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El capitalismo corporativo usa actualmente su estructura mediática para encerrar a la verdad y al conocimiento científico; difamar, censurar, manipular a las audiencias; dividirlas, paralizarlas e informar únicamente lo que beneficie al lucro de las élites.
La información es hoy la herramienta más eficiente, pero también la más controvertida para hacer política e influir en las masas. Por ello en el mundo industrializado, cuyo liderazgo se halla en Estados Unidos (EE. UU.), la información, como conocimiento, es un arma estratégica para el control político y económico.
Los gobiernos y las corporaciones acceden privilegiadamente a la información; de ésta toman los contenidos que más convienen a sus intereses y envían la que está dirigida a perpetuar el rol de consumidores y la desigualdad de las masas a los medios y plataformas de comunicación.
En la pasada contienda presidencial de la superpotencia militar, los “grandes medios” reemplazaron los hechos con inexactitudes, falsificaciones y calumnias; y hubo casos en los que las corporaciones afinaron sus algoritmos para manipular a las audiencias y dominar el campo del “nuevo petróleo” (el mercado digital).
Si el periodismo tiene la misión de informar con verdad –como lo suscribe la Escuela Kennedy de Harvard– en la elección del 47º presidente estadounidense, la cobertura mediática y el acceso a la información resultó antidemocrática.
Las élites políticas y las corporaciones usaron los medios y redes sociales para mentir y preservar su poder. La “guerra de quinta generación” exacerbó los ánimos de muchos electores. En EE. UU. temieron que les impusieran un jefe de Estado desde el extranjero o mediante inteligencia artificial (IA). “La idea es formatearlos para que sean funcionales a sus intereses”, explica Arturo Jauretche.
El electorado gringo se polarizó y se volvió tan maleable debido a los mensajes calculados de las oligarquías, que se confundió, alarmó y cayó en la incertidumbre. Estas tergiversaciones dificultaron el acceso a la verdad; pero lo grave es que tales maniobras se incrementan; y en la elección pasada se practicaron alertas de la Universidad de Oxford en 48 estados de EE. UU.
Otras de las manipulaciones que afirmaron el desconcierto fueron las versiones del ministro de Defensa, Lloyd Austin, quien aseguró que “miles de norcoreanos” atacarían Ucrania desde Rusia; y la que la prensa corporativa infundió con la “noticia” de que hackers chinos estaban influyendo en la elección estadounidense.
En ese contexto caótico surgió una débil corriente informativa que exhibió esas manipulaciones y fue así como los electores llegaron conscientes de las mentiras de sus políticos a los comicios del cinco de noviembre, como lo percibió el Centro de Redes Sociales y Política de la Universidad de Nueva York.
La estrategia política contra la verdad aportó, sin embargo, una lección: la urgencia de contrastar los contenidos con los hechos. Es decir, que se active el fact checking para verificar que los medios efectivamente recolectan hechos para explicarlos, luego interpretarlos y contextualizarlos, y que no hagan proselitismo.
La concepción política de extrema derecha y los exabruptos verbales de Donald Trump han tenido un impacto multidimensional entre los estadounidenses y los habitantes de muchos países. Este preocupante contexto favoreció la visión apocalíptica de la prensa prodemócrata, que diseminó la idea de que la eventual victoria del republicano provocaría una hecatombe.
Es importante destacar que esta percepción se desplegó cuando los demócratas aún confiaban en que Joseph Biden se reelegiría. Pero cuando caía en sus lapsus, olvidos y confusiones, la mal llamada “prensa progresista” estadounidense lideró la campaña de críticas unánimes hasta empujarlo a la renuncia de la candidatura.
Con la vicepresidenta Kamala Harris como reemplazante, el temor a un triunfo del asertivo Trump permeó en miles de millones de personas –chicanos incluidos– y se instaló en el imaginario colectivo. La reacción de las élites fue manipular la voluntad de estas audiencias en favor de la exfiscal con editoriales, análisis, documentales, reportajes y noticias.
Sin embargo, los medios desglosaron poco los puntos importantes (justicia, economía, comercio, política exterior e inmigración) de los programas demócrata y republicano para informar detalladamente al electorado, en especial el integrado por los trabajadores rurales y los de servicios urbanos.
La brecha entre verdad y mentira en los mensajes no es casual; y del uso práctico de las falacias sabe mucho la tríada del capitalismo estadounidense: las élites empresariales y partidistas, las corporaciones mediáticas y el gobierno imperialista de Washington. A ninguno de estos entes conviene que los ciudadanos exijan rendición de cuentas, y sepan que están divididos y son consumistas.
