Cargando, por favor espere...
En febrero el aumento general de precios fue de 7.2 por ciento, pero la canasta básica sube el doble respecto al año anterior, en limón, aguacate (por circunstancias ciertamente específicas), chile, tortillas. Aumenta fuertemente el gas; por cierto, ¿qué pasó con la maravilla del gas Bienestar? En fin, el maíz, el trigo. Todo esto con particular daño para los 45 millones de mexicanos que no tienen para adquirir la canasta básica (Coneval).
Sobre la causa del fenómeno, Estados Unidos (EE. UU.) y sus aliados propalan la versión de que se debe a la guerra en Ucrania. Rusia es la culpable, nos dicen, de que haya más hambre en el mundo. Por ejemplo, El Financiero, seis de marzo, publica: “Los tanques y misiles rusos que asedian Ucrania también amenazan el suministro de comida y los medios de vida de personas en Europa, África y Asia que dependen de los fértiles campos en la región del Mar Negro, conocida como el “granero del mundo”. Pero éste es un manejo falaz. La inflación mundial viene de antes y se agudizó el año pasado.
El 1º de marzo, Los Angeles Times dice: “… el impacto colateral en los precios de las materias primas amenaza con disparar la ya muy elevada inflación”. El costo mundial de las importaciones alimentarias aumentó en 50 por ciento entre 2015 y 2020, y el precio de compra del Programa Mundial de Alimentos de la FAO aumentó en 21 por ciento entre 2020 y 2021. El precio del trigo en el mercado mundial subió 55 por ciento, antes de la guerra. “El alza en el precio proyectada por la FAO sumaría al encarecimiento que se vio durante 2021. En México, el precio de los fertilizantes agroquímicos aumentó, en promedio, 89 por ciento durante el año, según un análisis realizado por el Grupo Consultor de Mercados Agrícolas (GCMA)” (El Financiero, 25 de marzo). Y el problema alimentario ya venía complicándose: en 2016 había en el mundo 108 millones de personas en inseguridad alimentaria; en 2019 fueron 135 millones, y en 2020, 155 (FAO). La tendencia alcista, pues, ya venía, y como, según la lógica, la causa precede siempre al efecto, si la inflación venía aumentando fuertemente antes de la pandemia y la guerra, entonces ésta no es su causa, sino, en todo caso, catalizador de un proceso ya en marcha.
Pero no es la guerra en sí misma, sino las sanciones que, buscando sacar provecho, aplican EE. UU. y Europa contra Rusia, para arrebatarle mercados y monopolizarlos, y que destacadamente hacen sentir sus efectos a través de sectores como gas, petróleo, fertilizantes y alimentos. Sobre la inflación en fertilizantes, dice La República (24 de marzo), medio colombiano especializado en economía y finanzas: “A raíz de las sanciones que se le impusieron a dicho país (Rusia), los precios de los insumos para la fabricación de éstos han crecido hasta en 80% lo que ha causado también un aumento en el precio de los alimentos”. Se bloquean las exportaciones de energéticos rusos, como hacen Canadá, EE. UU., Reino Unido y Australia, y se impide el acceso del gas ruso a Europa por el North Stream 2, obligando así al continente a comprar el gas licuado proveniente de EE. UU., a un precio de 53.88 euros/MWh, más caro que el que gas natural ruso (38.4 euros). Así, al imponer su monopolio e impedir la competencia, EE. UU. encarece artificialmente el precio del gas, y como éste (ya encarecido desde antes) es materia prima de los fertilizantes nitrogenados (como la urea), los precios de éstos subieron, y más ahora por el bloqueo, no por la guerra en sí. Además, el gas es fundamental en muchos procesos productivos como la electricidad, indispensable también para la producción en general; así, el efecto inflacionario se potencia.
También impactan las sanciones en el petróleo, del que Rusia es tercer exportador mundial y del cual depende en alto grado la economía global. “No hay capacidad en el mundo que pueda reemplazar la producción rusa…” (Mohammad Barkindo, secretario general de la OPEP, BBC, 11 de marzo). Al bloquear las exportaciones rusas, EE. UU. reduce la oferta mundial y empuja los precios al alza. El crudo del mar del Norte alcanzó ya los 140 dólares por barril. Y como EE. UU. mismo es gran importador de petróleo, como consecuencia, en febrero la inflación alcanzó un nivel récord en 40 años: el crudo aumentó en 43.6 por ciento interanual; la gasolina 38; el gas 23.8. Los alimentos en 7.9 (EFE, 10 de marzo). Así, la política del gobierno americano afecta a las familias de su propio país. Para paliar el efecto se está echando mano de las reservas estratégicas.
Ucrania y Rusia también son potencias en alimentos. Rusia es el primer exportador de trigo, y quinto de maíz; junto con Ucrania vende el 19 por ciento del maíz en el mundo, 29 de trigo, 31 de cebada y 80 de aceite de girasol (GCMA). Al bloquearse las exportaciones de Rusia, o al limitarlas el país para proteger su consumo, caen sus ventas, y con ello la oferta global, y se elevan los precios. Tómese en cuenta que EE. UU. es una potencia cerealera: primer productor de maíz (347 millones de toneladas en 2019), y tercero de trigo (60 millones), y con las sanciones elimina la competencia para monopolizar el mercado global. He ahí a quién benefician las sanciones… y la inflación en alimentos.
