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Un nuevo movimiento de insurrectos, heterogéneo, indisciplinado y sin líderes visibles, ha puesto en jaque al orden político convencional y arrinconado al Ejecutivo francés hasta revertir su propuesta impositiva. Tras protagonizar los peores disturbios desde 1968 y obtener su primera gran victoria, los llamados “chalecos amarillos” insisten en abatir el alto costo de la vida. Ésta es la más reciente expresión de la indignación social que hace tiempo rechaza las políticas mercantilistas en el denominado “país más igualitario de Europa”. La evolución de esos acontecimientos marcará a la nación gala e impactará en las luchas anticapitalistas del mundo.
La cólera ha vuelto a la Francia neoliberal. Tras el anuncio del presidente Emmanuel Macron de que aumentaría el impuesto a la gasolina y al gasóleo agrícola el próximo 1º de enero, la ira se extendió a todo el país casi espontáneamente. Marchas multitudinarias y no menos de tres mil bloqueos de peajes de autopistas y carreteras enmarcaron esta emergente revolución.
Autopistas, carreteras, accesos a complejos petroleros y centros comerciales, glorietas, cruces de caminos y otros puntos estratégicos de toda Francia, así como la frontera con España, fueron bloqueados. Se trataba de impedir el acceso a puntos de suministro de combustible, fábricas y centros comerciales.
Los manifestantes exigieron desde el incremento al salario mínimo y un cambio de régimen que funcione con consultas populares a la imagen de Suiza, hasta la dimisión de Macron.
El 17 de noviembre, la capital francesa escenificaba los peores disturbios desde 1968. Los protagonistas de las protestas, llamados “chalecos amarillos”, personificaron la profunda insatisfacción ciudadana en la sexta economía mundial y denunciaron que las reformas del Ejecutivo solo favorecerían a los ricos y a las corporaciones.
Su nombre es un símbolo; viene de una prenda obligatoria para los conductores franceses que fue elegida porque atrae la atención y simboliza un estado de alerta. Ese movimiento aumentó con intensidad proporcional al hartazgo y a la ira social que genera la precaria situación económica y las políticas de los últimos gobiernos franceses.
En la segunda semana, los “chalecos amarillos” eran más de 300 mil en toda Francia. Ese anárquico movimiento, sin jefes ni línea orientadora, quienes se comunican por redes sociales, es el mayor desafío de Macron en sus 18 meses en el cargo. De ahí que –reacio a echar atrás el incremento a los carburantes– pensó en imponer un estado de emergencia.
Sin embargo, todo cambió ante la implacable presión de los insurrectos, quienes han ganado el respaldo de la sociedad. El cuatro de diciembre, el Ejecutivo galo claudicó, al congelar por seis meses el aumento al precio de combustibles y las tarifas eléctricas, además de detener el endurecimiento de las inspecciones técnicas de vehículos en el año próximo.
Algunos “chalecos amarillos” aceptaron esta moratoria y levantaron los bloqueos; pero otros, irreductibles, decidieron mantenerse en rotondas y autopistas del país, pues esa suspensión no satisfizo sus objetivos. “Nos oyen, pero no nos escuchan. No desinflarán el movimiento”, afirmó a la agencia EFE un jubilado de 61 años, padre de dos hijas con pensión de mil 600 euros.
Nuevas manifestaciones se convocaron en todo el país el ocho de diciembre. Por Facebook, los insurrectos citaron al “Acto 4” (cuarta semana del movimiento) ante el Elíseo, sede de la presidencia francesa. En espera de vivir un sábado “caliente” el ministro del Interior, Christophe Castaner anunció la movilización de 89 mil policías en toda Francia.
Se cerraron monumentos emblemáticos como la Torre Eiffel, el Museo del Louvre, el de Orsay y la Ópera, así como los comercios de los Campos Elíseos, en prevención contra destrozos como los ocasionados al Arco del Triunfo el 1º de diciembre, cuando 65 mil elementos no lograron evitar una auténtica batalla campal.
Francia declina
Tras la ira de los franceses está el rechazo al plan de transición energética del gobierno de Macron. Hábil para encubrir su política neoliberal privatizadora, el ejecutivo y exbanquero justificó los aumentos al afirmar que busca reducir el uso de los combustibles fósiles y fomentar el desarrollo de energías renovables. Sostuvo que así cumple con los Acuerdos de París contra el Cambio Climático.
