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Complicidad de Occidente en el Golpe en Myanmar
La clave para entender el nuevo golpe tiene dos ángulos: el control del flujo de petróleo de esa región hacia el mundo y el afán de Occidente por contener la pujanza de China.
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Cuando el ejército tomó de nuevo el control del gobierno de Myanmar (antes Birmania) y capturó al presidente y a la líder del partido en el poder, el mundo esperaba una reacción contundente del nuevo presidente de Estados Unidos (EE. UU.), Joseph Robinette Biden, cuya tibia actitud sorprendió y solo puede ser atribuida a la complacencia de Washington para que ese Estado, con relevante posición geoestratégica en Asia, siga bajo el mando militar que prevalece casi desde que se independizó en 1948.

En Myanmar, el conflicto que se activó el dos de febrero no solo tiene raíces en el rol autoritario del ejército (tatmadaw), en las pugnas étnico-religiosas o en un comunismo que nunca fue. La clave para entender el nuevo golpe tiene dos ángulos: el control del flujo de petróleo de esa región hacia el mundo y el afán de Occidente por contener la pujanza de China.

Hay escepticismo sobre las causas del golpe, cuyo antecedente es el rechazo castrense al triunfo de la prooccidental Liga Nacional para la Democracia (LND) en la elección de noviembre. Ese giro no se explica pues, en años recientes, el país pareció reinsertarse en la escena global y mostró cierta apertura hacia el exterior tras décadas de aislamiento.

Ahí, como en otros países, la democracia nunca ha sido un bien efectivo. Pero pragmática, la cúpula militar se propuso ocupar espacios en la región valiéndose de su relevancia geoestratégica y desplegando una política diplomática para eliminar recelos.

La comunidad internacional receló, sin embargo, la relación de dependencia en el poder civil respecto al tatmadaw y sus prácticas represivas. La Constitución de 2008 redujo el rol del ejército, aunque mantuvo su influencia en las decisiones del país, a pesar de que el gobierno ya contaba con miembros civiles como la Premio Nobel de la Paz, Aung San Suu Kyi.

La Organización de las Naciones Unidas (ONU) acusó a los militares de limpieza étnica con la anuencia del gobierno de coalición, al que pertenece Suu Kyi, ahora bajo arresto, explica la especialista en estudios estratégicos Cristina de Esperanza.

Independiente, comunista y dictadura

1948. Se independiza tras resistir contra Japón y se separa del Imperio británico.

1958-60. El general Ne Win asume el poder. El tatmandaw consolida su rol político-económico.

1962-1988. Nuevo golpe de Ne Win: institucionaliza la hegemonía militar, establece una junta, deroga la Constitución, prohíbe partidos y establece la Vía Birmana al socialismo como ideología.

1960-70. Se bamariza el gobierno, al suprimir derechos de otras minorías y dominar los bamar.

1974. Se consolida la dictadura constitucional.

1987-1989. Crisis económica; represión a la oposición; nace el levantamiento 8888 que termina con otro golpe de estado. El tatmadaw cambia el nombre de Birmania a Unión de Myanmar.

1990. La junta pierde la elección ante la Liga Nacional para la Democracia (LND). Ignora los resultados.

2007. Protestas reprimidas de budistas. Se ilegaliza a la LND.

2008. La Constitución inscribe al país como República de la Unión de Myanmar. La ONU lo reconoce.

2009. La Junta Militar ofrece transferir el poder a un gobierno civil, pero se mantiene con la excusa de llegar a una “democracia disciplinada”. No reconoce victoria opositora e impone arresto domiciliario de Suu Kyi.

2010. Primeras elecciones desde 1990. Gana el promilitar Partido para la Unión, la Solidaridad y el Desarrollo (PUSD). La ONU condena el resultado; boicot opositor. Es liberada Suu Kyi.

