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Algunas consecuencias de una mala política cultural
Parecen pocas las consecuencias de que un amplio sector del pueblo ignore y no cultive expresiones artísticas de alta exigencia estética –teatro, danza, literatura, pintura, escultura, etc.– porque se les considera de “élite” o meros adornos intelectuales
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México se ha caracterizado por tener un Estado que poco o nada ha apoyado a la cultura y las artes. Problemas de bajo presupuesto, museos ignorados, artistas sin becas, concursos de arte mediocres, etcétera, desde hace muchos años han formado parte de su política cultural cotidiana. Frente a este panorama era de esperarse que un gobierno que se autoproclama distinto de los anteriores –no solo porque proviene de un partido político diferente, sino porque además dice sustentar una política progresista– buscaría la manera de cambiar la situación de abandono en una de las más importantes expresiones de la creatividad de los mexicanos.

Sin embargo, la esperanza que pudo haber existido con respecto a esta posibilidad pronto se desvaneció. Y ello ocurrió porque este año la Secretaría de Cultura (SC) deberá realizar sus funciones de apoyo, divulgación y promoción cultural con un presupuesto anual 3.9 por ciento menor al que tuvo en 2018, que de suyo era muy bajo. Este recorte presupuestal ha provocado que los problemas que la SC arrastraba de administraciones anteriores se hayan agudizado. Aun aceptando la reciente aclaración de que a la fecha no se ha cerrado ningún museo por falta de presupuesto y que todos funcionan normalmente, este hecho no implica que las cosas estén marchando bien en este segmento de la cultura nacional.

Según datos oficiales, en lo que va de 2019, seis museos no han recibido un solo visitante. Este hecho es preocupante; la asistencia de los mexicanos a los museos ha venido a la baja en el pasado reciente y en 2018 hubo 7.4 millones de visitas menos que en 2017.  De acuerdo con una encuesta del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) el 23 por ciento de la población consultada dijo que no visita museos porque no se les difunde o publicita; el 22.8 contestó que no acude porque le “falta la cultura”’; el 14.5 porque no le interesa visitarlos; el 10.9 porque no tiene tiempo y el 7.3 por ciento porque no le gustan. Con base en estos datos, podemos advertir que el grueso de la gente no va a los museos porque no se entera de lo que sucede en el ámbito cultural del país. Esta situación puede revertirse destinando más recursos a la difusión de la cultura y a los espacios donde se brindan exposiciones y espectáculos artísticos. Pero esto no es posible, por supuesto, si se recorta el presupuesto de la Secretaría de Cultura.

Con respecto al porcentaje de las personas que no acuden a los museos porque no tienen interés, o porque no les gustan, es también posible revertir ambas actitudes con base en un gasto específico destinado a buscar los temas artísticos y culturales susceptibles de atraerlos. Es obvio que una inversión mayor en la divulgación de las artes de calidad no puede tener un efecto inmediato entre la población que no se interesa por éstas, pero el aumento en el presupuesto de las instituciones del Estado trae consigo la posibilidad de elaborar programas que tengan como meta brindar atención a estas personas. En este objetivo, por ejemplo, las secretarías de Educación y Cultura podrían unir esfuerzos para crear talleres de artes en todas las escuelas de nivel básico y medio superior, a fin de generar desde temprana edad el interés de los mexicanos por todo tipo de expresiones culturales y no solo por las tradicionales o populares.

Parecen pocas las consecuencias de que un amplio sector del pueblo ignore y no cultive expresiones artísticas de alta exigencia estética –teatro, danza, literatura, pintura, escultura, etc.– porque se les considera de “élite” o meros adornos intelectuales. Sin embargo, en la creación de estas artes no solo se desarrollan el intelecto y la capacidad manual de los individuos, sino también los conjuntos sociales. Como pueblo aumentaría nuestra capacidad de apreciar y entender el arte y crecerían las destrezas artísticas de nuestros hijos, hermanos y padres.  Además, se desarrollaría un sentido de unidad profundo, pues podríamos ser capaces de observar y comprender el mundo a través de los ojos de los otros y sentirnos identificados con esa perspectiva. El cambio en las políticas culturales no solo es un capricho estadístico, sino una necesidad del pueblo mexicano.


Escrito por Jenny Acosta

Maestra en Filosofía por la Universidad Autónoma Metropolitana.


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