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AMLO en la ONU: consejos a los explotadores para perpetuar la explotación
López Obrador, con su 'Estado Mundial de Fraternidad y Bienestar’, no piensa en afectar las ganancias de los más ricos del planeta; sólo invita a controlar y acabar con los robos, con la corrupción, especialmente la que se opera contra el Estado.
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El Presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador, fue a hablar a la reunión del Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas en Nueva York. Actualmente, México es miembro no permanente del Consejo de Seguridad y le tocó presidirlo durante el mes de noviembre; éste fue uno de los motivos de la presencia del Presidente de la República en una de sus sesiones. Otro de ellos, mucho más importante, fue el de aprovechar el foro para tratar de mostrar al mundo entero su proyecto social. López Obrador dijo básicamente lo siguiente: “el objetivo del plan… es garantizar el derecho a una vida digna a 750 millones de personas que sobreviven con menos de dos dólares diarios. La propuesta de México para establecer el ‘Estado Mundial de Fraternidad y Bienestar’ se puede financiar con un fondo procedente de al menos tres fuentes: la contribución voluntaria anual del cuatro por ciento de sus fortunas a las mil personas más ricas del planeta, una aportación similar por parte de las mil corporaciones privadas más importantes por su valor en el mercado mundial, y una cooperación del 0.2 por ciento del Producto Interno Bruto de cada uno de los países integrantes del Grupo de los 20… sería insensato omitir que la corrupción es la causa principal de la desigualdad, de la pobreza, de la frustración, de la violencia, de la migración y de graves conflictos sociales” (diario Reforma, nueve de noviembre).

Al respecto, es imprescindible decir lo siguiente. La corrupción existe, de eso no hay duda, es una lacra consustancial a todas las sociedades divididas en clases sociales; es, principalmente, una práctica consuetudinaria de las clases altas de todos los tiempos, las cuales mantienen e incrementan sus fortunas atracando y engañando a otros poderosos y, preferentemente, al Estado. La corrupción de todos los tiempos es, pues, fundamentalmente, un robo y, por tanto, en todas las sociedades divididas en clases, catalogada como delito y sujeta a una sanción. En la sociedad capitalista moderna es también un delito. Pero el robo en su modalidad de corrupción no crea riqueza, no la incrementa, solo la cambia de manos, pero, insisto, es la misma riqueza. Esto es importante entenderlo porque eso no explica que cada vez haya más riqueza en el mundo, porque sí, hay más, mucha más riqueza en el mundo y que ésta se encuentre concentrada en muy pocas personas.

Entonces, ¿si el robo en su forma de corrupción no explica el crecimiento de la riqueza, qué la explica? La explica la apropiación de la nueva riqueza producida. Pero eso en la sociedad moderna (que es la que nos interesa) no es un delito, es un derecho inalienable reconocido y protegido. Si una persona es dueña de medios de producción y poniéndolos en movimiento contrata fuerza de trabajo y esa fuerza de trabajo produce una nueva riqueza que no existía, como sucede todos los días en el sistema capitalista, esa riqueza es, desde su surgimiento, propiedad indiscutible del capitalista. Esto no es robo, no es corrupción y por esa razón, a ella no se refiere López Obrador para proponer la fundación de un “Estado Mundial de Fraternidad y Bienestar”. En fin, si he logrado hacerme entender, López Obrador no piensa en afectar las ganancias, invita a controlar y acabar con los robos, con la corrupción, especialmente la que se opera contra el Estado.

Pero dado que esto no afecta la diferencia abismal que existe entre el salario del trabajador y la riqueza producida, la llamada plusvalía, la condición de esclavitud, sometimiento y pobreza de los trabajadores, se mantiene intocada y se eterniza. López Obrador defiende así la existencia y la permanencia del capital. Su prédica se limita a evitar el robo entre particulares y el robo al Estado y, si aceptamos que en una sociedad dividida en clases el Estado está al servicio de la clase dominante, sacudirle a los corruptos es proteger y fortalecer su función al servicio precisamente de los intereses de esa clase dominante. La nada nueva teoría del combate a la corrupción es un ataque al robo entre los particulares adinerados y una defensa de los gastos del Estado en beneficio de la clase poderosa.