Por ello, Darío Migliucci ha señalado claramente que en EE. UU. se ha recurrido a las labores propagandísticas de los grupos subversivos privados y las agencias gubernamentales. Durante la campaña electoral, la tríada favoreció la captura de las redes sociales con desinformación, lo que, según el Instituto Oxford, “amenaza la vida pública y socava la confianza en los medios e instituciones”.
Y fue así como las macrocorporaciones mediáticas dispersaron un discurso único: la amenaza del republicano a la democracia y libertad. Los más eficientes fueron los imperios audiovisuales que aglutinan a cientos de empresas como, entre otros, Comcast, Disney, Time Warner, News Corp, National Amusement y Sony.
Los que más exacerbaron los ánimos de propios y extranjeros fueron Newsweek, The New York Times, The Wall Street Journal, The New Yorker, The Washington Post, Los Ángeles Times, USA Today, CNN, ABC, Chicago Sur-Times y FOX, entre otras fuentes.
Estos medios repitieron lo que en 2017 publicó Françis Ghilés en Open Democracy: que la América de Donald Trump se parecería “al viejo Medio Oriente y a Rusia” y que serían enormes los riesgos de que una crisis se le fuera de las manos.
Mientras las portadas profetizaban que, si ganaba el segundo mandato, “Trump se envalentonará para continuar su ataque a los medios”, se privó a los estadounidenses de saber qué tan próximos estaban de una recesión. Por ello, Stephen S. Roach afirmó que las corporaciones nunca rinden cuentas basadas en hechos y que “cada vez se miente más”.
Las maniobras para aumentar la crispación en el electorado estadounidense tuvieron dos ejes: la supuesta amenaza contra EE. UU. proveniente de China y Rusia y la criminalización de la inmigración indocumentada procedente de México, Centroamérica, Sudamérica y otras regiones del mundo.
La sinofobia, perteneciente a la estrategia de EE. UU. para preservar su hegemonía comercial ante la competencia de China, escaló en la prensa hasta dañar la relación bilateral y crear una atmósfera de miedo irracional.
Con prejuicios raciales, este discurso distorsionó hechos y construyó una corriente de opinión en la que el país del Extremo Oriente aparece como responsable de mentir contra EE. UU., explica Roach en Conflicto accidental. En este análisis revela también que “la matriz mediática antichina socava todo razonamiento”.
Es con estas mentiras como millones de estadounidenses creen que son espiados desde sus autos eléctricos o que las grúas chinas causan el desempleo. Las agencias de inteligencia infunden que la red 5G de Huawei y TikTok atacan la privacidad y el carácter de los jóvenes.
Esta trama perversa se completa por funcionarios como la secretaria de Comercio de EE. UU., Gina Raimondo, que pidió a los ciudadanos “imaginar qué ocurriría si los autos eléctricos chinos se convirtieran en armas destructivas cuando los conducen en carreteras”.
O como el director de la Oficina Federal de Investigación (FBI), Christopher Wray, quien advirtió que China atacará la infraestructura crítica de su país “si activa” su malware incorporado a esas máquinas. A este terrorismo discursivo se unió el exjefe del Comando Indo-Pacífico, almirante Phil Davidson, al afirmar que China “invadirá Taiwán antes de 2027”.
Esta paranoia propició que, en septiembre pasado, se aprobaran 25 iniciativas contra China en la Cámara de Representantes, lo que confirmó que los hechos no existen y que únicamente son palabras.
Este clima tóxico, que alentó el gobierno de Joseph Biden, incrementó el desprecio a la verdad del republicano Donald Trump. La sinofobia no fue monopolio de la era Biden-Harris, pero sí fortaleció la crispación contra “el otro”, además de que minó la confianza en las instituciones.
De ahí el juicio mediático contra cinco graduados chinos de la Universidad de Michigan acusados de espionaje por fotografiar a la Guardia Nacional cuando entrenaba. La prensa exageró y los presentó como una amenaza a la seguridad nacional. Luego se supo que ellos estaban a más de 80 kilómetros de esa base militar. Aun así, se les acusó de mentir, no por espiar.
En agosto pasado, el exrepresentante Peter Hoekstra, el candidato al Senado Michael Rogers y el congresista John Moolenaar (todos de Michigan) corearon ante la prensa el lema: ¡No vamos a Gotion!
