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Estados Unidos, como acostumbra, mide con “doble vara”. Y ahora, además, se contradice. En la cumbre del Grupo de lo los 20 (G-20), celebrada en Indonesia, su actual presidente Joseph Biden declaró que su “política de una sola China no ha cambiado”. Pero a mediados de este mes, Lai Ching-Te, miembro del Partido Progresista Democrático (PPD) de la isla de Taiwán, antes de visitar Paraguay realizó una “escala” en Nueva York –que se ubica nada menos que a ¡siete mil 308 kilómetros de distancia!– en esta visita habló como el representante de una nación-Estado independiente y no de una región integrante de la República Popular China (RPCh).
Para algunos, el calificativo de “alborotador independentista” que el Ministerio de Relaciones Exteriores de la RPCh aplicó a Lai Ching-Te, podría resultar exagerado; pero es necesario conocer la historia para explicar por qué actuó así este político taiwanés; cuándo el representante de Taiwán visitó antes a Nueva York; por qué Beijing reaccionó de la manera en que lo hizo; por qué la RPCh plantea “una sola China”; y por qué Washington se obstina en negar esta política soberana y frenar el avance económico del gran gigante del extremo oriente en el mundo.
La respuesta es muy sencilla pero contundente: porque los imperialistas estadounidenses están perdiendo su papel hegemónico en el orbe y se ven obligados a recurrir a todo tipo de acciones provocadoras, violentas y groseras para impedir este histórico suceso.
Pero no hay nada mejor para entender lo que ocurre entre la China continental y su isla Taiwán, que recordar el origen histórico de sus actuales disparidades. En función de este propósito, me basaré en la información contenida en el libro ¿Por qué y cómo funciona el Partido Comunista de China?, publicado por Xie Chuntao. Al término de la Segunda Guerra Mundial en 1945, el gobierno del Kuomintang (KMT), encabezado por Chiang Kai-Shek, empezó a perder simpatías entre el pueblo chino y, cuatro años después, la correlación de fuerzas era ya favorable al Partido Comunista de China (PCCh) liderado por Mao Tse-Dung, quien el 1° de octubre de 1949 fundó la RPCh.
Expulsado del poder por el PCCh, el KMT se refugió en Taiwán y desde entonces “se mantuvo una relación hostil entre ambos lados del estrecho de Taiwán”, destaca Xie Chuntao. Esta isla, que durante la Segunda Guerra Mundial fue invadida por los japoneses y liberada el 15 de agosto de 1945, cuando Japón se rindoó, había sido reconocida como parte del territorio de China en la Declaración de El Cairo, suscrita por China, EE. UU. y Gran Bretaña en diciembre de 1943, y la misma reivindicación se produjo en la Declaración de Potsdam, el 25 de octubre de 1945.
A pesar de estos precedentes, en 1950, cuando inició la Guerra de Corea, “la Séptima Flota de EE. UU. entró en el estrecho de Taiwán para impedir su liberación por el Ejército chino”, recuerda Xie Chuntao, para fortalecer la defensa del KMT, firmar un “Tratado de Defensa Mutua” con sus autoridades locales, asumir la “protección” militar de la isla y separarla de la China continental. Por ello, desde 1949 hasta 1970, con el apoyo del gobierno estadounidense, Taiwán fue el “único representante legítimo de China en la Organización de las Naciones Unidas (ONU)”.
Sin embargo, el cinco de octubre de 1971 se votó la resolución AGONU 2758, con la que después de 22 años la RPCh fue admitida como la única y legítima representante de China en la ONU, con 76 votos a favor, 35 en contra y 17 abstenciones. México, Canadá, Chile, Cuba, Ecuador, Guyana, Perú y Trinidad y Tobago fueron los únicos países del Continente Americano que apoyaron esta histórica resolución.
En la Asamblea General de la ONU, el entonces presidente de México, Luis Echeverria Álvarez, consideró el ingreso de la RPCh a esta organización como “un avance trascendental para realizar el principio de universalidad”, brindó una cálida bienvenida a “los representantes de la nación que alberga en su territorio la cuarta parte de la población mundial: la RPCh y su consecuente ingreso al sitio que le corresponde en el Consejo de Seguridad”.
El presidente de EE. UU., Richard Nixon, intentó presionar a Echeverría Álvarez mediante una llamada telefónica para que México se abstuviera en la votación porque, obviamente, quería evitar que el gobierno espurio de Taiwán fuera expulsado con la entrada de China a la ONU. Eugenio Anguiano Roch, en el libro Echeverría, visto a través de su tiempo, coordinado por don Augusto Gómez Villanueva, recuerda que Taiwán ha sido territorio de China desde tiempos antiguos y que la parte continental de China y Taiwán integran un solo país.
México inició sus relaciones diplomáticas con China el 14 de febrero de 1972; hoy, 171 países reconocen al gobierno de la RPCh como el único y legítimo y consideran que la “cuestión de Taiwán” es un asunto meramente interno del gigante asiático, cuya complicación se debe al intervencionismo estadounidense y otras fuerzas extranjeras, explica Xie Chuntao.
Los intentos de liberar pacíficamente a Taiwán del influjo imperialista estadounidense se iniciaron a principios de los 60 del siglo pasado, durante el gobierno del presidente Mao Tse-Dung, con la política “Un programa y cuatro subprogramas”. Desde entonces, se han efectuado todo tipo de encuentros con el afán de respetar el principio de una sola China. Xie Chuntao argumenta que las confrontaciones son más agudas y complicadas que nunca entre las fuerzas independentistas y las anti-independentistas, que surgieron durante el periodo 2004-2008.
Sin embargo, la política de China es clara: “no transigiremos la posición de persistir en el principio de Una Sola China y no abandonaremos los esfuerzos por las negociaciones de paz, no cambiaremos la buena fe de buscar el desarrollo pacífico de ambos lados junto con el pueblo taiwanés, no vacilaremos en la voluntad de defender la soberanía y la integridad territorial del país, no se tolerará la independencia de Taiwán”.
Pero el gobierno estadounidense, que permite la entrada a gente como Lai Ching-Te de Taiwán sin considerar la opinión de la parte continental, mientras en su frontera sur frena el paso de miles de latinoamericanos que únicamente buscan trabajo y no desestabilizar esa nación, violenta el principio de no intervención. ¿La razón? Porque China, con su visión pacífica y multipolar, ha ganado terreno en el mundo y eso no le cae bien a un país supremacista como EE. UU.
Desde la perspectiva estadounidense, Taiwán es para China lo que Ucrania es para Rusia. Y los imperialistas de la Casa Blanca no tienen amigos sino intereses; apoyan a Ucrania lo mismo que a Taiwán para provocar tensiones de guerra, incluso de carácter nuclear. Los pueblos del mundo deben combatir enérgicamente las agresiones estadounidenses y pronunciarse a favor de la política de “una sola China” para que ésta sea respetada por todas las naciones con EE. UU.
Por eso debemos condenar que los estadounidenses reciban en su territorio a Lai Ching-Te y debemos expresar nuestra solidaridad con el pueblo chino, al gobierno chino y al PCCh.
Es la hora de la acción: o se construye un sistema económico equitativo o las futuras generaciones pagarán una factura más cara.
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Escrito por Brasil Acosta Peña
Doctor en Economía por El Colegio de México, con estancia en investigación en la Universidad de Princeton. Fue catedrático en el CIDE.