La aplicación de una ley sobre actos pasados y no futuros, así como la “retroactividad”, están prohibidas en el mundo porque arriesgan la seguridad jurídica de las persona.
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Sucedió en el Rancho del Norte de San Juan Bautista, hoy Barrio del Norte, en la zona de Nombre de Dios. Sus moradores guardan recuerdos de las guerras apaches del Siglo XIX.
El Barrio del Norte, se llama, pero antes, muy antes, el lugar se nombraba Rancho del Norte de San Juan Bautista, y todavía llegan recibos del agua con ese nombre: Rancho del Norte. El lugar quedó ya como una colonia urbana, contigua a Nombre de Dios y colindante con las colonias Lince y Fraccionamiento Los Nogales.
Y acá, en el número 308 de la calle Manuel Aguilar, se yergue esta casona de adobes. Quien vea la casa por fuera, tan sin chiste aparentemente, nunca podrá imaginar que, a mediados del Siglo XIX, sus moradores varones se parapetaban en el techo con rifles para repeler las incursiones de los indios apaches.
El techo de terrado y de vigas era entonces más alto que en la actualidad, aun y cuando ahora sigue siendo de una altura desmesurada para los estándares modernos.
Algo muy sobresaliente de esta casa es que, junto a la vivienda contigua, la del actual número 310, y entre ambas, los propietarios habían dejado una cuchillita, un hueco entre las construcciones que utilizaban para esconder ahí a las mujeres para protegerlas durante aquellos ataques del Siglo XIX. La puertita era de madera, y el hueco no era más ancho de un metro, pero este sitio, al que todavía llaman “la covacha”, salvó muchas veces a las mujeres de la casa y aun a las vecinas.
Doña Catalina Domínguez, quien tiene viviendo aquí toda su vida, y es ya mujer de edad, relata que su comadre Chila, Hersilia Balderrama, quien falleció hace ya más de 50 años, sí llegó a esconderse en “la covacha”, y que contaba que le tocó embutirse en ese hueco junto con otra joven, parienta de ella. “Nosotros le compramos la propiedad a mi comadre en 1955”, recuerda Catalina.
Debe saber el lector que, además de esas terribles ocasiones en que las bandas de atacantes se podían divisar a lo lejos gracias a la polvareda de los caballos, había otras, cuando los apaches llegaban sigilosos y caían sobre este caserío sin misericordia.
Eran entonces tres casitas escasas y aquí pegaban primero los apaches que iban con rumbo a Chihuahua o que venían de allá. Era el paso natural, de todas maneras, porque por aquí transcurría el camino real.
“Por supuesto que los indios no venían con el propósito de asesinar a los moradores del rancho, pero sí de llevarse comida y ganado –cuenta Raúl Trejo Domínguez, hijo de doña Catalina–, aunque ya en la refriega caían heridos de uno u otro bando”.
La casona fue primero de don Gumersindo Balderrama, quien tenía otro terreno contiguo en la colindancia al Sur, donde tenía el hombre una huerta (se habla de la segunda mitad y finales del Siglo XIX) que le trabajaba un chino, empleado de él.
Cuentan acá los vecinos, a manera de leyenda, que el tal chino se aparece en la actualidad como un fantasma, porque en una ocasión lo sorprendieron y asesinaron unos ladrones para robarle al creer que iban a encontrar mucho dinero. El chino, de quien se perdió el nombre, sembraba la tierra de don Gumersindo con hortalizas, y era fama de que, en los días de mercado, salía el campesino con un carro cargado hacia el mercado, en el centro de Chihuahua. A las cuatro o cinco de la mañana, el carro de las hortalizas, jalado por un caballo, se alumbraba el camino con una lámpara de petróleo. Al regreso del mercado, ya al medio día, el chino entregaba puntualmente al patrón el producto de las ventas.
Al chino le cortaron la cabeza, una noche hace ya como noventa años.
Pero no todo eran guerra y agresiones acá en el Rancho del Norte. Había ocasiones en que los apaches venían en son de paz; y aquí, en la familia Trejo Domínguez, se ha conservado durante generaciones el relato de cuando el jefe Victorio venía a visitar a don Félix Hernández, quien era compadre del capitán de los apaches. Bajaba Victorio de la Sierra del Chilicote, que así se llamaba antes la Sierra de Nombre de Dios, con apenas dos guerreros para resguardarlo, y éstos se quedaban afuera de la casa de don Félix. Adentro, los compadres conferenciaban y brindaban con algo de licor y comían de lo que hubiera. Ese domicilio corresponde en la actualidad al número 305 de la misma calle Manuel Aguilar, que hace 50 años se nombraba calle Rancho del Norte, y es notable porque ahora hay ahí un portón blanco metálico.
