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El árbol sagrado de Tesalia
Según narra Ovidio, en el corazón de la región de Tesalia existía un bosque sagrado dedicado a Deméter, la diosa de la fertilidad.
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Según narra Ovidio, en el corazón de la región de Tesalia existía un bosque sagrado dedicado a Deméter, la diosa de la fertilidad. Allí se erigía un árbol sagrado y majestuoso cuya sombra acogía las danzas de las ninfas. Erisictón, un rey ambicioso, ordenó derribar el árbol y obtener su madera para usarla en la construcción de su palacio. 

En tanto que se trataba de un árbol sacro, parte de la riqueza natural y común del bosque, talarlo en beneficio de un rey significaba desafiar las leyes divinas, las cuales ignoró Erisictón, quien asesinó a un siervo que dudaba de cumplir sus órdenes. Finalmente, Erisictón derribó el árbol por su propia cuenta y la diosa Deméter le envió un castigo: el Hambre se apoderó de su cuerpo. Desde ese momento, Erisictón no podía dejar de alimentarse, un apetito infinito lo poseía. Consumió sus rebaños, sus reservas que podrían alimentar a una ciudad, imploró por comida como si fuera un mendigo, pero una vez que había agotado todas las riquezas a su alcance, en un acto de desesperación, devoró su propia carne. Ningún alimento colmó su hambre, pese a que engulló todo a su paso, incluso aquello que le correspondía a su pueblo.      

El hambre de Erisictón, según el filósofo Anselm Jappe, ilustra la lógica de un sistema social en donde la acumulación sin fin es un pilar fundamental. Así como el rey arremetió en contra de lo sagrado para alimentar su ambición, el capitalismo defenestra lo sacro y el bien común para someterlos a la lógica mercantil. La mercantilización de los bienes no sólo se da desde un ámbito material, a través de la apropiación de los medios naturales comunes, sino que también ocurre a través de la apropiación y el despojo cultural. 

Como señala Adolfo Sánchez Vázquez, en el sistema capitalista, la cultura deja de ser una forma de praxis libre y transformadora para convertirse en un producto más del mercado, destinado a satisfacer la demanda no del espíritu, sino del consumo. Es decir, no se crea ya propiamente por un deseo genuino del artista, por el contrario, generalmente las producciones artísticas responden a exigencias externas, impuestas: producir, vender, agradar, visibilizarse, acumular likes en redes sociales. La obra de arte en el capitalismo, como el árbol talado de Tesalia, pierde su sacralidad. Así, el arte se comercializa, se convierte en una mercancía que circula, posee valor, pero carece de sentido. En este sistema, generalmente, la cultura alimenta al capital mientras empobrece su propio cuerpo, tal como Erisictón que, dominado por su hambre, termina comiéndose a sí mismo. Es éste el campo al que se ven confrontados los artistas contemporáneos: producir arte les vincula por necesidad al capitalismo, pero su obra, aunque finalmente tenga que ser vendida, es decir, aunque finalmente tenga que ser mercantilizada y puesta en circulación, tiene la potencia de estar llena de contenido, de un contenido histórico que critique al mismo sistema. Solamente un pensamiento que vaya en contra de la vacuidad y la ignorancia cobra una relevancia histórica que confronta al sistema y logra, de alguna manera, superarlo, en tanto que se materializa en las acciones de las personas que perciben el mensaje de la obra artística y lo hacen propio. Ya lo dijo Marx: “el mundo tiene, desde hace largo tiempo, el sueño de una cosa, de la que sólo hace falta que posea la conciencia para poseerla realmente”. 

 


Escrito por Betzy Bravo García

Investigadora del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales. Ganadora del Segundo Certamen Internacional de Ensayo Filosófico. Investiga la ontología marxista, la política educativa actual y el marxismo en el México contemporáneo.


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