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El año de 1960 fue crítico para el comunismo en México y fulminante para el Partido Comunista Mexicano (PCM). Año de rupturas en que vieron la luz varias críticas acumuladas determinantes para la pérdida de la hegemonía del comunismo como principal alternativa al capitalismo y para el surgimiento de grupos o corrientes que fragmentaron la centralidad del PCM: el XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética, la denuncia de los crímenes del estalinismo y la consecuente política de desestalinización; las movilizaciones masivas de obreros al margen del Partido, la incapacidad de organizar a las clases populares; la burocratización de la dirección del PCM y el mal funcionamiento interno fueron botones de muestra de una crisis que se agudizaba progresivamente.
Para 1960, según la estadística interna, el PCM funcionaba con un total de 168 miembros que trabajaban en aproximadamente 37 células y con 340 militantes que trabajaban en los sindicatos obreros. En ese mismo año, la Célula Carlos Marx emprendió una batalla ideológica contra la dirección del PCM. Liderada por José Revueltas y compuesta por profesores universitarios, entre los que destacaban Eduardo Lizalde, Enrique González Rojo, Martín Espinoza Soto, Joaquín Sánchez MacGregor, Graciela P. de González Rojo, Carlos Félix Lugo, Rosa María Phillips de Lizalde, Rubén Sarmiento Anaya y Luis Chávez Lizalde este organismo denunció el dogmatismo y el autoritarismo de la dirigencia del PCM, el culto a la personalidad y la eliminación de los órganos de dirigencia colectivos. El diagnóstico fue compartido por las Células Federico Engels, conformada por Virginia Angélica Gómez, Leonel Durán, Juan Brom, Ernesto Prado, Marcela Ocampo, Guillermo Rousset Banda, Francisco Guerrero Garro y Javier Aguilar Villalobos y la célula Joliot Curie, integradas también por profesores universitarios.
Con José Revueltas como principal ideólogo desde 1957, los miembros de las células disidentes profundizaron en el desarrollo de la teoría –que poco a poco iba tomando forma– de la inexistencia histórica del partido de vanguardia de la clase obrera en México. Durante 1960 se llevó a cabo el XIII Congreso, en el que se discutiría la cuestión del centralismo democrático: si el PCM eliminaba todo el centralismo, la democracia podría conducir a una fragmentación de tendencias y posturas infinitas; si, por el contrario, se anteponía un centralismo absoluto, el autoritarismo impediría la libertad individual de los militantes.
El centralismo democrático fue la propuesta de la teoría leninista para dirigir la lucha política de los partidos comunistas. Esta teoría concebía al partido como un grupo de revolucionarios profesionales que debían detonar la lucha política por medio de la movilización de los sectores obreros y la propaganda de las ideas comunistas a la espera del momento propicio para tomar el poder. La visión de un partido totalmente centralizado y jerarquizado respondía a las condiciones de clandestinidad y a la cerrazón del sistema político zarista de su contexto. Las discusiones dentro del PCM se basaron en cómo nacionalizar este proceso en la coyuntura mexicana.
Incapaz de hacer un balance autocrítico y sin discutir con las bases del partido las posiciones de las células disidentes, en el XIII Congreso del PCM, el 27 de abril de 1960, el Comité Central expulsó a todos los miembros de la Célula Carlos Marx y a algunos de la Célula Federico Engels y de la Joliet Curie por atentar contra la unidad y por adoptar posturas anticomunistas en la práctica, cerrando la puerta a cualquier intento de autocrítica interna.
Después de un paso de cinco meses en las f las del Partido Campesino Obrero Mexicano (POCM), José Revueltas, Enrique González Rojo, Carlos Félix, Ernesto Prado, Alfonso Rebeles, Rosa María Phillips, Juan Brom, Andrea Revueltas, Manuel Aceves, Guillermo Mendizábal y Virginia Gómez se reunieron para plantear una alternativa frontal a la inexistencia histórica del partido de clase y decidieron fundar la Liga Leninista Espartaco, (LLE) con el objetivo de construir el “verdadero partido de la clase obrera mexicana”. La referencia a Espartaco parece hacer alusión a la “Liga Espartaquista” fundada por Karl Liebknecht, Rosa Luxemburgo y Clara Zetkin en Alemania a fines de la Primera Guerra Mundial. Ambos son epítetos que recogen la figura de Espartaco, el líder de la rebelión de esclavos más importante de la República Romana que propició tremendas palizas al ejército más importante de su momento histórico y puso en jaque a todo el statu quo de Roma.