Con esto repudiaron la construcción de la subsidiaria de Gotion High-Te en Michigan, firma que con 2.4 mil millones de dólares (mdd) de subsidio fabricaría componentes de baterías. La protesta buscó eliminar ese subsidio sin revelar a los habitantes locales que el mayor accionista es Volkswagen, no el Estado chino. Este engaño influyó en el resultado electoral de Michigan.
Otro operador sinofóbico es la FBI cuyo director, Christopher Wray, acusa de ciberdelincuencia al gobierno de Beijing. En la Conferencia de Ciberseguridad aseguró que la capital de China tiene el mayor programa de piratería informática “de todas las naciones importantes juntas”.
La misma falacia es difundida por medios que publican el Índice Mundial de Ciberdelincuencia de la Universidad de Oxford, que acusa de representar esa amenaza a Rusia, Ucrania, China, EE. UU., Nigeria, Rumania, Norcorea y Reino Unido (en orden descendente).
La rusofobia es histórica en el discurso político y mediático estadounidense. En la primera presidencia de Trump se agudizó cuando los demócratas lo acusaron de ganar con ayuda de Moscú; y en el reciente proceso electoral, Rusia debió defenderse de señalamientos del Departamento de Estado por usar sus medios para influir en el resultado.
Esta versión falsa sustenta el veto a medios rusos como RT, Sputnik y Rossiya Segodnya. En septiembre, el ex inspector de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), Scott Rider denunció que la rusofobia se debe a los “intereses globalistas”; y criticó las nuevas sanciones estadounidenses por imposibilitar la labor de la ONU.
“Mi trabajo ahí fue periodismo legítimo, basado en hechos y análisis propios que no son propaganda”, explicó, y acusó a EE. UU. de hipocresía al presentarse como líder de la democracia cuando impone restricciones y silencia voces que no se alinean con sus intereses geopolíticos.
En EE. UU., los ciudadanos no sólo desconfían de la prensa nacional, sino que, además, ya ni siquiera la leen. Charlotte Klein, de The New Yorker, comentó que un ejecutivo de televisión le confesó: “Si la mitad del país decidió que Trump está calificado para ser presidente, eso significa que no están leyendo nada en la prensa, que hemos perdido ya a esa audiencia. Por tanto, los medios están muertos”.
Con la mención de que los contendientes de la pasada elección presidencial estadounidense engañaron a los ciudadanos en una escala sin precedentes coincide el analista Jefferson Stone, quien en su artículo Rumores, mentiras y desinformación reporta que los “instigadores en línea pusieron en duda la integridad del proceso”.
Entre ellos señala a las encuestadoras sin ética y a los medios de información que difundieron como concluyentes las pruebas de opinión sin escrúpulos. Hoy muchos objetan las tergiversaciones en que incurrieron firmas como Des Moines Register en Iowa, que reportó una alta tendencia favorable a Kamala Harris que no resultó cierta.
Por ello, Bill Davis, de Marengo, Illinois, escribió a esa encuestadora la misiva titulada: La moraleja de las elecciones, en la que escribió: “Espero que el 47º en presidente, Donald Trump, envíe un mensaje unificador a EE. UU. en su discurso inaugural. Y espero que diga que un buen comienzo para sanar a esta nación sería que ABC, NBC, CBS, CNN y MSNBC dejen de mentirle al pueblo estadounidense. ¿Me escuchan, Des Moines Register?”
Frank McCammond, de Redfield, Iowa, denunció a su vez: “Los mensajes políticos en la campaña fueron una pesadilla. Lo que oímos y vimos mostró el poco respeto por la inteligencia de los electores; los descontextualizaron, colmaron de mentiras y tergiversaciones”.
Deb Tiemens, también de Iowa, sostiene que EE. UU. sucumbe al miedo a los demás. “Hoy llegan a mi mente las multitudes de alemanes que se dejaron convencer de que judíos, personas LGBTQ y opositores políticos amenazaban su bienestar y prosperidad. Eran el mal, el enemigo interior. Sabemos hasta dónde llegaron para aliviar sus miedos. ¿Hasta dónde llegaremos?”.
El politólogo Zbgniew Brzezinski propuso controlar a la población con la “guerra tecnotrónica” que manipularía sus emociones con recursos tecnológicos. Hoy, esa propuesta es la misma de la “guerra cognitiva” desatada por las corporaciones mediáticas para que la opinión pública vote o no y apuntale “golpes blandos” y “revoluciones de colores”.
