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Diálogo nuclear Rusia-EE. UU. ¿callejón sin salida?
El Tratado para la Reducción de Armas Estratégicas (START) representa un campo de batalla verbal, en el que Estados Unidos (EE. UU.) quiere imponer la idea de que la Federación de Rusia es un rival agresivo cuando, en los hechos el actor beligerante en este último periodo ha sido Washington.
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El Tratado para la Reducción de Armas Estratégicas (START) representa un campo de batalla verbal, en el que Estados Unidos (EE. UU.) quiere imponer la idea de que la Federación de Rusia es un rival agresivo cuando, en los hechos el actor beligerante en este último periodo ha sido Washington.

Aunque una guerra nuclear parece remota, la posibilidad de una explosión apocalíptica depende menos del temor a la inviabilidad de una victoria sobre el rival, que del control de las 12 mil armas nucleares que apuntan hacia los territorios de ambas potencias.

En diciembre de 2023, el presidente ruso Vladimir Putin invitó a su homólogo estadounidense Joseph Biden, a dialogar para extender el START, pero su respuesta tardó 10 meses; y llegó el pasado 13 de octubre cuando su intrusión imperialista en Ucrania roza ya en la derrota.

Además, Biden se mostró dispuesto a conversar con Rusia “sin condiciones”, frase que el viceministro de Asuntos Exteriores ruso, Sergei Ryabkov, calificó como un “show” porque intenta engañar a la comunidad internacional.

Por otro lado, el avezado diplomático advirtió que su país insistirá en ese diálogo “sólo después de que veamos un cambio real en la política de EE. UU. y empiece a desistir de su obsesión antirrusa, que impregna toda su política exterior”.

El Kremlin exige que para un eventual diálogo entre ambas potencias sobre el futuro del START, que vence en 2026, deben cumplirse dos requisitos: el retiro de la política y retórica hostil de Washington y vincularla con otros aspectos de seguridad y estabilidad estratégica mundial.

 

Conflicto y discurso

Esta demanda se enmarca en la burda caracterización de enemistad que la Casa Blanca y otras naciones de Occidente difunden de Rusia y sus aliados China y el sur global, que aplica a partir de la rivalidad comercial y la extiende al ámbito bélico.

La agresividad verbal de Washington permea toda la relación. Cada expresión de un gobernante, comunicado, análisis o portada en medios de prensa, se construye milimétricamente para descalificar lo “ruso” y transformarlo en signo de combate, según la frase in bello sequi signa (seguir las señales de la guerra).

Con este discurso hostil, EE. UU. crea un contexto internacional favorable a sus intereses a pesar de sus falacias, como lo evidencia el apoyo que el Reino Unido y Francia, también mega potencias nucleares e integrantes de la Organización del Tratado Atlántico Norte (OTAN), brindan hoy a su intrusión en Ucrania.

El actual huésped de la Casa Blanca ha cultivado cierta hostilidad hacia Vladimir Putin que ya es añeja. En junio de 2011, cuando era vicepresidente de Barack Obama, se reunió en Moscú con Putin, entonces primer ministro. Según reveló años después a The New York Times, aseveró a éste: “Primer ministro, le miro a los ojos y no creo que tenga alma. Me miró, sonrió y dijo: nos entendemos”.

En su afán por reafirmar la percepción de que el líder del Kremlin es un autócrata insensible, en junio de 2021 María Sahuquillo recuperó esta historia en el diario madrileño El País y escribió: “Biden trató de bucear en la gélida psicología del entonces primer ministro ruso”.

Después del polarizado clima poselectoral y ya en la Casa Blanca, Biden exacerbó su ánimo contra su homólogo ruso. No lo invitó a la cumbre virtual del Grupo de los Siete (G7) en febrero, e instruyó a su vocera Jen Psaki que anunciara que la relación Washington-Moscú “será diferente a lo que fue en la gestión de Donald Trump”.

