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Las posturas económicas del nuevo gobierno no son claras, pero lo que sí es claro es que sus decisiones irresponsables ya empiezan a tener efectos negativos en las tendencias económicas del país. Tan pronto se dio el resultado de la farsa de consulta, el dólar llegó a los 20 pesos, al tiempo que la bolsa de valores cayó más del cuatro por ciento en una sola jornada. Lo peor de todo es la manipulación que se hace del pueblo. Como en campaña se dijo que cancelaría el aeropuerto, pero tomar la decisión como Presidente tendría gravísimas consecuencias, se inventó un mecanismo para lavarse las manos, que le han llamado ya el mecanismo Poncio Pilatos, para que finalmente se haga lo que ya se había acordado con la gran empresa privada y la carta de Carlos Slim, de su puño y letra, antes de que se hiciera la consulta lo revela: estamos dispuestos a seguir con la obra de Texcoco con solo recursos privados y la administración del Aeropuerto, que tendrá ganancias del 40 por ciento en el largo plazo (altísimas), se quedarán en manos de esos empresarios y no del gobierno, como hubiera sido deseable. Pero, aún así, esas decisiones son, repito, irresponsables, pues los mercados no razonan como el equipo de trabajo de Andrés Manuel López Obrador (AMLO), a la ligera.
Ahora bien, ¿y qué son ideológicamente los integrantes del nuevo gobierno? ¿Son de izquierda? ¿Marxistas? ¿Maoístas? ¿Trotskistas? ¿Trumpistas? ¿Neokeynesianos? ¿Qué son? No se sabe.
El primer indicio de que no se sabe qué son lo refleja la heterogénea composición de la bancada de Morena que aglutina: expriistas, experredistas, expanistas, exmovimiento ciudadano, exverde-ecologistas y muchos más “ex”. Sí han declarado públicamente, aunque no AMLO, que yo haya escuchado, que son de izquierda; sin embargo, los hechos parecen demostrar otra cosa. Veamos.
En realidad, nada se puede sacar en claro de las declaraciones, salvo que los males de México, dicen, derivan de la “corrupción”, pero hasta ahora no encuentro por ningún lado cómo han de combatir la corrupción y, lo peor de todo, es que la “consulta”, fuera del marco legal establecido en la Constitución de la República, fue un macro ejercicio que promovió la corrupción, pues gente votó más de una vez y en videos se muestra cómo los encargados de cuidar el orden y el buen desempeño de la consulta llenaban con sus manos las boletas. Se dijo, también, que la fuente de toda la riqueza provenía de la “corrupción” (cuestión que ya refutamos puntualmente en otro artículo de este mismo semanario). Esto quiere decir que, usando un poco de lógica formal, si se acaba la corrupción, se acaba la pobreza y se acaban todos los males de este país.
Sin embargo, lo único que he visto es que se están enredando con su propio lazo, pues la irresponsabilidad de su consulta ha puesto a México muy mal y, por ende, se reducirán la inversión y la creación de empleos; los capitales, que no tienen restricciones, saldrán del país ejerciendo presión sobre el precio del dólar y sobre el precio de la gasolina; Jonathan Heath, candidato de AMLO a vicegobernador del Banco de Mexico, señala que “el nuevo Gobierno no se está ayudando. Busca complicar un escenario ya de por sí bastante complicado. Uno de los mayores problemas que enfrentará serán los limitados ingresos públicos. Pero una buena parte de sus propuestas van a limitar todavía más los ingresos. Ante una plataforma petrolera disminuida, ha dicho que dejará de exportar petróleo para refinar en casa, lo que va a disminuir los derechos por la exportación y hará que suba el costo de producir gasolina. Ha dicho que bajará el IEPS a la gasolina, lo que implica menos ingresos por impuestos indirectos y pudiera causar el regreso de subsidios. Va a reducir drásticamente el IVA y el ISR en la zona fronteriza, lo que significa menos ingresos tributarios. Ante estas propuestas, va a tener que limitar todavía más el gasto”. Como se ve, no hay rumbo.
