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Brújula
El pueblo en guardia
Un gobierno progresista debería ponerse como meta lograr la mejoría y la felicidad de sus ciudadanos combatiendo a la pobreza.


Andrés Manuel López Obrador y los grupos izquierdistas fueron, durante muchos años, enemigos de la militarización del país y de ello hay constancia. La lucha contra las arbitrariedades y la represión por parte de los militares fueron parte de sus banderas de lucha. Fueron muy exigentes de que se impartiera justicia a los familiares de los masacrados en Aguas Blancas, Acteal y recientemente de Ayotzinapa, por poner algunos ejemplos. Pero ni el tiempo ni la historia olvidan; y de esos aparentes defensores del pueblo hoy no queda nada. El 30 de junio inició sus actividades la Guardia Nacional, con la justificación de que es necesario conformar un mando único para enfrentar la enorme inseguridad y violencia que hay en el país.

El ejército está en la calle, aunque vaya con otro nombre. La Guardia Nacional ha iniciado con 70 mil agentes –aun con el disgusto de la extinta Policía Federal– y se espera que este número se duplique en un futuro cercano. Es cierto que la descomposición social y la violencia han provocado muertes como si el país estuviera en guerra, pero quienes hoy gobiernan se equivocan al confundir los síntomas con la enfermedad. El problema de México es la enorme desigualdad entre los que tienen todo y los que no tienen nada, no la corrupción; si bien ésta efectivamente permeó en todos lados, solo sigue siendo un síntoma visible de la urgencia de cambiar el modelo económico. La clase rica tiene a manos llenas y la mayor parte de la población, un 80 por ciento, está con las manos y el estómago vacíos. La desigualdad es la que aumenta el descontento social y multiplica los males hasta llegar a un límite incontrolable.

Los pobres tienen pocas posesiones; lo único con lo que nacen es con su fuerza de trabajo, que va desarrollándose con los años hasta que termina cuando llegan a la vejez. Con la venta de esa fuerza de trabajo, de la que otros se apropian, en el mejor de los casos pueden hacerse de algunos satisfactores para reproducirse y pasar la vida. Desde las épocas remotas, el ejército ha realizado bien sus funciones de contener a los miserables, proteger la propiedad privada y la libertad de comercio. No se ve que ahora vaya a ser diferente.

El Presidente ha insistido en que no va a usar a la Guardia Nacional para reprimir al pueblo, porque además ésta se ha nutrido con el pueblo y es el pueblo uniformado. Sí, tiene razón el Presidente, el ejército tiene su base social en los jóvenes de los estratos más bajos, quienes ante el desalentador panorama del desempleo encuentran trabajo en sus filas, donde ya con la camisa puesta y disciplinados, acatan las órdenes de sus superiores contra el mismo pueblo. Pero no solo el ejército se nutre del pueblo: también lo hace el crimen organizado, en el que otros jóvenes, igualmente desalentados y deslumbrados por la riqueza fácil, se enlistan para ejecutar “trabajos” donde ganan más que los 100 pesos del salario mínimo.

La pobreza generada por el modelo económico es la madre de estos vicios. Un gobierno progresista debería ponerse como meta lograr la mejoría y la felicidad de sus ciudadanos combatiendo a la pobreza. No vemos que pase esto. La Guardia Nacional está siendo utilizada para perseguir y contener a los migrantes, además de reprimir abiertamente a los ambulantes. Los dos fenómenos, migración y ambulantaje, son consecuencia de la falta de empleo; es decir, de la pobreza y la falta de oportunidades que asfixia a la población, mientras la sacrosanta propiedad de los poderosos, y todas sus riquezas mal habidas, son bien resguardadas.

Ante este nuevo agravio y la cercana represión, el pueblo debe estar alerta, y ponerse en guardia. La hora del pueblo ha llegado; pero para ello es necesario y urgente que se le den los elementos teóricos para su educación. El problema es cómo llegar a los obreros y a los hombres del campo, que a diario son vacunados para no trabajar conjuntamente en la solución de sus problemas. ¿Cómo juntar a un pueblo que la religión y los partidos políticos han dividido? ¿Quién es el valiente que llevará al pueblo la verdad? Los métodos utilizados por la religión han sido efectivos para formar a los soldados de Cristo. El pastor o el cura logran atraer a las masas a su redil. Los antiguos frailes apostaron a los hijos de los indígenas para lograr rápidamente la conversión religiosa. El secreto de su éxito, aparte del apoyo institucional, fue haberse sumergido en las entrañas del pueblo mismo. Un cambio verdadero solo es posible con el pueblo y si la luz el progreso conduce a él, que nadie se desvíe del camino.


Escrito por Capitán Nemo

COLUMNISTA


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