El Premio Nobel de Física 2025 fue entregado a los científicos Clarke, Devoret y Martinis.
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Las cintas de ciencia-ficción –al igual que las obras literarias del mismo género– llegan a plantear, cuando son de alta calidad artística, situaciones que proyectan los problemas futuros de la humanidad y también sus posibles soluciones. En los últimos años, la industria cinematográfica se ha llenado de historias “futuristas” cuyo contenido argumental, sociológico, incluso político, lejos de contener gran aliento humano pinta ese futuro lejano como algo “deshumanizador” o “aterrador”. Esta corriente artística forma parte de las llamadas “distopías”. A estas alturas del partido, sería largo enumerar todas las películas que, en los últimos años, han inundado las carteleras cinematográficas y las plataformas streaming, ahora muy populares por el confinamiento que la pandemia ha provocado en el mundo entero. Pero sería una ingenuidad imperdonable creer que las historias “distópicas” son solo una simple moda o una visión pesimista del futuro de la humanidad. Creo que los filmes llenos de pesadumbre, totalitarismo, desastres ambientales, esclavitud y atroces pesadillas son algo premeditado y que los ideólogos del “arte” y la industria del entretenimiento los usan como “lavados de cerebro” para mostrar a la gente que el mundo de hoy “es el mejor de los mundos”, que ningún habitante de la Tierra debe “aspirar a ningún cambio progresista” y que el cambio es sinónimo de “desastre” y “futuro ominoso”.
La cinta IO, sola en la Tierra (2019), del realizador estadounidense Jonathan Helpert, es un filme futurista que relata la hipotética devastación ambiental de la Tierra debido a que los humanos decidieron “aprovechar” la energía térmica de otros cuerpos celestes y con ello provocaron un cambio radical en la composición de su biósfera, que los océanos se llenaran de amoniaco y que se muriera la mayoría de los hombres, los animales y los vegetales. Fue el fin de la vida en gran parte de la Tierra y los pocos sobrevivientes lograron irse a IO, una de las lunas de Júpiter, la cual tiene condiciones propicias para la vida. Los pocos humanos viven en las partes altas del orbe, donde todavía queda algo de oxígeno. Sam Walden (Margaret Qualley) es la joven hija de un científico que se aferra a la Tierra, pues tiene la esperanza de que el medio ambiente llegue a recuperarse. Vive sola en un paraje en las montañas. Cuando le informan que los últimos humanos están a punto de salir hacia IO y que debe apresurarse para abordar la nave espacial, llega un sobreviviente que viaja en globo aerostático. Se entabla una relación de amistad con Micah (Anthony Mackie), un afroamericano que busca a su padre y quien al enterarse de que éste falleció, decide partir también en la última nave de la operación Exodus. Hasta ese momento, Sam se hallaba dispuesta a viajar a la luna de Júpiter; sin embargo, después de visitar el viejo museo de la ciudad más cercana y cuando está a punto de subir al globo de Micah, que la llevaría al lugar del despegue de la nave espacial, de manera sorpresiva se quita el casco que la protege del aire mortal de la atmósfera de la Tierra.
La cinta IO, sola en la Tierra ha sido duramente criticada por su lentitud “soporífera”, por su falta de mejores escenarios. En lo personal creo que, como cinta “ambientalista”, no deja mal sabor de boca. Sin embargo, ninguna de las críticas hechas al filme de Helpert destaca que su mayor error es el enfoque “distópico”. La humanidad debe ser capaz de evitar cualquier desastre que extinga la vida en la Tierra.
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Escrito por Cousteau
COLUMNISTA