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Muchos no tienen acceso a una casa propia y viven de alquiler. Existe también una masa inmensa sin un techo sobre sus cabezas. Y los hay quienes, por adicciones y otras calamidades que se les vinieron encima, perdieron toda oportunidad de tener una vida “normal”, una vida funcional.
Imposible caminar por Kensington e ignorar la razón de por qué le nombran “el barrio zombi de Filadelfia”. El consumo de drogas sintéticas en este lugar de Estados Unidos (EE. UU.) hace que los adictos caminen entre el resto de la gente como si fueran muertos vivientes. No puedes evitar cuestionarte: ¿te has metido acaso dentro de las escenas de una película de terror? ¿Hay equipos de camarógrafos a tu alrededor y un director haciéndose cargo de las tomas?
No, porque los zombis son reales, y caminan a tu lado. Bueno, no es que caminen, exactamente; los que todavía se sostienen en pie, pareciera que se van a desplomar en este mismo momento: tambaleantes, con la mirada perdida, dan manotazos a su alrededor sin motivo aparente, babean, están sucios. Balbucean, más que hablar.
Un gran número de personas, emponzoñadas por el consumo de heroína o fentanilo, deambulan con lentitud, arrastrándose sin destino concreto. Pero esto no es todo: entre la Calle 2 y la Avenida Kensington, hay otra zona de casi un kilómetro de extensión junto a las vías del tren en la ciudad de Filadelfia. Le llaman Badlands (“baldíos”), y se ha convertido en refugio para cientos de adictos a la heroína. El gobierno local los desaloja, y ellos vuelven subrepticiamente. Avanzas por la calle Gurney sobre un camino de tierra, pasas por detrás de un viejo taller automotriz y llegas hasta las vías del tren. Sigues, y te encuentras con un campamento bajo un puente donde se reúnen los adictos a la heroína. “El suelo es un mar de jeringas y agujas usadas y de cucharas quemadas”, tal es la descripción de un testigo.
El distrito de Kensington fue antaño una activa zona industrial a la que acudían personas foráneas en busca de trabajo. Pero a medida en que decayó la economía nacional, fueron desapareciendo las fábricas y se perdieron los oficios manufactureros. La tasa de empleo y los precios de las viviendas se desplomaron, los hogares fueron abandonados y tapiados, y apareció en automático la venta ilegal de drogas. Ahora, gente que llega a Kensington de distintas zonas de la ciudad, del estado (Pensilvania) y del país, vienen a buscar heroína y fentanilo, porque éste es el mayor mercado de drogas al aire libre ¡de toda la Costa Este!
Tomando el hecho de que no todos los “sin techo” o homeless en Filadelfia pertenecen a los campamentos de zombis, buscamos información más amplia. El departamento denominado Homeless Service System (Sistema de Servicio a los Sin Casa), informa que entre 14 mil 849 y 17 mil 776 personas recibieron atención del año 2019 al 2022, a. La falta de vivienda en Filadelfia se ve agravada por una de las tasas de pobreza más altas del país, del 21.7 por ciento. De ese porcentaje, el 11.7 por ciento vive en extrema pobreza, con ingresos por debajo del 50 por ciento del límite federal, y que son los más pobres entre los pobres.
Detroit, Michigan, otrora la famosa ciudad sede de la gran industria automotriz, una zona manufacturera que no tenía parangón en el mundo, hoy vive una realidad muy distinta. En la actualidad, su población más pobre se debate en medio de una serie de azotes sociales: el desempleo galopante, el deterioro paulatino e incesante de todos los servicios públicos, la falta de viviendas dignas y, por si fuera poco, una creciente masa de homeless y, encima, la enorme cauda de adictos “en condición de calle”, que es el término endulzado con el que las autoridades denominan a los condenados a no tener hogar (terminología que el gobierno mexicano también usa para ocultar la realidad).
¿El estimado lector también quiere cifras endulzadas por la autoridad? En el año 2022, “seis mil 221 personas en Detroit experimentaron falta de vivienda”. Sin embargo, se cree que esos números son una subestimación del total de quienes viven en las calles. Es decir, que una cosa es que la autoridad informe y otra que se le pueda creer. Pero, ¿por qué esas cifras no son creíbles? Ah, por la catástrofe que viven los pobres en esa ciudad. Detroit fue una de las urbes más grandes del país, pero de los años 60 a los 70, la reestructuración industrial y los problemas en la industria automotriz provocaron una disminución en la población y el empleo. En 2013, la ciudad se declaró en bancarrota, con una deuda de 18 mil 500 millones de dólares.
Entre 2000 y 2012, Detroit perdió 250 mil habitantes y cerca de 80 mil viviendas están abandonadas o tienen serios desperfectos que las hacen inhabitables. Aunque entre el 1º de julio de 2022 y el 1º de julio de 2023, Detroit ganó mil 852 residentes, lo que marca la primera vez desde 1957 que la ciudad no ha perdido población.
Cabe la pregunta: ¿por qué hay personas sin hogar en las calles de Detroit, si hay tantos suburbios abandonados? Detroit tiene muchas familias sin hogar a pesar de la existencia de incontables viviendas abandonadas debido a que la crisis de personas sin hogar está relacionada con otros factores, como los altos alquileres y la escasez de viviendas asequibles. Es decir, el factor determinante es la generalidad de bajos ingresos laborales. Acá, la gente es tan pobre que no puede mantener una vivienda funcionando con todos los servicios y todas las características mínimas necesarias para que una familia viva decentemente bien. ¡Y las comunidades están deprimidas social y económicamente! No es posible que una familia viva bien por tener ingresos aceptables si el entorno lo forman vecinos que no cumplen los requisitos para tener una casa funcional. Ya es el barrio el que no funciona.