Rusia y Ucrania son grandes productores de fertilizantes. Rusia es el mayor exportador mundial (12.6 por ciento del total, FAO); primero en nitrogenados y segundo en potásicos y fosfatados. Y, otra vez las sanciones: EE. UU. castigó, obsérvese bien, las exportaciones ¡de tres de las cuatro principales empresas rusas productoras de fertilizantes! Consecuentemente, los precios aumentan. Las sanciones se dirigen precisamente a sectores altamente inflacionarios, pero muy rentables. Además, al elevar el costo de la producción agrícola, el encarecimiento de los nutrientes impacta en la canasta básica: según la FAO, entre ocho y 22 por ciento, dependiendo del cultivo.
A nosotros, la inflación mundial nos impacta de manera más directa, y potenciada por nuestra creciente dependencia alimentaria. “Los incrementos en las importaciones de maíz pasaron de 3.3 a 4.2 millones de toneladas el año pasado. Las ventas agropecuarias de Estados Unidos a México acumularon (…) un aumento de 39.2 por ciento en comparación con 2020 (…) un récord para las compras de productos agropecuarios provenientes de EE. UU., que rebasaron los 20 mil mdd por primera vez en la historia (…) México se posicionó como el segundo mayor comprador del agro estadounidense…” (El Financiero, ocho de febrero). Somos el primer importador de maíz en el mundo (CNA); el 40 por ciento del consumo se cubre con importaciones, mientras, en todos los cultivos, la superficie cultivada se ha reducido en cuatro millones de hectáreas entre 2014 y 2020. Y aquí radica la responsabilidad directa de éste y los anteriores gobiernos, cuya política económica nos sigue hundiendo en una terrible dependencia alimentaria. Y eso no lo causó la guerra de Ucrania, como pretenden hacernos creer.
Pero hay más factores, estructurales, que determinan el aumento de precio en los alimentos, por ejemplo, las empresas trasnacionales que monopolizan el mercado y, aprovechando la confusión, especulan y elevan los precios; o la estructura productiva globalizada, basada en cadenas de valor, que hace interdependientes a los países en sus procesos. Sobre esto comentaré en posterior ocasión.
El costo del jitomate supera los 80 pesos el kilo y la cebolla oscila entre los 40 y 50 pesos.
El Inegi dio a conocer que más de 200 productos entre alimentos, bebidas, e higiene, serán incluidos en la lista que mide la inflación. Hoy se dio un alza en Bimbo como Wonder y Tía Rosa.
El chile poblano, el chile serrano y el jitomate son algunos de los productos que han experimentado un mayor incremento en sus precios.
Aunque la inflación haya bajado, los precios siguen sin disminuir; por el contrario, están 4.27 por ciento más alto que en el mismo periodo de 2022.
“Nos interesa su bienestar”, repiten día tras día las empresas, para ganar clientes; nos interesan sus sueños, dicen los fabricantes de colchones; su salud es nuestro motivo, dicen las farmacéuticas.
Humillado, el invasor occidental de Afganistán admite: “Es tiempo de terminar la guerra interminableˮ. Sin solución militar a los problemas políticos y de seguridad en aquel país, Joseph Biden cumple plan de Donald Trump y retira sus tropas.
Los mexicanos estamos pagando las consecuencias de un mal gobierno, uno que despilfarra millones de pesos en una consulta de "revocación" que no expresa la voluntad mayoritaria y sigue en campaña en lugar de ponerse a gobernar.
En las familias más pobres, el pan, la tortilla y los cereales subieron en promedio 12.1%; carnes y frutas, más de 13% y las hortalizas 18%. Es decir, cada vez hay más inseguridad alimentaria y un enorme retroceso en el combate a la pobreza.
La inflación actual es una manifestación clara del agotamiento irreversible de la globalización neoliberal. La única solución posible es la lucha mundial de los obreros por mayores salarios y mejores niveles de vida.
Los productos de la canasta básica serán más costosos y más difíciles de adquirir para las mayorías, siendo la carne y las frutas los productos que más se han encarecido en el lapso de un año.
En el lanzamiento oficial de su plan “antiinflacionario”, López Obrador incluyó un anuncio y una crítica contra un funcionario federal que servirán como “pretexto” para obstaculizar su compromiso de reducir el precio de los alimentos.
La primera quincena de septiembre, la inflación general anual en México se situó en 4.44 por ciento.
La falta de una estrategia de producción agropecuaria y el derroche en tres megaproyectos inútiles, entre otras, han contribuido a que el pueblo de México esté pasando hambre y profundizando sus altos niveles de pobreza.
Es previsible que el proyecto de AMLO para combatir la inflación fracase rotundamente, porque, entre otras, está dejando la carga de la producción a los campesinos que no tienen recursos para invertir en la producción de maíz, frijol, etc.
El chayote, la naranja, la lechuga, la col, los plátanos, las calabacitas y el aguacates registraron un alza en sus precios durante la primera quincena de junio.
Escrito por Abel Pérez Zamorano
Doctor en Economía por la London School of Economics. Profesor-investigador de la Universidad Autónoma Chapingo.