En semanas recientes se han identificado 20 embarcaciones destruidas y 83 defunciones.
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La República Bolivariana de Venezuela tiene más de 31 millones de habitantes, de cuyos electores el 68 por ciento apoya a su gobierno. Por su tamaño ocupa el séptimo lugar entre los países latinoamericanos más grandes. Tiene dos características sobresalientes que constituyen una verdadera ofensa para “el mundo de las libertades”. La primera, que durante el gobierno de Hugo Chávez Frías se instauró el socialismo, 10 años después de la caída estrepitosa de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS); y, la segunda, que posee el 20 por ciento de los veneros del diablo (yacimientos de petróleo) del total mundial y una dotación abundante de otros minerales con alto valor comercial.
El comandante Hugo Chávez optó por una ruptura total con Washington y el control financiero que la Casa Blanca ejerce a través del Banco Mundial (BM) y del Fondo Monetario Internacional (FMI). La injerencia de Estados Unidos (EE. UU.) en los países latinoamericanos no es nueva, ya que procede desde que promulgó la Doctrina Monroe a principios del siglo XIX y con ella ha hecho y desecho a su antojo en nuestros países.
En su asedio contra Venezuela, primero contra el comandante Chávez y ahora contra Nicolás Maduro, participan los gobiernos de diversos países encabezados por EE. UU. Lo hacen con el argumento de que quieren restaurar la “democracia” en un país democrático y restablecer las “libertades” en un país que ejerce su libertad soberana.
El imperialismo “libertador” bombardea diariamente a Venezuela mediante el uso de los medios de comunicación internacionales; con información amarillista hablan del sufrimiento del pueblo venezolano, del desastre económico y la hiperinflación insostenibles. Pero callan el criminal boicot comercial permanente que Washington y sus aliados han impuesto a este país a fin de provocar el caos y el desorden social.
Esos medios de prensa guardan un silencio sepulcral de los avances sociales que el Estado bolivariano ha logrado para beneficio de la población mayoritaria de Venezuela a través de programas de vivienda, salud y aumentos de salarios para los trabajadores. No podemos negar que el pueblo sufre, pero ¿qué nación puede soportar estoicamente tales embestidas sin desgastarse un ápice?, ¿por qué reclamar al gobierno en turno el bajo crecimiento económico, cuando esto es el resultado de la embestida yanqui?
Si contáramos tan solo los últimos eventos de este año, veríamos que el asedio no da tregua ni respiro para hacer tronar a Venezuela y así apoderarse de sus valiosos recursos. Tales estrategias deberían avergonzar al mundo civilizado, porque no solo son ridículas y descabelladas, sino que violan flagrantemente las leyes internacionales.
Los ejemplos sobran: la insistencia en sostener a un presidente interino surgido de la nada y nombrado por nadie. El show de los artistas y la “ayuda humanitaria” que solo es una provocación para minar la soberanía. Además de esto, hay varias preguntas que conviene plantear a los países civilizados que ven como normal que el imperialismo yanqui esté interviniendo en Venezuela: ¿Sus Estados permitirían que grupos de oposición radical y violenta promueva un golpe de Estado (fallido) y que los dirigentes de estos canallas se paseen libremente como lo hacen en Venezuela? ¿Cuánto más debe soportar el pueblo venezolano ante el silencio cómplice del mundo civilizado? ¿Qué tiempo le dejan al pueblo y al Estado para corregir las deficiencias en la producción de satisfactores industriales y agropecuarias, si a diario deben estar defendiéndose de tan feroz embestida?
Es curioso ver cómo en México los líderes de opinión de la prensa más rancia funcionan como el muñeco del ventrílocuo. No puede ser coincidencia que prestigiados periodistas como Carlos Loret de Mola, Sergio Sarmiento, Pablo Hiriart y Raymundo Riva Palacio, por mencionar algunos, rasguen sus vestiduras exigiendo a Nicolás Maduro que restablezca la libertad y la democracia en el país hermano, sin considerar las terribles consecuencias que una intervención militar tendría para el pueblo venezolano y para el mundo entero.
Y, lo más irónico de todo, es que uno de los personajes que más ha empobrecido al pueblo mexicano, don Ricardo Salinas Pliego, el actual asesor económico del presidente López Obrador, haya señalado en una de las conferencias mañaneras de éste que la desigualdad es un proceso natural y que en el diario El Financiero haya escrito, basándose en el respeto al derecho juarista –que por lo visto no ha comprendido bien–, que los venezolanos merecen un país libre y próspero, claro, sin Maduro y sin socialismo.
Sí, don Ricardo, los venezolanos merecen eso y más, pero la prosperidad y el progreso no vendrán de EE. UU. ni del neoliberalismo. Pero no solo los venezolanos, don Ricardo, merecen un país libre y próspero: también los mexicanos lo merecemos. Pero, por lo visto, tampoco será usted y su cofradía los que traigan felicidad al pueblo mexicano. Éste será el resultado de una larga lucha que los mexicanos tendrán que dar para conquistar sus reivindicaciones sociales. Pero, eso sí: si Venezuela resiste el asedio, el mundo saldrá ganando.
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Escrito por Capitán Nemo
COLUMNISTA