Estas prácticas propician que el periodismo logre el sometimiento sin disparar una bala. Su plataforma son las redes sociales, la minería de datos y ahora la inteligencia artificial. La nueva realidad mediática produce satisfacción al lector/oyente/audiencia, pues consolida sus prejuicios; de ahí la suposición de que “el diario dice lo que yo pensaba”.
Detrás de esa satisfacción-certidumbre está la doctrina militar estadounidense, cuyo gobierno imperialista consolida su hegemonía, advierte Gabriel Marcelo Wainstein. La fórmula es sencilla: los servicios de inteligencia producen información falsa, las oligarquías, las ONG y los centros de pensamiento suscriben este discurso y los políticos respaldan los “golpes blandos”
Mientras, las redes sociales y los medios de comunicación tradicionales dispersan mentiras y proclamas como “Todos somos Ucrania”, el gobierno de EE. UU. censura las protestas universitarias contra el genocidio israelí en Gaza.
A lo largo de tres gobiernos, las autoridades estadounidenses ocultaron a sus ciudadanos la verdad sobre la guerra en Afganistán, el conflicto armado más largo en la historia de la superpotencia. Y aunque las cúpulas sabían que el conflicto era imposible de ganar, afirmaban que se hacían progresos. Esta coartada sirvió para proseguir la ocupación de ese Estado, como evidencian miles de documentos descubiertos por Craig Whitlock en 2019 y que publicó en The Washington Post TWP.
La objetividad y el compromiso con la verdad de este influyente medio quedaron en entredicho durante la pasada campaña electoral, cuando su propietario y consejo editorial discreparon ante el dilema de respaldar o no a cierto candidato.
Sin embargo, otros medios adujeron que la histórica neutralidad de TWP fue cuestionada por cierta inclinación prodemócrata y porque su actual dueño, el magnate Jeff Bezos, bloqueó el respaldo a Kamala Harris.
Al revisar ediciones anteriores, se leen abiertas críticas a Bush y Trump –quien en su primera presidencia multó a Amazon (propiedad de Bezos)– así como halagos a Biden, Obama y Clinton. Por lo que no hay tal “neutralidad”. En 2020, el diario publicó un artículo de George T. Conway III que tituló: “Trump dijo más de 22 mil mentiras a un ritmo de 50 diarias”.
Con la dimisión de dos columnistas, los célebres Bob Woodward y Carl Bernstein, de la exeditora Marty Baron y la cancelación de 250 mil suscripciones, se piensa que Bezos buscó congraciarse con Trump, a quien felicitó a través de la red X una vez confirmado su triunfo. Esta polémica exhibe a los medios como una herramienta política del gran capital.
Rusia está dispuesta a entablar una conversación seria, con garantías de seguridad para su país, y no una pausa que el enemigo quiera hacer para rearmarse.
Xóchitl Gálvez Ruiz, precandidata de la alianza Fuerza y Corazón por México, declaró que retomaría las relaciones con España, de llegar a la presidencia de México.
La Oxfam estimó que casi 46 mil muertes reportadas en México fueron consecuencia de las emisiones de dióxido de carbono que genera el uno por ciento más rico.
El expresentador del medio estadounidense Fox News, Tucker Carlson, denunció en entrevista para un medio alemán, que las autoridades de Estados Unidos le prohibieron que entrevistara al presidente de Rusia, Vladímir Putin.
Las manifestaciones en Nairobi contra un nuevo régimen de impuestos resultaron en cinco muertos y 31 heridos. El presidente keniano ordenó el despliegue del ejército tras enfrentamientos en el Parlamento.
"Tener a nuestra CIA sobre el terreno dirigiendo esa guerra en Ucrania contra Rusia... se aparta completamente de todo lo que es cristiano", dijo la la congresista estadounidense Marjorie Taylor.
El SPIEF es uno de los eventos económicos más importantes del mundo.
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EE. UU. está absolutamente decidido a librar la guerra de Ucrania hasta el último ucraniano. Y ya exhausta y derrotada Ucrania, ¿con qué pagará la cuenta? No nos engañemos, con sus recursos naturales y con el trabajo asalariado de sus hijos durante varias generaciones.
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Escrito por Nydia Egremy
Internacionalista mexicana y periodista especializada en investigaciones sobre seguridad nacional, inteligencia y conflictos armados.