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En esta temporada de fríos y cambios bruscos de temperatura, los humanos somos lábiles a presentar resfriados y afecciones respiratorias. Nuestras destrezas para sobrevivir al invierno suelen reducirse a desempolvar nuestro abrigo favorito o en el mejor de los casos, permanecer encerrados bajo un montón de frazadas con chocolate caliente. Imaginemos los lugares más fríos del planeta, donde las heladas, los fuertes vientos y las nevadas son parte del día a día. Definitivamente, los humanos no lo resistiríamos; sin embargo, ciertas especies presentan estrategias geniales que incluyen características físicas y metabólicas especializadas que les permiten sobrevivir a estas condiciones.
Así como tenemos al león rey de la sabana, en los ambientes polares encontramos al oso polar. El primer rasgo notable es su pelaje, observados en un microscopio podemos notar que los pelos del oso son huecos, cada uno tiene un núcleo largo y cilíndrico, dando lugar a la formación de burbujas de aire y, por tanto, al aislamiento del calor. Aunado a ello tienen una gruesa capa de piel negra que atrae y mantiene mejor la radiación solar, que contribuye a mantener el calor del cuerpo.
Durante su tiempo de hibernación, el ritmo del corazón desciende de 84 latidos por minuto a solo 19. “Si un corazón humano redujera sus pulsaciones de este modo, ocurrirían muchas cosas perjudiciales”, explica Bryan Rourke, investigador de la Universidad de California. Para empezar, un latido tan lento hace que la sangre se acumule en las cavidades del corazón (aurículas y ventrículos). En un ser humano, el aumento de la presión haría que las cavidades se extendieran y el músculo dilatado sería más débil y menos eficiente, llevando finalmente a un fallo cardiaco congestivo. “Los osos son capaces de evitarlo, pero hasta ahora no sabíamos cómo”, añade Rourke. Con estudios recientes, como ecocardiogramas y análisis celulares del tejido cardiaco, se encontró que las proteínas del corazón presentan cambios para adecuarse al ritmo de los latidos. Las contracciones del músculo cardiaco están controladas por una proteína llamada miosina con dos variedades, alfa y beta. La versión alfa produce un latido más rápido, pero más débil. “Durante la hibernación, el músculo de la aurícula izquierda del corazón de los osos produce más proteína alfa”, explica Rourke. Esto hace que el latido sea más débil y evita daños en el corazón mientras la aurícula empuja al ventrículo izquierdo, una cavidad que se vuelve más rígida para evitar estirarse demasiado cuando la sangre se acumula.
En otros organismos, las estrategias de supervivencia también son inigualables. El pingüino emperador es el ave marina más resistente al frío, habita principalmente en el hemisferio Sur. Como primera barrera tiene un espeso plumaje, también una capa gruesa de grasa y son capaces de reducir el flujo sanguíneo a los órganos no esenciales, lo que les permite resistir temperaturas inferiores a los 60 ºC bajo cero, con ventiscas de hasta 200 km/h. A pesar de estas condiciones tan extremas, mantienen una temperatura corporal constante de 38 ºC y crían durante los meses de riguroso y oscuro invierno.
Otros animales polares como la morsa, la liebre del ártico, el reno o caribú, ciervo de cola blanca y buey almizclero del Ártico comparten estos rasgos de supervivencia al frío.
En ambientes no polares pero también fríos encontramos otras estrategias de supervivencia como la de las ranas de bosque (Lithobates sylvaticus), cuyo territorio se extiende del sureste de Estados Unidos hasta el Círculo Ártico, y que se resguardan en la hojarasca y se congelan. Cuando el clima vuelve a calentarse, los anfibios se descongelan sin la menor consecuencia, afirma. Esto se debe a que las ranas de bosque toleran la congelación, lo cual significa que pueden sobrevivir al hielo que se forma en partes de sus cuerpos gracias a sustancias químicas como glucosa y urea, las cuales protegen sus células de cualquier daño.
Estos organismos están adaptados a sobrevivir en las condiciones específicas de las regiones frías del planeta. En esta última estación del año, los registros señalaban que la temperatura media anual del Polo Norte es de menos 40o C, mientras en verano es de 0o. Sin embargo, las actividades antropogénicas y sus consecuencias en el cambio climático han generado graves y rápidos estragos en este hábitat. Las poblaciones de osos, pingüinos, focas, etc. han disminuido drásticamente, lo que afecta el bienestar del ambiente marino y la cadena trófica, de la cual los seres humanos también somos parte.
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Escrito por Blanca Mendoza Mejía
colaboradora