El 18 de marzo de 2021, ante la cadena ABC News, Biden respondió sobre la supuesta interferencia rusa en la elección. El entrevistador preguntó si pensaba que Putin era “un asesino” y contestó: “lo pienso”.

El presidente ruso le respondió: “Hace falta ser uno para reconocer a otro”, retó a Biden a debatir en vivo y le recordó que EE. UU. usó armas nucleares contra civiles en las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki al término de la Segunda Guerra Mundial en 1945.

Un año después, en su segundo mensaje del Estado de la Unión al Congreso, Biden aludió al avance ruso sobre ciudades ucranianas y advirtió a Putin con esta frase: “él no tiene idea de lo que viene”; lo declaró cuando su popularidad andaba entre 44 y 37 por ciento; y su país enfrentaba la inflación más alta en 40 años (7.5 por ciento).

El 16 de marzo almorzó con el grupo Amigos de Irlanda por el Día de San Patricio; y en su respuesta a un periodista con su imparable acometida verbal contra el presidente de Rusia, lo calificó de “criminal de guerra” y “matón puro”. Tras el efecto de esta grave expresión, la Casa Blanca aclaró:

“Biden habló desde su corazón”, sin considerar que sólo un proceso legal definirá si se han cometido crímenes de guerra en Ucrania.

El 20 de febrero de 2023, Biden visitó Kiev “por sorpresa” y en respaldo al presidente ucraniano Volodymyr Zelensky;   acusó a Rusia de violar el Tratado Mundial de Prohibición de Ensayos Nucleares (CTBT) “al negarse a ser inspeccionado”. En Polonia garantizó a la OTAN el fracaso del “anhelo de sed de tierra y poder de Putin”.

El 18 de marzo, Biden exhibió cuán distante se halla de ser realmente un líder democrático al celebrar la orden de arresto del Tribunal Penal Internacional (TPI) contra Vladimir Putin, por crímenes de guerra. Urgido por su proyecto de reelección, durante un mitin celebrado el 22 de febrero de 2024 en San Francisco, California, Biden afirmó que Putin era un “loco hijo de puta”. El presidente ruso lamentó el grosero comentario y revirtió: “se comporta como vaquero de Hollywood”.

No obstante, el vocero del Consejo de Seguridad Nacional (CSN), John Kirby, señaló que su jefe había usado esas frases para que la población estadounidense “vea la amenaza que representa Rusia”.

Una vez discapacitado para la reelección, Biden afirmó ante la 79ª Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU): “La guerra de Putin ha fracasado” y sostuvo que EE. UU. tiene una larga historia con la “estabilidad mundial”. 

Ese mismo día, dos mil militares de 13 países de la OTAN maniobraron con aviones capaces de portar ojivas nucleares sobre el Mar del Norte, región sensible para Rusia.

Guerra o START III

El diálogo ha sido espinoso entre ambas potencias sobre su arsenal estratégico que, según la ONU, consta de unas 12 mil 100 armas nucleares de las que más de la mitad se hallan en áreas cercanas a la población civil.

En relación al Tratado START III, los estrategas estadounidenses intentan mostrar a Rusia como proclive al uso de armas atómicas; pero en la mesa de negociaciones, su gobierno siempre es renuente a limitar su arsenal nuclear, coincidente con su agresividad verbal contra Moscú.

En octubre de 2018, EE. UU. y la OTAN pretextaron el despliegue de un supuesto nuevo misil crucero ruso –versión rechazada por el Kremlin– y Donald Trump ordenó que su país abandonara el Tratado para Eliminar Misiles de Corto y Mediano Alcance (INF), que Ronald Reagan y Mijail Gorbachov firmaron en 1987.

