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Si crees ser “clase media”, es muy probable que estés equivocado; pero incluso si lo eres, estás más cerca de ser pobre que millonario.
De acuerdo con la última medición de pobreza del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval), para 2022, 72.9 por ciento de la población en México era pobre o vulnerable. En términos absolutos, esto significa que 94 millones de personas, en un país de 128.9 millones, no podía satisfacer a cabalidad sus necesidades, ya sea porque sus ingresos eran insuficientes para adquirir la “canasta básica alimentaria y no alimentaria”, o porque presentaban una o más carencias en materia de vivienda, servicios, alimentación, educación, salud o seguridad social.
Con base en esta información, podríamos suponer que los “no pobres y no vulnerables”, que para Coneval representan el 27.1 por ciento de la población, es decir, 34.9 millones de personas, son la clase media. Sin embargo, esto es impreciso. De este porcentaje, sería necesario descontar, por un lado, a las personas de “clase alta” y, por otro lado, a las personas que, a pesar de no ser directamente pobres o vulnerables, se encuentran apenas por encima de estos umbrales. La situación socioeconómica de este último grupo resulta tan frágil que están a una enfermedad o accidente de caer en la pobreza.
Pero entonces, ¿de qué tamaño es la “clase media” en México? El Consejo de Evaluación de la Ciudad de México (Evalúa CDMX) tiene una respuesta a esta pregunta.
Algo que conviene aclarar antes de presentar los datos, es que los métodos de medición de la pobreza empleados por el Coneval y por Evalúa CDMX son distintos. Ambos métodos son multidimensionales. Sin embargo, Evalúa CDMX utiliza umbrales de pobreza más estrictos, considera más detalladamente los distintos grados de insatisfacción de las necesidades básicas, incluye la dimensión de tiempo libre (ausente en la medición del Coneval) y no segmenta a la población con carencias entre “pobres y vulnerables”.
En este espacio no es posible abundar más en las particularidades de cada método; sin embargo, era importante señalarlo porque los resultados de la medición de pobreza dependen directamente del método utilizado. Es por esto que, como veremos a continuación, los porcentajes de pobreza reportados por Evalúa CDMX y Coneval son distintos.
De acuerdo con Evalúa CDMX, para 2022, el 75.8 porciento de la población experimentaba algún grado de pobreza, es decir, 97.7 millones de personas. Consecuentemente, la población no pobre, el 24.2 por ciento restante, asciende a 31.2 millones. Sin embargo, en este grupo, hay 15.8 millones que se encuentran en la categoría de “satisfacción mínima” (12.7 por ciento de la población).
Las personas con “satisfacción mínima” se encuentran efectivamente sobre los umbrales de pobreza, pero muy apenas. Estamos hablando de un grupo de mexicanos y mexicanas que cuentan con ingresos apenas suficientes, tienen mínimamente cubiertas sus necesidades de vivienda, salud, alimentación, educación, seguridad social, condiciones sanitarias, telecomunicaciones, servicios y tiempo libre. Sin embargo, su grado de satisfacción está tan cerca del mínimo aceptable que resulta ser extremadamente frágil: prácticamente cualquier eventualidad (enfermedad, fallecimiento, despido, etcétera) puede precipitarlos directamente a la pobreza.
De acuerdo con Evalúa CDMX, el “estrato medio” está integrado por apenas 11.1 por ciento de la población y el “estrato alto” por sólo el 0.8 por ciento. En términos absolutos, esto significa que sólo 14.3 millones de personas son de “clase media” y exclusivamente un millón pertenece a la “clase alta”.
Como se puede apreciar, el problema de la pobreza en México es descomunal. Si agregamos a la población en pobreza y con “satisfacción mínima”, resulta que 88.1 por ciento de la gente en México, es decir, 113.5 millones de personas, en un país de 128.9 millones, son pobres en algún grado o están a un paso de serlo.
Con respecto a la “clase media”, la situación es un tanto distinta. Este grupo cuenta con ingresos y recursos suficientes para satisfacer sus necesidades básicas y de tiempo libre con cierta holgura. La situación económica no es tan frágil como la de aquellos con “satisfacción mínima”, sin embargo, muchas de las personas del “estrato medio” están más cerca de la pobreza que del “estrato alto”. Aquí, nuevamente, los problemas de salud son uno de los principales riesgos para la estabilidad de este grupo poblacional.