2015. Llega al gobierno la LND con Suu Kyi como consejera de Estado.

Febrero 2021 Golpe militar, arresto del presidente y los ministros. Myint Swe encabeza el gobierno.

2017. Revolución de Azafrán; protestas de monjes budistas.

A días de la asonada, algo es cierto: la tensión aumenta y podría involucrar a EE. UU. y China, cuyos intereses opuestos se dirimen en la antigua Birmania. Tras el golpe, vino el movimiento de desobediencia civil que se extendió en todo el país, estalló una huelga general en grandes ciudades y la junta militar decretó el estado de emergencia.

 

EE. UU. tolerante

Que Joseph Biden evitase adoptar una línea dura contra los golpistas, obedece a la tradicional conveniencia geopolítica de su país ante China. Hace décadas que el Departamento de Defensa (Pentágono) tiene la visión de remodelar el trazo geopolítico de Asia para cercar a China con Myanmar; además, es un actor clave para esto, pues desea construir ahí una base que custodie las vías de acceso al océano Pacífico.

Este proyecto surgió desde que China se propuso reconfigurar su matriz energética y fortaleció sus vínculos con Myanmar, puerta de acceso al estratégico Estrecho de Malaca. Esta asociación es muy incómoda para EE. UU., que intenta, por todos los medios, retrasar el auge económico de su adversario, afirma el investigador argentino Antonio López Crespo.

La “preocupación” de EE. UU. por el pueblo de Myanmar abunda en fuertes calificativos, pero también en inexplicable inacción, salvo algunas sanciones. Hace más 20 años que George Walker Bush expresó: “Los estadounidenses están indignados por la situación en Birmania”.

Guerrilla y segregación étnica

A pesar de ser una nación pluriétnica y plurirreligiosa con 135 grupos, domina la mayoría bamar (68 por ciento) entre los 54 millones de habitantes, donde grupos como los rohingyás (musulmanes), los karen y los shan son discriminados. Los casi siete mil knu-knlá se rebelaron contra la esclavitud y tortura; en respuesta, el gobierno militar los declaró guerrilla vinculada al narcotráfico.

Los más segregados son los rohingyás, un pueblo sin tierra que vive bajo un régimen de apartheid, pues no se les reconoce como ciudadanos sino como inmigrantes ilegales del vecino Bangladesh y se les restringe su movimiento, acceso a la educación y el trabajo público, refiere el analista Gonzalo Prieto.

En 2017, la ONU denunció la limpieza étnica y la represión sobre ese grupo, de los que unos 600 mil huyeron a Bangladesh, informa el politólogo Jorge Tamames. La actitud de la muy afamada en Occidente Suu Kyi con respecto a esta etnia, la describió George Monbiot en The Guardian: “Es difícil imaginar a otro líder político reciente en quien tantas esperanzas hayan sido traicionadas con tanta crueldadˮ.

¿Cómo es posible que Bush apoyara la lucha progresista y a la vez condujera guerras genocidas de ocupación con costos de más de un millón de vidas iraquíes y afganas? Preguntó, en 2009, la analista de izquierda Sara Flounders.

La respuesta es que el récord del imperialismo estadounidense en derrocar gobiernos democráticos confirma que nunca ha promovido un cambio democrático real. Así como defendió dictaduras en Tailandia y Pakistán, no ha querido sacar del poder a la junta militar de Myanmar, explica Flounders.

Tras el nuevo golpe en Myanmar, la Casa Blanca llamó a los militares a dejar el poder “de inmediato” y ordenó reconsiderar las sanciones que levantó luego del retorno del poder civil. Sin embargo, las fuerzas político-económicas detrás de Joseph Biden ven, en esa crisis, la oportunidad de restaurar el liderazgo global de EE. UU. “a partir de mostrar lo que puede hacer el equipo de Seguridad Nacional”, según la editorial de The Washington Post.