La LLE cimentó su lucha teórica en cuatro directrices fundamentales: a) Lucha por la desenajenación de la clase obrera, de su falsa conciencia y del dogmatismo histórico del PCM; b) Necesidad de construir el Partido de clase; c) Establecer las vías mexicanas al socialismo mediante un programa capaz de guiar la acción de la clase obrera; d) Apego irrestricto del partido al leninismo como única garantía de triunfo. “No creemos que en torno de estas directrices puedan suscitarse discrepancias serias o fundamentales”, diría José Revueltas en 1960.
En primer lugar, la LLE debía organizar la conciencia, es decir, agrupar “cierto número de cerebros que se instituyeran en el cerebro colectivo del proletariado”. En esta primera fase, la organización de la conciencia para la construcción del partido de la clase obrera no se reducía a que los comunistas en México se dedicaran a “estudiar” en lugar de “luchar”, sino a “la creación colectiva de una teoría concreta que permitiese al partido conducirse en medio de la lucha de clases.” En la práctica, esto significaba incorporar a la LLE a la mayor cantidad de estudiantes de universidades como la UNAM, el Politécnico o la ENA. En concreto, a los estudiantes potencialmente comunistas.
Para 1963, las condiciones habían cambiado radicalmente dentro de la LLE. Entre abril y mayo de 1963 tuvo lugar dentro de su seno una disputa aparentemente superfcial. El arribo del conflicto sino-soviético y la aparición de las tesis del Partido Comunista Chino (PCCh) sobre la guerra revolucionaria contra el imperialismo norteamericano contribuyeron a que muchos comunistas a nivel internacional desestimaran la coexistencia pacífica que proponía la URSS. Dentro de la LLE: “las posiciones del PCCh ganaron mucha simpatía, juzgábamos reformista la coexistencia pacífica.” Pero José Revueltas advirtió: “debido a la existencia de la bomba atómica, no podemos menos que, sobre los problemas de la guerra y la paz, estar de acuerdo, absolutamente, con Jruschov”.
La publicación de las opiniones de Revueltas en el periódico El Día fueron recibidas con vocación de sospecha por algunos miembros de la LLE. Según González Rojo, la publicación, sin una previa discusión colectiva, atentaba contra el centralismo democrático, cancelaba todo intento de leninismo y ralentizaba la construcción del partido. El acontecimiento dividió a la Liga entre la mayoría (aquellos que apoyaban el reclamo de González Rojo) y la minoría (compuesta por seis espartaquistas, entre ellos Eduardo Lizalde y Revueltas). Pero como bien observó Jaime Labastida, “lo que dividió al CC en dos sectores no fue el contenido de la pugna internacional, sino las distintas concepciones que existen sobre el centralismo democrático”. ¿Qué era el centralismo democrático y cómo podía ponerse en práctica en México?
Los integrantes del Círculo Autocrítica, testigos de todas estas pugnas, asimilaron la interpretación de Enrique González Rojo y la mayoría de la LLE sobre el leninismo y el centralismo democrático, que era, ante todo, a) libertad de discusión en el seno del partido en relación con los problemas del movimiento; b) después de haber discutido y votado un problema, y subsunción de los órganos inferiores a los superiores y c) disciplina única, dirección única y unidad monolítica del movimiento. En pocas palabras disciplina partidaria, vigilancia revolucionaria y unidad monolítica de acción, después de todo, la LLE era una “organización de combate”, no un “club de debates filosóficos.”
En julio, el pleno de la LLE se reunió para expulsar mediante votación general a José Revueltas, su principal guía e inspirador del movimiento. Este acontecimiento constituyó la antesala de un proceso de escisiones masivas que caracterizaron la ruptura del centralismo político y del monolitismo ideológico. A partir de esta primera fragmentación, surgieron más grupos de tendencias diversas que proponían distintas reformulaciones teóricas al problema del marxismo y nuevas vías o métodos para conquistar el poder.
A pesar de que la LLE no consiguió convertirse en el partido de la clase trabajadora, sí consiguió revitalizar la práctica y la teoría del comunismo en México en un momento en que el comunismo oficial languidecía y era incapaz de galvanizar las voluntades de los sujetos políticos de su época. Por tal razón, la LLE, como diría Revueltas, guarda una herencia importantísima para la lucha política contemporánea. Después de todo, como mencionaba Daniel Bensaid, tenemos que ser responsables de la herencia que se nos ha legado.
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Escrito por Aquiles Celis
Maestro en Historia por la UNAM. Especialista en movimientos estudiantiles y populares y en la historia del comunismo en el México contemporáneo.