En Los Ángeles, California, hay más de 75 mil personas sin techo; es la segunda ciudad de EE. UU. con más población en esta situación, sólo por detrás de la espléndida Nueva York, de primerísimo mundo, donde vagan y se alojan en calles, callejones, debajo de los puentes y tirados en las banquetas los desamparados en un número impensable.
Antes de entrar a Los Ángeles hay que detenerse en Nueva York. En “la ciudad que nunca duerme”, el número de personas sin hogar ha alcanzado niveles récord en los últimos años:
En agosto de 2024, 132 mil 159 personas dormían en refugios de la ciudad, de acuerdo a las cifras del Departamento de Servicios Sociales y Servicios para Personas sin Hogar (DSS-DHS).
En julio de 2023, más de 100 mil personas dormían en los albergues de la ciudad, en su mayoría migrantes.
Y en abril de 2023, 147 mil personas durmieron en albergues dispuestos por las autoridades de la Ciudad de Nueva York, de las cuales 66 mil eran inmigrantes y solicitantes de asilo.
Volviendo a Los Ángeles, la llamada “meca del cine”; L.A., “la perla de la soleada California”, las impactantes imágenes de Skid Row, el barrio marginal que abarca varias cuadras del centro-sur, llenas de tiendas de campaña, han dado la vuelta al mundo y han sido la materia prima de numerosos reportajes y documentales.
Skid Row no es una concentración urbana única, es decir, no es una excepción, sino una regla apenas aceptada y reconocida a duras penas y con muchos asegunes por las autoridades de Los Ángeles, quienes casi en secreto han tomado medidas para apartar esta larga tira de campamentos de gente sin hogar de la vista de los paseantes. No han podido, porque no pueden revertir, ni queriendo, las condiciones que generan a los pobres que pierden sus viviendas por alquileres inaccesibles y altas tasas de intereses en materia del derecho inmobiliario. Decenas de miles de ciudadanos de la próspera California no alcanzan a pagarle a los bancos que les han otorgado créditos para adquirir una vivienda y se ven forzados a dejarla. Miles más ya nacieron en barrios donde la marginación y las familias disfuncionales son la regla: estas condiciones, “ya naturalizadas”, arrojan a la calle a los hijos que no alcanzan a vivir con trabajos mal pagados. O sin trabajo. La calle, así, es la opción.
En EE. UU., la cantidad de gente sin hogar, en una noche determinada, en enero de 2023, fue mayor a las 650 mil almas, si nos atenemos a la última estadística del Departamento de Vivienda y Desarrollo Urbano, una dependencia del gobierno federal. Según las cifras proporcionadas por esta dependencia, la masa de los “sin techo” ha aumentado en años recientes, debido en gran medida a una incesante y severa escasez de vivienda (descompensación entre una gran demanda y una estrecha oferta) y a un incremento de los precios de todos los inmuebles.
Históricamente, la situación de los “sin techo” emergió y se convirtió en un tema nacional desde la década de 1870.
Tempranos brotes de ciudadanos arrojados a la calle en núcleos urbanos, tales como la Ciudad de Nueva York, devinieron en, por ejemplo, la deplorable colonia de los desamparados que se estableció en el famoso Central Park. Hooverville fue el deshonroso nombre que se dio a ese asentamiento de familias acampadas en el Parque Central luego de que la Gran Depresión de la década de 1930 dejara sin hogar a miles de ciudadanos de los más pobres en EE. UU. Esa crisis económica, que se toma por muchos estudiosos como la “madre de todas las depresiones económicas”, causó un sustancial aumento de los homeless. Hooverville (Villa Hoover, en español), en alusión al apellido del presidente Hoover, a quien culpaban de la catástrofe económica.
Pero en 1990, la Oficina del Censo calculó que el número de los “sin techo” en el país, había disminuido, porque se dio el “resultado” de 228 mil 621 (lo que representaba el 0.09% de un total de la población, que era de 248 millones 709 mil 873 estadounidenses), lo cual fue criticado como una grave subestimación, una infravaloración que buscaba ocultar lo inocultable. La otra Gran Recesión, la de fines de la década del 2000 y su resultante, la “estanflación económica” (una perversa combinación de estancamiento económico con inflación galopante) que produjo la pérdida de cientos de miles de casas por deudores de los bancos que no pudieron resolver las hipotecas que ascendieron hasta el cielo por la dicha inflación.
Como resultante, las masas de los “sin techo” se multiplicaron en grandes ciudades de la Costa Oeste, como Seattle, Portland, San Francisco y Los Ángeles, donde crecieron hasta cinco veces, lo mismo que en áreas con menores costos por vivienda, como Arkansas, West Virginia y Detroit.
Lo más preocupante era (fue y sigue siendo hoy en día) la menor capacidad de esas familias “en situación de calle” para seguir con los patrones normales de alimentación, comodidad e higiene. Ni hablar de la falta de recursos para contrarrestar las inclemencias del frío o calor extremos, lo que los expone a grave deterioro en la salud y a mayores tasas de mortalidad. ¿Se puede estar peor?
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Escrito por Froilán Meza
Colaborador