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buzos (b): La clase política pro-occidental desmanteló el Estado de bienestar que Ucrania heredó de la Rusia soviética y expuso al racismo, maltrato y pobreza a la población rusa ¿La Operación Militar Especial rusa avanza en desnazificar el Donbás? ¿Cómo lograrlo, si en Ucrania siguen operando agencias desestabilizadoras como la NED y la USAID?
Nikolay Sofinskiy (NS): Me gustaría recordar que la Operación Militar Especial no surgió de la nada. Se convirtió en consecuencia inevitable de la política anti-rusa seguida muchos años por Occidente, aunque Moscú siempre se orientó por la interacción y, lo que es más importante, por crear espacios comunes de cooperación integradora entre todos los Estados interesados, incluidos los europeos.
Hablábamos de valores paneuropeos y de su difusión panregional en las relaciones entre Europa, EE. UU. y Rusia en ámbitos de seguridad, economía, cultura y regulación jurídica. En 30 años que siguieron a la desintegración de la URSS, nuestros esfuerzos, se dirigieron hacia esas tareas.
¿Qué recibimos de Occidente en respuesta? La ruptura de las bases prácticas del sistema de control de armas, medidas discriminatorias en todos los ámbitos de cooperación comercial y económica, las cinco olas de expansión de la OTAN con el avance de la infraestructura técnico-militar de choque del bloque hacia nuestras fronteras, la separación de las exrepúblicas soviéticas de Rusia con la destrucción de los fuertes lazos histórico-culturales.
Las promesas de los países occidentales y sus acciones han sido descritas por el presidente Vladimir Putin en su entrevista con Tucker Carlson. Ucrania se ha convertido en apoteosis de esa política occidental; primero, se lanzó a desmantelar los vínculos de integración existentes entre ambos países.
Luego, el 21 de febrero de 2014, seguía un golpe de Estado –inspirado en gran medida por Occidente– con la llegada al poder en Kiev de fuerzas radicales de perfil pro-nazi, ideología que condenó el Tribunal de Nuremberg en 1946. Todo ello en el contexto de la desenfrenada rusofobia desatada en un país con millones de habitantes ruso-parlantes, de generalizada cultura rusa y donde en ese momento prevalecía la lengua rusa.
Entonces, en Ucrania comenzó una descarada bacanal contra todo lo ruso. Se destruyeron monumentos que aludían a esa relación con Rusia. Se reescribió la historia. Se quitaron iglesias ortodoxas. Se prohibió la lengua rusa en escuelas, universidades y direcciones de empresas. En el Legislativo se le privó del estatus de medio de comunicación regional.
Finalmente, comenzó a correr la sangre. Se utilizó la fuerza militar contra las regiones ruso-parlantes de Ucrania –Donbás– cuya población rechazaba esas órdenes. Las autoridades ucranianas los declararon terroristas y se lanzó en su contra una operación antiterrorista, con todo el arsenal de las Fuerzas Armadas. Según datos disponibles, unos nueve mil civiles murieron ahí durante esa operación antiterrorista.
Rusia ha ofrecido en repetidas ocasiones su ayuda para resolver los problemas. Centramos nuestros esfuerzos en armonizar las modalidades de participación integradora de Ucrania en los proyectos de la Unión Europea (UE) y la Comunidad de Estados Independientes (CEI) para avanzar eficazmente en el Proceso de Minsk y para acordar enfoques comunes en el ámbito de Seguridad, que formulamos en diciembre de 2021 en borradores de Tratados que propusimos a EE. UU. y la OTAN.
Occidente rechazó todos esos pasos proactivos y Ucrania se convirtió en zona abierta anti-Rusia. Para entonces, las repúblicas del Donbás habían declarado su independencia y acudieron a nosotros en busca de ayuda, que les proporcionamos.
Insisto, no estamos en guerra con el pueblo ucraniano, sino con el régimen antipopular de Kiev, para salvar a sus ciudadanos y a los ucranianos del ruinoso camino y acompañarlos al desarrollo.