Hoy, la única pieza vigente en la arquitectura de desarme entre EE. UU. y Rusia es el Tratado sobre Medidas para la Ulterior Reducción y Limitación de Armas Estratégicas Ofensivas (Nuevo START III) firmado en 2010 por Barack Obama y Dmitry Medvedev; y que puso fin a la llamada Guerra Fría. En 2021 fue prorrogado por cinco años y expirará en febrero de 2026. Limita las armas atómicas a dos tercios; cada parte debe poseer únicamente mil 550 ojivas (cabezas nucleares de largo alcance) y 800 vectores (plataformas de lanzamiento) en reserva. Francia y Reino Unido sólo deben tener 500 ojivas.

En respuesta a la negativa de Occidente a pactar un nuevo sistema de seguridad en Europa y a la escalada agresiva de la OTAN –consumada con la admisión de Finlandia, que comparte una larga frontera con Rusia– el Kremlin se retiró del Tratado de Prohibición Completa de los Ensayos Nucleares (CTBT) en noviembre de 2023.

En febrero pasado, EE. UU. realizó ensayos nucleares con un nuevo armamento estratégico y elevó su retórica antirrusa tras la muerte del opositor ruso Alexei Navalny. Y para “evitar el deterioro irreversible de vínculos”, Moscú retiró temporalmente a su embajador, Anatoli Antonov.

EE. UU. persistió y en su discurso ante la nación del día 21, Putin anunció que se veía obligado a retirarse o a pausar el START III, alejando la posibilidad de extenderlo a febrero de 2026. Sostuvo que Occidente miente al difundir que Rusia atacará a Europa y que lo hace para enviar más tropas y arrastrarla en una carrera armamentista.

Ante la persistente hostilidad de Occidente, el cuatro de agosto, el viceministro Sergei Ryabkov declaró, ante la emisora Rossiya 1, la disposición de su país para reanudar el diálogo sobre control de armas si EE. UU. empieza “a desistir de su obsesión antirrusa”.

Ryabkov advirtió que su país no puede dialogar con Washington o cualquier país que quiera infligirles una derrota política, y advirtió: “Quedó en el pasado el tiempo de concesiones unilaterales a Occidente para terminar la guerra en Ucrania”.

 

Justificación de una guerra

El análisis crítico de los discursos de líderes estadounidenses durante distintos periodos confirma que todos recurrieron al principio de la “teoría de la guerra justa” para convencer a los ciudadanos estadounidenses de que los conflictos bélicos eran inevitables.

Con el programa Sketch Engine en los discursos de Ronald Reagan, George Bush, William Clinton y Barack Obama, se observan las mismas argucias y descalificaciones para lanzar amenazas o justificar ataques contra los “enemigos” de EE. UU. –la mayoría distantes y que jamás han atentado contra su territorio– como fue el caso de Irán, Irak, Libia y Siria.

Sin embargo, la “teoría de la guerra justa” no funcionó y sacudió al establishment de EE. UU. cuando Vladimir Putin explicó las razones por las que lanzó su Operación Militar Especial en Ucrania el 24 de febrero de 2022. Pero en septiembre de 2023, según The Grand Continent, Zelensky insistió en el uso de esta falacia cuando en la ONU afirmó que “Putin armamentizaba todo discurso”.

La persistencia de esta campaña mediática por convencer a la población de Occidente de que Rusia insiste en “invadir” a Ucrania, obligó a que, en abril pasado, Dmitry Peskov recordara que el presidente ruso ha manifestado su voluntad para dialogar con Ucrania, a pesar de que está en duda la legitimidad de Zelensky.

Con la elección presidencial estadounidense en puerta y el apoyo tácito de Kamala Harris, el 16 de octubre, Zelensky presentó un inviable “plan de victoria”, que implicaría un mayor despliegue de tropas de la OTAN en Ucrania (como en la Alemania de la Guerra Fría), el incremento de las fuerzas ucranianas y el desarrollo de nuevas armas (misiles balísticos, dentro y fuera de Ucrania) para atacar a profundidad a Rusia.

