Aunque el FMI avaló el desempeño macroeconómico, también resaltó la debilidad económica del país.
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La idea de que es posible el dominio absoluto y duradero de un Estado nación sobre el resto del mundo ha constituido un elemento central de la ideología norteamericana desde al menos el Siglo XIX. La doctrina Monroe, el llamado “siglo americano”, entre otras, son algunas de las formas en que las clases dominantes de los Estados Unidos han revestido sus objetivos de política exterior: subordinar al resto del mundo a las necesidades de su desarrollo capitalista. El llamado “momento unipolar” que vivió el mundo tras el colapso de la Unión Soviética parecía darle sustento a la idea de que tal dominio absoluto era posible.
Sin embargo, defender esta concepción en pleno 2025 resultaría totalmente absurdo. Desde inicios de siglo, pero principalmente a partir del aumento de las tensiones militares con Rusia en 2014 y el ascenso indiscutible de China como principal potencia económica y tecnológica del mundo, comenzaron a proliferar las ideas y discusiones en torno al “surgimiento” del mundo multipolar. Planteada así la cuestión, parecería que el mundo podría ser, o bien “unipolar”, o bien “multipolar”. Desde el punto de vista marxista, esto no es preciso: el unipolarismo absoluto resulta simplemente imposible, dado que existen fuerzas que, aunque en algunos aspectos refuerzan la hegemonía de un país y sus capitales sobre el resto, por otro lado la minan y terminan erosionándola irremediablemente.
Esta lógica contradictoria se puede entender a partir de lo que León Trotski denominó la ley del desarrollo desigual y combinado en Historia de la Revolución Rusa. El desarrollo de distintas formaciones sociales (y de las naciones desde que existen como tales) se da siempre de manera desigual: unas avanzan en el desarrollo de sus fuerzas productivas más rápidamente que otras. En el capitalismo, esto se constata en la primacía de los capitales de una nación en el terreno económico en virtud de su superior productividad, lo que les permite dominar en la competencia a los capitales localizados en otras partes del mundo. Esta asimetría en el desarrollo de las fuerzas productivas es, a su vez, la base de la dominación militar y política que, en mayor o menor grado, un Estado nacional puede ejercer sobre el resto. Así, la supremacía de un Estado sobre los demás tiene una lógica que la refuerza y hace muy difícil de romper.
Pero ésta no es toda la historia. De serlo, Gran Bretaña hubiera conservado y expandido su imperio –donde nunca se ponía el Sol– al resto del mundo, en virtud de ser, en su momento, la única potencia propiamente industrial del planeta. Si sólo existiera el desarrollo desigual, no habría “geopolítica” ni “multipolarismo”: el mundo estaría condenado a ser esclavo eterno de la potencia dominante.
Lo que explica que esto no suceda es la otra cara de la ley histórica mencionada: el desarrollo combinado. Éste se refiere a que los países rezagados, justamente por su atraso con respecto a quienes van a la vanguardia, pueden apropiarse de los avances ya alcanzados en esos países y, así, potencialmente, saltarse etapas en el desarrollo de las fuerzas productivas y en las transformaciones de sus relaciones sociales. En otras palabras, no tienen que repetir el mismo camino paso a paso, sino que pueden comprimir en poco tiempo lo que en el país más avanzado llevó décadas. Francia, Alemania, Estados Unidos y Japón no tuvieron que pasar por el telar manual, el telar mecánico movido por energía hidráulica y finalmente el telar mecánico a vapor: pudieron desarrollar su industria partiendo de esta última forma, incluso perfeccionándola. Lo mismo sigue siendo cierto al día de hoy. Es lo que permite que una nación atrasada pueda, bajo ciertas condiciones, en poco tiempo acercarse o incluso superar a quienes antes le llevaban amplia ventaja. Así pues, el multipolarismo actual no surge de la nada: es la expresión más reciente del desarrollo combinado en el capitalismo moderno.
Ahora bien, la existencia de un mundo multipolar no garantiza paz ni estabilidad. Por el contrario, la experiencia histórica muestra que, en el capitalismo, la competencia entre varias potencias conduce inevitablemente a choques cada vez más violentos. La Primera Guerra Mundial marcó el ocaso británico; la Segunda Guerra Mundial fue resultado directo de la pugna entre potencias en un escenario multipolar. Hoy asistimos a un panorama en el que esas tensiones se repiten bajo una nueva forma: la resistencia cada vez más exitosa al imperialismo norteamericano y sus lacayos.
De ahí que el debate central no sea entre “unipolaridad” y “multipolaridad”, sino entre dos tipos de multipolarismo: el capitalista, regido por la competencia y la guerra, o un multipolarismo socialista, que progresivamente socave las bases sobre las que se erige la opresión de las naciones débiles por las fuertes.
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Escrito por Jesús Lara
Licenciado en Economía por El Colegio de México. Doctorante en Economía en la Universidad de Massachusetts Amherst de EE.UU.