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La tentativa de aclarar el significado de lo que Marx y Engels denominaron “negación”, “abolición” o “realización” de la filosofía requiere hacer, cuando menos, dos consideraciones. En primer lugar, resulta importante señalar que estas expresiones hacen referencia directamente a la filosofía clásica alemana. Engels habla del “fin” de la filosofía refiriéndose expresamente a la filosofía clásica alemana. Pero la referencia tan explícita no puede inducir a la conclusión de que Marx y Engels hablaban única y exclusivamente de la filosofía clásica alemana sin considerar el resto de las filosofías anteriores y posteriores, como si el problema de la viabilidad de la filosofía no incumbiera más que a la filosofía de Fichte, de Hegel o de Schelling.
Por el contrario, cuando Marx y Engels hablaban del fin de la filosofía clásica alemana y en especial de la filosofía hegeliana asumiendo que una y otra (y de manera especial el hegelianismo) contenían y superaban a todas las filosofías anteriores, esto puede entenderse mejor tomando un ejemplo del Manifiesto del Partido Comunista, en donde los mismos autores explican que aunque el comunismo se caracteriza no por la abolición de la propiedad sin más, sino por la abolición de la propiedad burguesa, los comunistas pueden resumir no obstante su teoría con la expresión única de “supresión de la propiedad privada” a secas, por cuanto que la propiedad burguesa moderna es la última y más perfecta expresión de la creación y apropiación de productos basada en enfrentamientos de clases. De esta manera, Marx y Engels plantearon el fin de la filosofía clásica alemana porque entienden que ésta era la forma más elaborada y superior de la especulación; por tanto el fin de la filosofía clásica alemana se planteó asimismo como el fin de toda metafísica filosófica.
La segunda consideración que tiene que hacerse concierne a lo que Marx y Engels entendían por “fin” de la filosofía, expresión que varias veces se interpretó de manera unilateral en dos sentidos: creyendo que la filosofía era ya un lujo estéril, una pérdida de tiempo, puesto que ahora lo importante, después del acabose de la filosofía, era el conocimiento positivo del mundo, es decir, el conocimiento científico, interpretación que en varios casos condujo a una deformación del marxismo, convertido por algunos en una ciencia más, que ofrecía, como cualquier ciencia, un conocimiento puramente descriptivo del mundo, en una palabra, un marxismo positivista, ajeno al conocimiento lógico-racional. Sin embargo, ni siquiera en el caso de Marx y Engels la filosofía dejó de existir absolutamente. Engels aclaró que de la filosofía anterior sobreviven todavía con independencia la doctrina del pensamiento y de sus leyes, la lógica formal y la dialéctica.
En otro sentido, y en conexión con el positivismo “marxista”, se adoptó la perspectiva del empirismo en relación con la categoría de “lo ideal”, que comprende a la filosofía. Desde este punto de vista, el fin de la filosofía, su abolición, quería decir que la filosofía no existía “de hecho”, sino solo en la fantasía; por tanto, aceptando los supuestos de la tradición empírica, el problema del fin de la filosofía se resolvió artificialmente afirmando que en la realidad existen tan solo las cosas particulares, sensorialmente perceptibles, y que todo universal, como la filosofía, era solamente un espectro de la imaginación, un fenómeno psíquico, no objetivo, puramente ideal.
Pero cuando Marx y Engels señalaron la problemática del fin de la filosofía no asumieron el enfoque del empirismo. No estaban diciendo que la filosofía solo existe en la fantasía y que la realidad solo está constituida por las cosas sensorialmente perceptibles. Marx, en particular, entendía que la filosofía presenta, como todo “lo ideal”, un género peculiar de objetividad, en virtud de un proceso de mutua conversión de lo “ideal” y “lo material”, en el cual la actividad vital material del hombre social comienza a producir no solo un producto material, sino también un producto ideal, comenzándose a realizar entonces el acto de idealización de la realidad.
“Lo ideal” es por consiguiente el mundo real idealizado, colectivamente creado por los hombres; pero una vez que surge “lo ideal” comienza a tener lugar un proceso opuesto, el de la materialización, objetivación, cosificación, encarnación de “lo ideal”. Se entiende entonces que “lo ideal” no es lo que entiende el empirismo, lo existente no de hecho, sino solo en la fantasía; y se entiende también que “lo ideal” no es solamente, ni mucho menos, un espectro de la imaginación, un mero fenómeno psíquico, sino que comprende formas materialmente cristalizadas, objetivadas, de la conciencia social, circunstancia por la cual “lo ideal” cuenta con una realidad peculiar, de carácter sensóreo-suprasensorial.
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Escrito por Miguel Alejandro Pérez
Maestro en Historia por la UNAM.