Este plan, previsto para 2025 y que incluye tres anexos secretos para aplicarse al fin de las hostilidades, no resuelve las causas del conflicto, estimó el vocero presidencial ruso, Dmitry Peskov; en tanto que su homóloga del Ministerio de Relaciones Exteriores, Maria Zajárova, lo llamó: “conjunto de eslóganes incoherentes”.

Conscientes de la debilidad de sus argumentos políticos para proseguir el conflicto militar, los estrategas estadounidenses han acudido a expertos y analistas que esgriman el peligro nuclear. Y así, para aumentar el rechazo al gobierno ruso, la revista Nature publicó un estudio sobre el daño potencial de un conflicto nuclear entre EE. UU. y Rusia en abril pasado: “cinco millones de muertos en dos años”.

The New York Times, el vocero de los belicosos halcones estadounidenses publicó, el 20 de agosto, un artículo en el que asegura que los arsenales nucleares de “adversarios” están listos para atacar. Pero el diario omitió citar su fuente: el Plan Estratégico Nuclear actualizado cada cuatro años y que dibuja, no anuncia, escenarios catastróficos.

The Washington Post, cuyo discurso es también la sistemática descalificación política de Rusia, publicó, el pasado 20 de septiembre, que existe incertidumbre mundial sobre “cómo contrarrestar la agresión de Putin”. Difundió, asimismo, que medios rusos –como RT– interfieren en la próxima elección presidencial de EE. UU. “con pagos a firmas locales para que difundan propaganda antiestadounidense”.

Después de que EE. UU. volvió a su estrategia fallida de acusar –sin evidencias– a Moscú de interferir en las elecciones, la CBS afirmó que Putin “sugirió su apoyo a Kamala Harris”. Esta noticia no advirtió el notorio sarcasmo con el que lo declaró éste.

La difusión de la falacia en torno a “un ataque nuclear ruso”, Occidente apeló al jefe de la Agencia Federal de Inteligencia Exterior (AFIE) de Alemania, Bruno Kahl, quien el pasado 15 de octubre había afirmado que Rusia planea atacar los territorios de la OTAN a finales de esta década. Peskov replicó: “Rusia y su infraestructura militar nunca se han acercado a la OTAN. El proceso ha sido el inverso”.

La actual desesperación de Washington al reconocer su impotencia frente a Rusia recuerda el llamado Discurso de Sportpalast cuando, el 18 de febrero de 1943, el ministro de Propaganda nazi, Joseph Goebbels, admitió que Alemania enfrentaba graves peligros y exhortó a su audiencia a emprender una guerra total contra la amenaza bolchevique que arriesgaba la supervivencia de la Europa aria.

A ocho décadas de ese episodio, Occidente persiste en invocar una amenaza idéntica a la que el régimen genocida nazi usó entonces.

 

Disuasión o voces de guerra

Tanto en situaciones de guerra o paz, el discurso es una herramienta clave del poder político, porque genera percepciones comunes en la ciudadanía que tanto otorgan la legitimidad como imponen la hegemonía.

Algo es claro: el lenguaje de la guerra no es neutral, apunta Fernando Estrada. En un contexto de guerra se aprecia el vínculo entre el discurso y el poder. Así lo aprecia Pere French en su ensayo La guerra desde el despacho oval, en el que evidencia el uso de un mismo discurso de los presidentes estadounidenses.

Los expertos en análisis del discurso concluyen hoy que el centro de gravedad de la lucha por el poder se desplazó del campo de las armas al de las palabras, lo que no significa que se ahorren vidas. Cada Estado y cada corporación económica crean su discurso; justifican su poder con nuevas tecnologías al servicio del control social mundial, escribió en 2021 Alfredo Jerusalinsky en Una nueva era: la guerra de los discursos.


Escrito por Nydia Egremy

Internacionalista mexicana y periodista especializada en investigaciones sobre seguridad nacional, inteligencia y conflictos armados.


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