Ahora bien, ¿puede hacerse realidad la colecta humanitaria entre poderosos que pretende encabezar en el mundo López Obrador? ¿Entregarán voluntariamente para el proyecto obradorista una parte, aunque sea ínfima, de sus ganancias los más ricos de la tierra? No, no la entregarán. Parece sencillo porque es una brizna, pero no lo es. Las fabulosas ganancias de los potentados del mundo a los que apela López Obrador no están destinadas a su consumo personal, ya tienen escandalosamente sobrado todo lo que necesitan y todo lo que sueñan para muchas generaciones. No. Las ganancias fabulosas son para mantener creciendo constantemente y, por tanto, con vida a su capital, que enfrenta, ahí sí, a otros capitales igualmente monstruosos que todos los días amenazan su existencia. La reproducción ampliada del capital exige hasta el último centavo; los donativos no están contemplados.

Pero, en el hipotético y remoto caso de que los capitalistas, ya sea enloquecidos o simplemente apremiados por su supervivencia ante la amenaza de mortíferas revueltas populares, accedieran a sacrificar una diminuta parte de sus ganancias para entregarlas a la manera de la Cuarta Transformación en forma de ayudas, ¿acabaría eso con la pobreza?, ¿garantizaría una existencia de fraternidad y bienestar para los desheredados de la tierra? Tajantemente, no. En México esas ayudas son un fracaso escandaloso en la consecución de ese objetivo. Hay casi cuatro millones de pobres más; las remesas, o sea, los envíos de los que se marchan al extranjero todos los días, están a niveles récord; hay casi 300 mil muertos oficiales por Covid-19 y la violencia en todo el país es cada vez más aterradora. ¿Qué resultados de su modelo de desarrollo puede presumir López Obrador para presentarse en la ONU y proponérselo al mundo? Absolutamente ninguno. Es más, aceptando sin conceder, que México fuera un caso excepcional de fracaso del programa, ¿en qué otro país del mundo sí es un éxito clamoroso el sistema de ayudas personales para una vida digna para los trabajadores? En ninguno.

Este novísimo proyecto de desarrollo está maquinado por las clases altas (como López Obrador, aunque no le guste ni lo acepte) y está diseñado para ser instrumentado también por esas clases altas, es una pócima desde arriba. No cuenta con los pueblos más que como recipiendarios pasivos de las dádivas que caen de la mesa de los de arriba, el pueblo está en este proyecto para agradecerlas y, llegado el día, convertir el agradecimiento en votos contantes y sonantes en favor de los supuestos benefactores. No estamos ante un proyecto de desarrollo social, surgido del pueblo, de sus intereses y de sus pensadores, cuya realización exija su acción consciente y organizada. El pueblo aquí solo es sabio y bueno, no protagonista de la historia. A ese pueblo, al que se le considera incapaz de organizarse y generar a sus líderes en el proceso de la lucha diaria, solo se le alienta a formarse en fila para acceder ordenadamente a los apoyos. “Los recursos de este fondo deben llegar a los beneficiarios de manera directa, sin intermediación alguna”, dijo el presidente en la ONU.

En fin, estamos ante un proyecto nada nuevo de las clases altas y sus representantes para desviar la atención de la plusvalía, que es la verdadera causa de la explotación del pueblo trabajador, para empujarlo a repudiar solo la corrupción y para hacer pasar como actos heroicos la solicitud de óbolos piadosos a los multimillonarios. Eso, siempre, con el pueblo de espectador y recipiendario, nada más. Es otra forma de tratar de desmontar la teoría de la liberación del pueblo, de desmantelar sus organizaciones y, por tanto, de perpetuar la explotación. Diabólico, ¿no?


Escrito por Omar Carreón Abud

Ingeniero Agrónomo por la Universidad Autónoma Chapingo y luchador social. Autor del libro "Reivindicar la verdad".


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