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Hace ya más de 30 años que la teoría de la dependencia económica ha desaparecido del debate público. En relación con las recientes amenazas del gobierno de Estados Unidos (EE. UU.) de imponer aranceles del cinco por ciento a mercancías mexicanas, considero que las relaciones de dependencia entre países ricos y países pobres sigue siendo una teoría válida y que sustituirla con conceptos como “economía globalizada” es recurrir a eufemismos para disfrazar las desigualdades entre las naciones.
La teoría de la dependencia sostiene que el subdesarrollo está conectado de manera estrecha con la expansión de los países industrializados; esto significa que los países más industrializados como consecuencia de su posición geográfica y sus recursos naturales condicionan el avance de los demás, así se explica que algunos tengan un nivel de desarrollo más alto que otros.
La dependencia de México hacia EE. UU. es muy vieja. México llegó al siglo XX con la Revolución Mexicana, que echó los cimientos de la economía capitalista; EE. UU. estaba a punto de entrar a la Primera Guerra Mundial, en la que contribuyó a la rendición de Alemania con el Tratado de Versalles, en 1919. Ya al término de la Segunda Guerra Mundial quedó como cabeza del bloque capitalista.
La hegemonía de EE. UU., creada desde finales del XIX y consolidada con la Segunda Guerra Mundial, dejó a México en una desventaja que le ha costado cada vez más cara. El más reciente de los costos fue que el gobierno mexicano tuvo que ceder ante la amenaza Trump de imponer el cinco por ciento de aranceles a los productos mexicanos si no frenaba la migración, aceptando el papel de “tercer país seguro”; si algún migrante quiere entrar a EE. UU. tendrá que seguir todo el proceso legal desde México, cuyo gobierno deberá asumir los costos para mantenerlo en el país.
No es ninguna victoria la que se consiguió frente a la política proteccionista de EE. UU.; lo que los medios y el gobierno en turno callan es que México tiene una dependencia económica absoluta hacia el país vecino del norte. De haberse impuesto aranceles a las exportaciones mexicanas –la amenaza sigue latente si no disminuye el flujo migratorio en un plazo de 45 días– de la tasa inicial del cinco por ciento se habría llegado gradualmente hasta el 25 por ciento, lo que significaría que el 80 por ciento de las exportaciones serían gravadas.
Esto habría implicado un golpe duro. Las empresas exportadoras se verían afectadas en sus ventas; la falta de ganancias en esas compañías se traduciría en despidos, en una mayor pérdida de la capacidad de adquisición de mercancías de las masas populares –ya de por sí miserables– y en una disminución aún más intensa de la actividad económica que, en el peor de los casos, llevaría al país a una recesión.
Si no se reconoce el problema de la dependencia, no se pueden proponer medidas para sobrellevar las consecuencias de acciones como las que propone Trump. Reconocer el problema implica romper la dependencia hacia EE. UU. diversificando nuestro comercio exterior con la Unión Europea (UE) y con otras economías emergentes, como China, India y Rusia, así como volver la vista hacia grandes naciones de América Latina como Brasil y Argentina.
El gobierno de Andrés Manuel López Obrador (AMLO) no diagnostica de manera acertada y por lo tanto no puede actuar correctamente. De seguir la ceguera y la improvisación, a México no le quedará sino aceptar lo que el gobierno del país vecino le quiera imponer, porque sus mecanismos de negociación son limitados y endebles.
Dos aspectos urge contemplar: el fortalecimiento del mercado interno y la diversificación del mercado exterior. El primero implica generar empleos bien remunerados para aumentar el poder adquisitivo de los mexicanos; crear una política fiscal progresiva donde paguen más impuestos los que más ganan y generar una política que contemple obras gubernamentales de infraestructura para generar bienestar. Lo segundo requiere de la búsqueda de alianzas con países emergentes y consumidores de mercancías mexicanas que permitan no depender de su compra por cuenta de EE. UU. Solo de esta manera tendremos mecanismos de negociación.
Dentro de este contexto, la mejor política que debe de seguir el Gobierno Federal es fortalecer la unidad nacional y las organizaciones de la sociedad civil (contrario a su política actual de polarización) para garantizarla. Debe entender que sin independencia económica no podrá tener independencia política; y que en esa tarea, quienes lo pueden ayudar son los empresarios mexicanos y las organizaciones sociales. De lo contrario, está condenado al fracaso y la mayoría de los mexicanos, especialmente los pobres y marginados, pagará los platos rotos.
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Escrito por Rogelio García Macedonio
Licenciado en Economía por la UNAM.