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Adú
Adú es un retrato desgarrador de la vida de los migrantes. Calvo termina su cinta informando que solo en 2018, 70 millones de personas en el mundo intentaron migrar de los países pobres hacia las naciones desarrolladas.
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Nunca me han gustado los “clichés”, los “lugares comunes”, pues son generalizaciones que no permiten un conocimiento objetivo de la realidad cuyos hechos, aunque susceptibles de ser separados por la mente mediante la abstracción, siempre son concretos. La cinta Adú (2020), del realizador español Salvador Calvo, es una historia que parece repetir situaciones de sobra conocidas cuyos “lugares comunes” no pueden provocar ya ninguna reacción de empatía o indignación social más allá de lo normal. Sin embargo, el filme tiene la virtud de contarnos la vida de dos africanos parias entre los parias y cuyo crudo estatus de humillación, desamparo, infortunio, racismo, etc., no es “producto del destino” sino la consecuencia brutal de una sociedad que los ha condenado –como a la mayoría de la humanidad– a vivir en el atraso y la miseria.

La cinta de Calvo relata las vidas de un niño camerunés de seis años llamado Adú (Moustapha Oumaurou) y un adolescente somalí llamado Massar (Adam Nourou), quienes traban una fuerte amistad. Adú y su hermana mayor Alika (Zaiddia Dissou) son testigos de la muerte de un elefante por cazadores furtivos, quienes matan al paquidermo para quedarse con sus colmillos. Como resultado de esta situación, los cazadores asesinan a la madre de Adú, quien deja en la orfandad a ambos. Tras esa desgracia, los dos niños buscan llegar a Europa, pero solo Adú logra su objetivo porque Alika muere en el viaje que realizan como polizones en el compartimiento del tren de aterrizaje en un avión que vuela a Senegal. Adú conoce a Massar en un centro de retención de ilegales; pasan hambre y, para sobrevivir, se prostituye. Pretenden llegar a España por la ciudad de Melilla, ciudad donde viven en un campamento de migrantes subsaharianos. Massar padece enfermedades causadas por su pésima alimentación.

En esta narración fílmica, Salvador Calvo inserta otras historias ajenas a Adú. Al estilo del cineasta mexicano Alejandro González Iñarritu, Calvo cuenta paralelamente cómo Gonzalo (Luis Tosar) –ambientalista español que en Camerún cuida un parque donde son aniquilados los elefantes– se “gana” su transferencia a otra región de África porque los mismos cuidadores cameruneses del parque están coludidos con los cazadores furtivos. Gonzalo recibe la visita de su hija Sandra (Anna Castillo), joven descarriada con la que se reencuentra muy afectivamente después de mucho tiempo de haber vivido alejados. Pero Adú contiene una tercera historia: la de Mateo (Álvaro Cervantes), guardia civil juzgado por la muerte de un subsahariano que intentó saltar la valla que rodea a la ciudad de Melilla. Mateo es absuelto, ante la impotencia de los familiares del migrante africano.

En las últimas secuencias de Adú, éste y Massar se lanzan en una noche al mar desde Melilla para alcanzar a nado la costa española, pero el filme de Calvo no tiene un final feliz, ya que Massar es detenido por la Guardia Civil para ser deportado. Adú llora inconsolablemente ante lo peor que le ha ocurrido desde la muerte de Alika.

Adú es un retrato desgarrador de la vida de los migrantes. Calvo termina su cinta informando que solo en 2018, 70 millones de personas en el mundo intentaron migrar de los países pobres hacia las naciones desarrolladas. Adú es una denuncia con alto grado de inhumanidad prevaleciente en el orden mundial vigente, que condena a la mayoría de los habitantes de los países del hemisferio sur del planeta a vivir en el hambre, el desempleo, la insalubridad, el racismo y todo tipo de flagelos.


Escrito por Cousteau

COLUMNISTA


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