Ese país ha perdido su soberanía. Se han destruido todos los cimientos de la estatidad, la economía se ha desmoronado y todo ello en favor de los valores impuestos por Occidente, basados en las categorías del hipertrofiado nacionalismo y la militarización, ajenos a los propios ucranianos.
De ahí nuestros objetivos: la desnazificación de Ucrania, la desmilitarización, un estatus neutral orientado a la cooperación y no a la confrontación y, por supuesto, la protección de nuestros propios ciudadanos, los habitantes del Donbás, que desean ser parte integrante de Rusia.
En cuanto a la USAID y la NED, tiene usted razón: son organizaciones construidas por Washington a su medida, que persiguen –bajo la bandera de la ayuda– promover intereses estadounidenses en cualquier esfera: sea en el campo cultural, de negocios o para influir en la política interna y el sistema estatal de otros países.
Sus metas y objetivos no guardan correlación alguna con las necesidades internas de los países receptores, y a menudo las contradicen directamente. En Rusia, sus actividades se interrumpieron hace tiempo. No sorprende que sigan gozando del favor de las autoridades de Kiev.
b: Fracasó la contraofensiva de Ucrania. Se habla de “errores de cálculo” y diferencia de intereses entre Ucrania y EE. UU. con sus aliados. ¿Por qué fracasó y cuál ha sido el rol de la OTAN en esa contraofensiva?
NS: Los países occidentales contaban con el colapso de Rusia en todos los frentes: tanto sobre el terreno como en la economía; y esperaban que aumentaran sentimientos de protesta en nuestro país, ¡pero se equivocaron gravemente!
El objetivo de Occidente es el colapso de Rusia y controlar sus partes, como dijo el presidente Vladimir Putin. Todos nos damos cuenta de que la situación en Ucrania no es sólo una historia regional, sino una Guerra Híbrida contra nuestro país y un intento de Occidente de atrincherarse en una posición pseudo dictatorial.
Ucrania no es más que una herramienta en manos de EE. UU. y sus aliados de la OTAN. Su objetivo a largo plazo es “derrotar a Rusia en el campo de batalla” a cualquier precio, romper la arquitectura de seguridad en el espacio post-soviético y en Eurasia en su conjunto.
En dos años se han gastado más de 200 mil millones de dólares, muchas veces más de lo que se destina al Sur Global. ¿Qué es lo que más les interesa en estos momentos? Que el conflicto continúe.
Quiero recordarles que, incluso Antony Blinken (Secretario de Estado de EE. UU.) subraya que la continuación de la ayuda a Ucrania es garantía de creación de empleo en su país. Como si no habláramos de financiar una guerra que ya ha cobrado cientos de miles de vidas en Ucrania, sino de algún tipo de proyecto empresarial rentable.
b: Este año Rusia y EE. UU. elegirán presidente y Ucrania será tema clave en sus campañas. Holgadamente, Vladimir Putin se reelegiría en marzo, aunque a Joseph Biden se le dificulta seguir en la Casa Blanca, ¿qué peso tiene Ucrania en los apuros de Biden por la reelección?
NS: En cuanto a las elecciones en EE. UU., expreso mi opinión personal. A pesar de las diferencias en los planteamientos de las cúpulas dirigentes de ese país respecto a muchos problemas internacionales, la élite política norteamericana ha desarrollado un consenso peculiar respecto a Rusia.
Se basa en una combinación de las categorías de cooperación y confrontación, pero con un claro sesgo hacia esta última, con el contenido predominante de los elementos de contención y disuasión.
No nos hacemos ilusiones de ningún cambio radical de este paradigma; pero en principio, estaremos abiertos a cooperar con cualquier gobierno que elija el pueblo de EE. UU., siempre que se base en los principios de igualdad, respeto a la soberanía y consideración de intereses mutuos.
b: ¿Ucrania es un barco que se hunde y hoy huyen de ahí sus antiguos aliados, como Alemania, Polonia e, incluso, UE?