No son marxistas, porque si lo fueran, apoyarían el desarrollo de las fuerzas productivas, para la generación de riqueza que posteriormente, mediante la revolución socialista, distribuirían de manera equitativa. No son neokeynesianos, porque una de las palancas de desarrollo planteadas por esta corriente es la inversión y su multiplicador; sin embargo, el freno al aeropuerto por esa absurda vía de la mal llamada consulta frenará la inversión y, por lo tanto, el multiplicador del PIB, lo mismo que obligará a tener políticas restrictivas tanto de oferta monetaria como de gasto público.
¿Son austeristas? Mark Blyth nos pone en perspectiva en su libro Austeridad, historia de una idea peligrosa, los efectos que ha de tener para nuestra economía seguir una política de “austeridad” (y cabe aquí hacer notar que la austeridad no elimina la corrupción, por el contrario, la va a impulsar, pues si antes tenias un ingreso A mayor que B, tendrás incentivos para corromperte para que tu ingreso B, más lo que te ingrese por corrupción, sea al menos igual que A): “La austeridad es una forma de deflación voluntaria por la cual la economía entra en un proceso de ajuste basado en la reducción de los salarios, el descenso de los precios y un menor gasto público... Según creen quienes abogan por esta terapia, la adopción de este paquete de medidas sabrá generar una mayor ‘confianza empresarial’, dado que el gobierno habrá dejado tanto de ‘copar’ el mercado inversor al absorber todo el capital disponible mediante la emisión de deuda como de incrementar la deuda nacional, ya ‘excesivamente grande’ de por sí... Está claro que la austeridad no funciona, si por ‘no funcionar’ entendemos que a través de ella no se consigue ni la reducción de la deuda ni el fomento del crecimiento económico... la austeridad acarrea más prejuicios que ventajas”.
¿Qué son entonces? Dicen algunos que pertenecen a la corriente del nacionalismo económico: “término general que expresa el propósito político de lograr un desarrollo económico autosuficiente. El nacionalismo económico no es una doctrina en sí, sino un conjunto de medidas que apuntan, supuestamente, hacia la eliminación de la dependencia y la creación de una base económica altamente diversificada. Los gobiernos que han seguido esta línea de acción han tratado de desarrollar la industria pesada, concentrándose también en la autosuficiencia alimentaria y en el desarrollo de una minería ligada a esas industrias: petróleo, carbón, acero, uranio, etc. Los acontecimientos de los últimos años han demostrado que el nacionalismo económico rinde pocos frutos en un mundo interdependiente, donde los adelantos tecnológicos se suceden a un ritmo acelerado. El resultado ha sido, casi siempre, la generación de una estructura industrial rezagada con respecto a la competencia internacional que impone altos costos a los consumidores locales”.
Todo indica que son “ocurrentes” o que están aplicando en México, como ya se ha dicho en otros momentos, la teoría del caos. El problema es que los platos rotos los ha de pagar nuevamente el pueblo de México. ¿Cómo van a hacer para aplicar los principios del nacionalismo económico en una economía cuyo PIB está relacionado, en un 70 por ciento, con la economía internacional y con un acuerdo comercial negociado y blindado por el gobierno saliente que heredará el entrante como marco para instrumentar lo no instrumentable? El tiempo nos lo dirá. Mientras tanto, el llamado al pueblo de México es el mismo: unirse y organizarse en el Movimiento Antorchista Nacional para crecer; tener las fuerzas suficientes para alcanzar el poder político del país y poder instrumentar, ahora sí, una política sensata, verdaderamente en favor de los más desprotegidos.
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Escrito por Brasil Acosta Peña
Doctor en Economía por El Colegio de México, con estancia en investigación en la Universidad de Princeton. Fue catedrático en el CIDE.