La revista Foreign Policy coincidió en que el golpe daba a su país una oportunidad para “reafirmar su rol de liderazgo en el mundo libre”. Sin embargo, expertos regionales advierten que una intervención en ese estado para “defender la democracia” expondría a Biden al descrédito, pues no ha consultado al pueblo de Myanmar.

Como es usual, para confundir y manipular la realidad, Washington y su prensa invocaron, el mismo día del golpe, el modelo de las “revoluciones de colores”, dieron voz a los buenos (jóvenes y opositores afines a Occidente) que piden “volver a la democracia” y criminalizaron a los malos (militares y otros países) que cooperan con ellos.

Armas de occidente para la represión

En agosto de 2019, un informe de la ONU reveló que firmas de Israel, Reino Unido, India, Ucrania, Rusia, EE. UU., Francia y otros países suministran armas al régimen. Aviones de combate, vehículos blindados, buques de guerra, misiles y lanza-misiles y minas antipersonales terrestres (prohibidas por la ONU) proceden del exterior.

En 2017, el diario israelí Haaretz, con información de AlWaght, denunció que el genocidio contra civiles en Myanmar se sostenía con armas de EE. UU. e Israel. Hubo denuncias ante el Tribunal Supremo por esa venta desde la organización T’ruah de rabinos en EE. UU.

Las crónicas en EE. UU. y Europa se diseñaron para reeditar los guiones de las más engañosas películas de Hollywood sobre movimientos prodemocráticos en el Sureste Asiático. La prensa y los medios enaltecieron el “gesto de rebeldía” de jóvenes en ciudades de Myanmar que imitan a personajes de la serie Los juegos del hambre levantando los brazos y apuntando tres dedos hacia el cielo como rechazo al golpe.

Para acentuar la dependencia cultural hacia EE. UU., los medios subrayaron cómo la mayoría de los manifestantes imitaban el canto de los estudiantes, el año pasado en Tailandia, al ritmo de Dust in the Wind, de la banda estadounidense Kansas.

Si bien es auténtico el repudio de múltiples sectores y gremios contra la asonada, entre ellos maestros y médicos, la televisión estadounidense presentó emotivos subtítulos como “¡Exigen democracia!” o “Terrible represión”, con imágenes de los nada apolíticos monjes budistas y jóvenes en motocicletas opuestos a la junta militar, cuando camiones lanzaban chorros de agua contra algunos manifestantes.

 

Cercar a China

Lo sucedido en Myanmar el 1° de febrero tiene raíces que se remontan a los cambios mundiales, cuando China comenzó a proyectarse globalmente desde que estableció relaciones con sus vecinos. Tanto a EE. UU. como a China les interesa la posición estratégica de Myanmar.

Más del 80 por ciento del petróleo que importa China transita por el Estrecho de Malaca, en cuyo extremo sur está Myanmar como punto de acceso. Ésa es la ruta más corta para el crudo que viaja de África Occidental y el Golfo Pérsico hacia el mar del sur de China. Por ahí también circula el petróleo para Japón, Malasia, Surcorea y otros más.

Por esa vía marítima de 900 kilómetros con forma de embudo, que une a los océanos Índico y Pacífico y se reduce 1.5 millas justo entre Indonesia, Malasia y Singapur, transita más de la mitad de los supertanques petroleros, con al menos 12 millones de barriles, y los barcos con cientos de contenedores.

Desde el 11 de septiembre de 2001, los geopolitólogos occidentales consideran indispensable controlar ese paso. F. Willim Engdahl sostuvo que se trataba de defender la zona del terrorismo y los piratas, aunque es evidente que EE. UU. pretende cerrar la principal ruta de suministro de energía para China.

En su escalada contra toda influencia china, en octubre de 2005, The Wall Street Journal publicó: “EE. UU. es la única potencia con suficiente fuerza naval para imponer un bloqueo en esa vía”. Meses antes, el entonces presidente chino Hu Jintao advirtió que su país debía desarrollar una estrategia ante el intento de algunos países de “controlar el canal de transportación de Malaca”.