En la última década, las clases medias y populares de Francia han perdido su privilegiado sistema de protección social y laboral. Y con la política fiscal de Macron han sufrido la reducción de subsidios y el alza en viviendas, transporte, impuestos y en la tasa de desempleo. De ahí que hoy sea un presidente muy impopular.
Un ejemplo del declive es Nevers, a 250 kilómetros de París. Situado en una reconocida región industrial y agraria, cuya tradicional producción de porcelana y loza tiene fama mundial. Sin embargo, los habitantes de esa ciudad han sufrido el dramático encarecimiento de la vida con la aplicación de las políticas neoliberales y la mayoría de la población ha emigrado.
La revista Paris Match declaró a Nevers “ciudad muerta” pues se vació implacablemente y el 22 por ciento de sus comercios ha cerrado aunque, paradójicamente, aumentan los grandes centros comerciales (hipermercados). En Nevers surgieron los “chalecos amarillos”.
Otra expresión del desánimo que nutre esta revuelta se halla en la precaria situación económica de los franceses. En promedio, un trabajador recibe un salario de dos mil 50 euros (unos 47 mil 691 pesos), pero la renta de un departamento con una habitación oscila entre 560 y 680 euros (entre 13 mil y 16 mil pesos).
Comer en un cafetín de barrio cuesta de 15 a 20 euros (entre 348 y 465 pesos); un boleto sencillo de transporte público cuesta 1.7 euros (39.5 pesos) y el litro de gasolina 1.48 euros (34.42 pesos).
La mayoría de los desempleados recibe un subsidio temporal de 900 euros (casi 21 mil pesos). Las familias lamentan que con tal asignación no pueden vivir y, como solamente la reciben por año, si no consiguen empleo se les reduce a 600 euros el subsidio. Por tanto, sus esposas e hijos se emplean en tareas de limpieza, jardinería o empaque de mercancías en fábricas y tiendas.
Los insurrectos
Diversos en su integración y dispares en sus visiones de la problemática nacional, los “insurrectos” no están organizados de forma clásica. Solamente los une e identifica el chaleco amarillo, una prenda de seguridad vial, que llevan en sus marchas para protestar contra el incremento de impuestos y la inflación.
Transcurrido casi un mes de manifestaciones, éstas persistían principalmente en París y su periferia, así como en Marsella y Burdeos. En sus comunicados en las redes sociales, los insurrectos dan claves de los lugares de encuentro y difunden consignas.
Es notorio que entre sus simpatizantes figuren electores de la ultraderechista Agrupación Nacional (AN), de Marine Le Pen (el 87 por ciento) y los de la izquierdista Francia Insumisa (FI), de Jean-Luc Mélenchon (el 83 por ciento). Tras la escalada en las manifestaciones, entre el 1º y el cinco de diciembre, los partidos de izquierda anunciaron que presentarán una moción de censura contra el gobierno por su mala gestión en la crisis y que propondrán “otra vía posible”. Los diputados de la izquierda explicaron que eso significa que puede aplicarse una fiscalidad más justa.
“Vemos claramente un gobierno que va directo contra la pared y que persiste en su lógica política. Nuestra responsabilidad colectiva es detener eso y asegurarnos de que cambiamos de gobierno, y por tanto de política”, anunció el Partido Socialista, La Francia Insumisa (izquierda radical) y el Partido Comunista.
En un intento por socavar al movimiento e impedir que las demandas al gobierno se fortalezcan, la víspera de la mega-manifestación del sábado el primer ministro francés, Édouard Philippe, recibió al grupo de “chalecos amarillos” autodenominados moderados. Éstos están dispuestos a manifestarse en ciudades del interior, pero no en París.
Según las autoridades, el movimiento está dividido entre alborotadores que justifican el uso de la violencia y los pacíficos. No obstante, el sábado 1º de diciembre, cuando los choques escalaban en intensidad, la mayoría de sondeos daban el respaldo mayoritario de los franceses a estos insurrectos.
Entretanto, la encuestadora Elabe dio el 72 por ciento de las simpatías a esos “insurrectos” y el Instituto Demoscópico BVA reveló que siete de cada diez franceses apoyan las reivindicaciones del movimiento.
Este respaldo se da a un movimiento social que rechaza el incremento al costo de la vida, que debilita los beneficios de que gozaron los franceses de todas las edades y sectores por más de cinco décadas. Es innegable que el desenlace de esta etapa sociopolítica en Francia impactará en nuestras sociedades.
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Escrito por Nydia Egremy
Internacionalista mexicana y periodista especializada en investigaciones sobre seguridad nacional, inteligencia y conflictos armados.