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Escribe Óscar Wilde: “Éstos son los pobres; no hay gracia en sus maneras ni en sus palabras, ni educación, cultura o refinamiento en sus placeres, ni gozo por la vida. La humanidad se beneficia en prosperidad material, con el aporte de su fuerza colectiva. Pero solamente el aspecto material es el que se beneficia; y el hombre que es pobre, en sí mismo no tiene absolutamente ninguna importancia. Es meramente el átomo infinitesimal de una fuerza que, en lugar de tomarlo en cuenta, lo destroza; en realidad, lo prefiere destrozado, ya que de esta forma es mucho más obediente”.
La relación entre la pobreza material de las clases bajas y su ignorancia ingente resulta, desde este punto de vista, lógica, absurda e injusta.
Primero, porque el virtuosismo de las expresiones artísticas descansa, sin duda, en la exitosa producción económica; nadie puede negar que la riqueza material de las naciones es la base de la producción artística. Y si aceptamos que la riqueza social nace de la fuerza de trabajo, emanada de la clase trabajadora, es ella, en última instancia, la base para que el arte florezca; aquí lo injusto: los responsables de que se forjen condiciones idóneas para el esplendor artístico son, paralelamente, los menos favorecidos de la creación artística.
En segundo lugar, Wilde nos recuerda algo que es evidente: el alejamiento cultural de las clases bajas termina siendo un instrumento de su manipulación. Para el escritor inglés, como para muchos otros, el arte es un bien necesario que eleva el espíritu humano y aguza el sentido crítico; sin él, sucede lo contrario: deshumanizarse y ser acríticos, en resumen, manipulables.
Aunado a lo anterior, debemos considerar el papel de los artistas. Arthur Danto, conocido crítico y esteta estadounidense, ha difundido la justificación de los artistas para defender su libertad irrestricta como creadores; es decir, que los artistas contemporáneos, dado que han roto con cualquier tradición, escuela o corriente del pasado, no tienen porqué sentirse comprometidos socialmente. Aceptar esto es prácticamente darle las espaldas al mundo en pro de la pureza del artista.
El resultado es que las academias de arte y los artistas en general han abierto una brecha abismal entre ellos y los receptores. Los más afectados, como dice Wilde, son los pobres. Por su importancia como productores de plusvalía, su crecimiento espiritual dentro de la economía de mercado siempre será restringido. No obstante, los hijos de los trabajadores tienen posibilidades más amplias. Por su situación de estudiantes, su acercamiento a la cultura es constante, por lo menos en teoría.
Aunque siempre debemos tener presente que la calidad educativa nacional es mala, ocasionada por condiciones materiales magras; aún así, es posible fomentar la cultura entre ellos. Organizados en grupos, la práctica de hacer arte les despertará el gusto, más que por obligación, por convicción; cuando el ejercicio artístico comience de verdad –y no sea una simulación, como ahora es– deberán enfrentarse con obstáculos para ejecutarlo de verdad: carencia de instructores, material artístico, instrumentos, espacios, etc. Entonces la participación política de los estudiantes, por estos objetivos concretos y posibles, en algo contrarrestará al gran derroche que hacen del erario nuestros políticos actuales.
Los artistas que no quieren salir de su torre de marfil serán reemplazados por otros emanados directamente de las masas populares. El trabajo es más arduo de lo que se lee aquí, pero su tarea de vinculación no solo es necesaria para elevar su conciencia, sino para combatir la enajenación y deshumanización que vive nuestra sociedad todos los días; antes de que el espíritu humano se simplifique a grado tal que sea cotidiano sentir indiferencia ante la destrucción de vidas por injusticias necias.
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Escrito por Betzy Bravo
Investigadora del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales. Ganadora del Segundo Certamen Internacional de Ensayo Filosófico. Investiga la ontología marxista, la política educativa actual y el marxismo en el México contemporáneo.