NS: Creo que muchos en Europa están hartos de Ucrania. Por inercia, a través de la autosugestión, intentan mantener esta situación a flote. No sé cuánto será suficiente y sus electores estarán listos para soportar el deterioro de la situación socioeconómica en muchos países de la UE, cuando Ucrania recibe cantidades fabulosas; miles de millones de dólares y euros.
Cuanto antes el Occidente colectivo se dé cuenta de que la solución del conflicto ucraniano –que él provocó– sólo será posible a través del logro de los objetivos de una Operación Militar Especial. Como dijo el presidente Vladimir Putin: si EE. UU. deja de suministrar armas, todo terminará en unas pocas semanas.
b: El presidente de EE.UU. ha pedido a su Congreso más fondos para Ucrania. Los republicanos le exigen a cambio, que controle la migración en la frontera con México. ¿Qué piensa de que esa ayuda de EE. UU. a Ucrania genere la crisis fronteriza con México?
NS: La crisis ucraniana parece impregnar todas las esferas del pensamiento político de EE. UU. Se ha convertido en el objeto central de su política interior y exterior. A ella están ligados los intereses del Complejo Militar-Industrial estadounidense, las ambiciones políticas de sus gobernantes y, por supuesto, en parte, las perspectivas de la campaña electoral.
Los estadounidenses están llevando la cuestión ucraniana a todos los ámbitos de sus actividades; por tanto, no es de extrañar que esta cuestión se vincule ahora a la situación migratoria en las relaciones con México.
Se trata de una típica política estadounidense de “doble rasero” o “doble moral”, cuando bajo el lema de ocuparse de unos retos se impulsan las soluciones que necesitan sobre otros que no tienen absolutamente nada que ver entre sí.
Esto es lo que en política internacional llamamos “pretensiones hegemónicas” al construir relaciones con los socios no sobre los principios de la Carta de la ONU, sino sobre algún “orden basado en reglas”.
b: En dos años se reconfiguraron las alianzas y surgieron la escalada entre Israel y Hamás, el bloqueo de hutíes al Mar Rojo y la nueva ofensiva de EE. UU. en Irak y Siria. ¿Esto último apuntaría el intento de EE. UU. de volver a Siria para desafiar a Rusia, única en combatir ahí al Estado Islámico?
NS: Los ataques aéreos de EE. UU. con bombardeos estratégicos en el territorio de Irak y Siria, que han destruido y dañado decenas de instalaciones y matado a civiles, han demostrado al mundo entero, una vez más, el carácter agresivo de la política estadounidense en Medio Oriente y el absoluto desprecio de Washington por las normas del Derecho Internacional.
Es obvio que los ataques aéreos están, deliberadamente, diseñados para exacerbar aún más el conflicto. Al atacar EE. UU., casi sin pausa, las instalaciones de grupos supuestamente pro-iraníes en Irak y Siria, intenta a propósito sumir en el conflicto a los países más grandes de la región.
Los últimos acontecimientos lo confirman: EE. UU. no busca –ni ha buscado nunca– soluciones a los problemas de la región. Washington siempre se ha conformado con el estado de las cosas, cuando las contradicciones crónicas en Medio Oriente no hacen sino agravarse.
La cuestión no es tanto la tradicional indiferencia de los “estrategas” estadounidenses hacia las aspiraciones e intereses de los Estados regionales, sino su obsesión por crear focos de tensión desde Finlandia hasta el Canal de Suez, desde Libia hasta Afganistán. Lejos de sus fronteras, más cerca de sus “adversarios” y al mismo tiempo, de sus leales aliados de la OTAN y la UE.
Vladimir Putin dice verdad cuando afirma “La guerra la ganamos nosotros”. Y también cuando remacha dirigiéndose a los veteranos: “Ustedes salieron vencedores absolutos en la batalla contra el nazismo y eternizaron la memoria del nueve de mayo de 1945".
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Escrito por Nydia Egremy
Internacionalista mexicana y periodista especializada en investigaciones sobre seguridad nacional, inteligencia y conflictos armados.