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Gobierno de AMLO: demagogia, clientelismo y nada más
Los hechos demuestran que no estamos ante una clase política nueva, sino ante la misma de siempre y con los mismos errores, los mismos manejos.
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Al arte de usar el lenguaje con un propósito persuasivo se le llama retórica. Aunque es una disciplina transversal, es decir, que puede ser utilizada en varios ámbitos de la vida social, es en la política donde encontramos su mayor uso. Sin embargo, no estamos acostumbrados a escuchar políticos que verdaderamente sean maestros de la palabra; la democracia burguesa de nuestro tiempo se ha convertido más en un espacio para las campañas de marketing en las que disputan las empresas que venden marcas de perfume, zapatos, etc. que para debatir propuestas e ideas. En pocas palabras: mucha imagen poco discurso (ideas).

De allí que se vaya convirtiendo en una lamentable costumbre mirar cómo se desvanece la línea entre la farándula y la política. Ahí están los ejemplos del comediante Volodímir Zelensky, que será el próximo presidente de Ucrania y antes, en Guatemala, Jimmy Morales, otrora comediante y actual mandatario de su país.

No se necesita ser un erudito para entender que la retórica y la oratoria de los políticos casi ha desaparecido, entre otras cosas, porque el antagonismo real en la política ha sucumbido. ¿Por qué? Porque la influencia de la clase adinerada, dueña de grandes monopolios y consorcios industriales en el mundo, es tan poderosa en la política que todos los contendientes, si es que quieren acceder al poder público, tienen un estrecho margen para disentir; dicho en otras palabras, los políticos no confrontan, sino que, en la mayoría de los casos, son aliados del poder y son manipulados por los más influyentes.

También es cierto que el repudio que tienen las mayorías por la política nace de lo escandaloso y corrupto del ambiente. Entre políticos siempre hay ataques entre unos y otros y sus descalificaciones sustituyen al debate. De este modo, el triunfo de los candidatos se da más por el desprestigio que por la lucidez en la palabra y las ideas.

Este es el caso de nuestro presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO). Su discurso u oratoria no es su mejor cualidad. Su rapidez mental no se advierte lúcida ni poderosa y cuando los argumentos se manifiestan resultan soporíferos y fragmentarios; y aunque en los mítines y eventos públicos la fuerza de su voz aumenta, sus explicaciones no son más contundentes. Recurre a lugares comunes: “mafias”, “gobiernos de antes”, y usa coloquialismos: “me canso ganso”, “fifís”, etc.  

Puede incomodar decirlo, pero es real: su calidad como político no fue la que lo colocó como Presidente, sino la política antipopular de sus contrincantes. Su Movimiento Regeneración Nacional (Morena) se engrandeció por esta inconformidad, pero nunca explicó ni concientizó a las masas con la exposición de un proyecto de país bien definido que trascendiera el neoliberalismo; se montó sobre la popularidad de AMLO y nada más. En la mayoría de los actos de propaganda de otros candidatos de Morena estuvo presente la figura del caudillo, lo que ocasionó su éxito electoral, aunque literalmente no existiera. El resultado fue que llegaron al poder muchos políticos reciclados, amparados por la buena fama del dueño de Morena, pero sin posturas políticas propias ni inteligentes. Los hechos demuestran que no estamos ante una clase política nueva, sino ante la misma de siempre y con los mismos errores, los mismos manejos.

Y no es exageración: los apoyos monetarios no solucionan la pobreza de los millones de mexicanos (existen estudios que confirman esto); pero estas dádivas sí son un mecanismo efectivísimo para el manejo electoral. Por esto es importante que los sectores populares aviven el sentido y no admitan sus palabras como verdades inapelables. Los cambios que solo se sostienen en palabras no son cambios, son argucias políticas, estrategias publicitarias para mantener a un grupo en el poder. No está de más decirlo: el cambio profundo a favor de las mayorías empobrecidas no puede transitar por la misma clase política. Lejos de ello, debe nacer de una población consciente de su papel en la política, organizada y participativa. Retórica maltrecha y no respaldada por hechos contundentes no es más que demagogia corriente, y esa sí, conservadora.


Escrito por Daría Hernández

Columnista


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