Yibuti y promovió ejercicios militares en el Golfo de Omán y el Índico.
La India ha impulsado sus relaciones con EE. UU., Japón y Francia. En 2018 desplegó la estrategia naval P-8i para combatir delitos regionales y cercar a China. EE. UU. tiene presencia ahí con sus bases en la isla Diego García y el archipiélago de Chagos.
Ésos son los rasgos visibles de los ocultos escenarios de conflicto que Occidente libra en los océanos a costa de la paz y seguridad internacionales.
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Escrito por Nydia Egremy
Internacionalista mexicana y periodista especializada en investigaciones sobre seguridad nacional, inteligencia y conflictos armados.