Fue entonces cuando China incluyó en su iniciativa de la Ruta y la Faja al puerto Kyauk Pyu, de Myanmar, como acceso a la red de oleoductos que distribuyen el crudo hacia ese país. El puerto es Zona Económica Especial (ZEE) y Occidente alega que altera la vida de unos 20 mil pobladores de 35 aldeas y daña las pesquerías del litoral por el paso de los tanques petroleros.

El diario Energy Bulletin publicó que Beijing construía un estratégico oleoducto de petróleo y gas con Myanmar de dos mil 300 kilómetros ante la eventualidad de que EE. UU. bloqueara el estrecho. Además, construiría una refinería para recibir los hidrocarburos que así evitaban su paso por Malaca. A través del Consejo de Seguridad de la ONU, Washington intentó imponer sanciones a Myanmar para bloquear el oleoducto y, en un gesto de gran cinismo, liberó de toda sanción a las inversiones de las petroleras Chevron y Total en ese país.

Reto para la diplomacia mexicana

México estableció relaciones con Myanmar el 1° de octubre de 1976, mismas que se mantienen en el contexto de foros multilaterales como la Asociación de Naciones del Sureste Asiático (ANSA). En 2010, Myanmar envió una delegación a la Conferencia de ONU sobre cambio climático; en 2016, el presidente Enrique Peña Nieto se entrevistó, en Nueva York, con la consejera Aung San Suu Kyi y un año después abrió un consulado honorario en Rangún.

México condenó el nuevo golpe desde su sitio como miembro no permanente del Consejo de Seguridad de la ONU. Llamó a las partes al diálogo y reiteró su posición a favor de la solución pacífica. Agregó que nuestra embajada en Singapur, concurrente ante Myanmar, estableció contacto con la pequeña comunidad de connacionales en aquel estado y se cercioró de que estuvieran en buenas condiciones.

Eso muestra los intereses geopolíticos y económicos de EE. UU. en los que usa al Pentágono y su estrategia del “posicionamiento adelantado”, que prevé crear puestos donde sus fuerzas almacenan equipos y tienen acceso libre, explica la especialista española María Florencia Cistari.

 

Crisis y riqueza

La ingobernabilidad en Myanmar es uno de los conflictos más longevos del mundo. En el contexto está un país con altos índices de corrupción, la mayoría de su población en pobreza, inflación alta y creciente descontento social.

Por décadas, las potencias han denunciado violaciones a los derechos de la población, aunque soslayan su propia responsabilidad en la sistemática expoliación de enormes riquezas de ese Estado, que posee ricos yacimientos minerales, entre los que destacan minas de jade imperial en el Valle del Mogok, una de ellas es la mayor del planeta, donde paupérrimos habitantes arriesgan su vida para extraerlo.

Su subsuelo produce el 80 por ciento de rubíes del mundo, entre ellos el Sangre de Paloma, codiciado por su rareza, así como zafiros y lapislázuli. Abunda el oro, del que se extraen diariamente unos 400 kilos, y es tal el apego de los ciudadanos a este metal que lo ahorran en vez de kyats (moneda local) para protegerse de las devaluaciones.

Otra riqueza del país son los hidrocarburos (gas natural y petróleo), pero carece de tecnología para desarrollar una industria petroquímica suficiente. Empresas de EE. UU. y Europa disfrutan de ganancias colosales gracias a las concesiones de la Junta Militar.

Extraen gas en la zona de Yadana y solo querrían derrocar al régimen si así aseguraran mayor capacidad de acción y más lucro. A ello se añade su elevada producción de opio, del que viven aldeas enteras y que venden a los circuitos occidentales del narcotráfico. En Myanmar hay, pues, un gobierno rico con población miserable.


Escrito por Nydia Egremy

Internacionalista mexicana y periodista especializada en investigaciones sobre seguridad nacional, inteligencia y conflictos armados.


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