En su reciente y recomendable libro Desiguales: una historia de la desigualdad en México, Diego Castañeda realiza un señalamiento muy ilustrativo sobre el enorme peso que pueden alcanzar los problemas de salud en la economía de una familia:
“Pongamos un ejemplo relativamente común en el sistema de salud: una persona con un desbalance de electrolitos causado por un cáncer avanzado. Siendo una situación común en pacientes de cáncer, un enfermo puede llegar a distintos hospitales públicos y encontrar que no cuentan con los medicamentos para reequilibrar al paciente, por ejemplo, potasio, con lo que fuerzan a las familias a comprarlos por su cuenta. Peor aún, pueden no tener acceso a una cirugía urgente porque existen hospitales donde no hay anestesia en los quirófanos. Sin embargo, si este mismo paciente tiene la posibilidad de pagar algunos cientos de miles de pesos por semana en un hospital privado, puede prolongar su vida y la calidad de ésta sin demasiadas complicaciones. Unos 300 mil pesos pueden ser la diferencia entre morir en un par de semanas en un hospital público o extender la vida por algunos meses con la esperanza de someterse a otros tratamientos”.
Muchos hemos experimentado la angustia de tener a un familiar enfermo y no contar con los recursos para brindarle un mejor tratamiento. Para una persona en pobreza o con “satisfacción mínima” de necesidades, pagar 300 mil pesos en medicina privada es prácticamente imposible, y si acaso lograra hacerlo, sería a costa de un terrible endeudamiento o la pérdida de su patrimonio. Para alguien de “clase media”, acceder a estos recursos es menos complicado, pero aun así resulta sumamente costoso. Incluso la clase media está a una enfermedad grave de caer en la pobreza.
Siguiendo el ejemplo de su libro, Diego Castañeda señala que “usando datos de la World Inequality Database (WID), se pudo verificar que 60 por ciento de los mexicanos tienen menos de 300 mil pesos de riqueza, es decir, el valor de sus activos (casas, automóviles, cuentas de banco, etcétera); y 70 por ciento, menos de 500 mil. Para el 80 por ciento del país, extender su vida pasando una semana en un hospital privado podría significar una reducción de entre 30 y 100 por ciento de su riqueza; dos o tres visitas de éstas significaría una reducción de entre 50 y 100 por ciento de la riqueza del 90 por ciento de las personas”.
La pobreza no es una actitud ni una creencia, sino la carencia objetiva de satisfactores para cubrir necesidades humanas. La pobreza, entonces, vulnera nuestra integridad física y oportunidades de florecimiento humano. En México, contrario a lo que muchos creen, la “clase media” está constituida por un grupo bastante reducido de personas. La gran mayoría no somos clase media, sino que nos encontramos en algún grado de pobreza o contamos apenas con un nivel de satisfacción mínimo. Pero incluso la clase media está en riesgo; una parte importante de ella está más cerca de descender a la pobreza que de ascender a la clase alta.
Considerando la magnitud del problema, resulta inverosímil creer que la pobreza sea resultado de la “flojera” o el vicio, como muchos suelen creer. En el informe de Oxfam de 2024, El monopolio de la desigualdad, se indicaba que, en México, el 0.0023 por ciento más rico del país acaparaba 60 por ciento de la riqueza nacional (propiedades, activos, medios de producción). Por otro lado, en el mismo documento se señalaba que el 50 por ciento más pobre contaba con apenas 4.8 por ciento de la riqueza. México es un país rico, pero con una desigualdad tan grande que la mayoría de su población es pobre.
La pobreza es el resultado de circunstancias estructurales y requiere una intervención política amplia. Es necesario tener esto claro, pues, para superarla y mejorar nuestras condiciones de vida no será suficiente “echarle ganas”. Es necesario, además y sobre todo, que nos organicemos políticamente para promover las reformas pertinentes y construir una sociedad con crecimiento incluyente, una redistribución más justa y un mejor nivel de vida para todos.
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Escrito por Pablo Bernardo Hernández
Licenciado en psicología por la UNAM. Maestro y doctor en ciencia social con especialidad en Sociología por el Colegio de México.