“Llegaba Victorio a correr a todos los vecinos para poder platicar de manera segura con el compadre”. Este don Félix era padre de Cornelio Hernández, quien fue contemporáneo del padre de Raúl Trejo.
Así, entre incursiones armadas, entre treguas temporales, zozobras y trabajo duro, transcurría la existencia en el Rancho del Norte, hoy Barrio del Norte, que en los días que corren es ya tan solo una colonia urbana de la ciudad de Chihuahua, pero que fue, durante siglos, un puesto de avanzada hacia el norte de la ciudad y parte integrante además, de la parroquia y misión de San Juan Bautista.
Esta memoria histórica llegó a la actualidad gracias a que la contaban en el barrio los señores Ortiz, los “ortices”, a quienes tocó en suerte haber nacido a fines del siglo Diecinueve y haber vivido buena parte del Veinte. Estos señores habían sido rifleros en su natal San Andrés Riva Palacio, es decir, cazadores, y quienes acá en el Rancho del Norte poseían y pastoreaban grandes rebaños de chivas.
Los Trejo, los Domínguez y los “ortices”, son de fuera, pero se sabe que este caserío, tan al norte de la ciudad de Chihuahua, estaba poblado por los indios conchos originarios de la región, y que varios de sus descendientes moran aquí todavía.
Al respecto, el escritor e historiador Ernesto Visconti Elizalde dio la siguiente información acerca del origen y formación de Nombre de Dios; y gracias a él tenemos una noción más cercana a la realidad de cuándo fue nombrado así el lugar.
Escribe Visconti: Fue el adelantado capitán general don Juan de Oñate y Salazar quien pisó el suelo de la hoy ciudad de Chihuahua, el 15 de marzo de 1598, décima expedición al norte y primera en llegar a la hoy Chihuahua.
(Paréntesis de Froilán Meza: Oñate y Salazar: 1550–1626, fue un conquistador de Nueva España, explorador y virrey de la provincia de Santa Fe de Nuevo México en el virreinato de Nueva España, en el actual estado estadounidense de Nuevo México. Realizó y dirigió las primeras expediciones españolas a las Grandes Llanuras y al valle bajo del río Colorado, donde se encontró con numerosas tribus indígenas en sus tierras de origen.).
Continúa Ernesto Visconti: ... Expedición que llegó procedente de El Charco, y caminó paralela al río Chuvíscar, hasta su confluencia con el río Sacramento; ahí cruzaron hacia el norte, para descansar en la ranchería de indios Conchos llamada Nabacoloaba –hoy Nombre de Dios–, donde actualmente está el templo de San Juan Bautista, el que en su exterior tiene placas de bronce, mencionando el antecedente histórico, pero equivocadas en sucesos y fechas, pues las dedujeron de la obra del capitán Gaspar Pérez de Villagrá, Historia de la Nueva México, que escribió en versos asonantes y en castellano antiguo a su paso por la zona; y con grandes omisiones; aclaradas (estas omisiones y errores gracias al trabajo de investigación del suscrito, y de mi esposa Alma Esther Ortega Morán; quien localizó en la biblioteca virtual Miguel de Cervantes, en España, “la segunda carta de relación” que enviara Oñate, desde “la Nueva México”, el 2 de marzo de 1599, al virrey Gaspar Zúñiga y Acevedo, y en donde refiere al inicio de ésta: “Del río de Nombre de Dios escribí últimamente a Usía Ilustrísima”.
Y en un segundo párrafo dice: “Salí Señor Ilustrísimo del río de Nombre de Dios, a diez y seis de marzo, con la gran máquina de carretas”. ¡Eureka!, este dato echaba por tierra la teoría de que Nombre de Dios se llamaría así hasta 1697; cuando los frailes franciscanos fundaron ahí, la “Misión de San Cristóbal de Nombre de Dios”. Además, pude comprobar que serían 20 kilómetros más adelante y cinco días después, un Jueves Santo, donde topándose con el mismo río lo rebautizaría –por desconocimiento– como “Río del Santo Sacramento”; ahí donde hoy está el puente para llegar al obelisco; era una zona arbolada, donde se diría misa, se harían sacrificios y se construiría la primera capilla de grandes troncos, en nuestro municipio y no en Nombre de Dios. Sólo así se pudo conciliar la marcha de las 45 carretas que avanzaban de dos a tres leguas por día, según el clima y la calidad del terreno. Con estos datos, el itinerario se ajustó con perfección hasta su llegada “al Sauz”, lugar que ellos designarían como “El Descendimiento de la Cruz”. Continuaron el camino de “Tierra Adentro”.
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Escrito por Froilán Meza
Colaborador