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Ese país se presenta ante el mundo, todavía, como un caso excepcional de nivel de vida elevado, de modelo de vida democrático y de grandes e importantes libertades. Al nuestro llega por numerosas vías un alud de información que ha ido moldeando muchos admiradores del tipo de vida norteamericano. Las películas del momento, las más taquilleras y sensacionales, vienen del norte, los artistas que arrasan, los encuentros deportivos que empujan las exportaciones de aguacate, las declaraciones y gazapos de su presidente, todo llega de allá y es motivo de gran admiración para muchos. No es extraño. Su poder de difusión y propaganda es el más grande del mundo y los mexicanos somos uno de sus objetivos predilectos.
No obstante, más allá del mundo de la publicidad, existe una realidad pavorosa que el pueblo trabajador debe conocer y valorar. Más ahora que, sólo como ejemplo, el gobernador del estado de Florida impulsa una ley para inyectar en las nuevas generaciones, desde el Jardín de Niños, el odio por la propiedad colectiva de los medios que se utilizan para producir y la veneración de la propiedad privada, de la exclusividad del derecho de absorber tiempo de trabajo ajeno no pagado.
Empecemos por decirles a todos los que tengan un poco de paciencia, que ya volvió a las calles de las principales ciudades de Estados Unidos (EE. UU.), a Nueva York, a Boston, a San Francisco, la represión de la policía a los que se atreven a cuestionar y protestan pacíficamente por las determinaciones de la élite gobernante. Esta vez se trata de los estudiantes de algunas de las universidades más prestigiadas y caras de la Unión Americana. Los que en este caso se manifiestan, no piden un mejor nivel de vida, ni justicia e igualdad para ellos, sino que, agredidos en su espíritu humanitario, han salido a exigir que se detenga la espantosa matanza de palestinos que llevan a cabo los imperialistas de su país por la mano del gobierno sionista de Israel en la Franja de Gaza.
Desde el pasado siete de octubre, cuando creyeron haber hallado un incuestionable pretexto, los sionistas reaccionarios que gobiernan Israel la emprendieron con todo tipo de armas en contra de un pueblo absolutamente desarmado y, consecuentemente, ahora, la ciudad ha sido arrasada y ya suman más de 35 mil palestinos salvajemente asesinados. Un genocidio sin atenuantes. Hombres, mujeres y niños, niños a los que se ha descubierto que desde cientos de metros les apuntan y disparan a la cabeza soldados adiestrados y, seguramente, drogados; niños a los que observadores aterrados han descubierto que nadie, ni una madre, ni un padre, ni un hermano o primo se acerca a acompañarlos al rincón de lo que queda del hospital en donde yacen gravemente heridos, es decir, que ya en el mundo no les queda nadie y, si viven, estarán solos para siempre.
A los que protestan por todo esto, las policías de varias ciudades de la catedral de los derechos humanos los tunden a garrotazos y se los llevan presos. “La Universidad de Columbia canceló las clases presenciales y la policía arrestó a varias decenas de manifestantes en la Universidad de Yale en un momento en que las tensiones en los campus universitarios de EE. UU. siguen creciendo por la guerra en Oriente Medio” (La Jornada, 22 de abril) y, “manifestantes judíos propalestinos bloquearon los alrededores de la casa del demócrata Chuck Schumer, líder de la mayoría en el Senado estadunidense, en Brooklyn, Nueva York, para exigir que cese el envío de armas a Israel” (La Jornada, 24 de abril).
Item más. “Los campamentos de protesta también han llegado al estado de Massachussetts, incluido el Instituto Tecnológico (MIT) y las universidades Emerson y Tuffs, según medios locales. Las exigencias de la protesta incluyen el fin de la matanza de palestinos en Gaza, el cierre del campus de NYU en Tel Aviv (Israel) y que la universidad deje de financiar a fabricantes de armas que proveen a Israel. En Harvard, el parque en el corazón del campus quedó cerrado al público toda la semana” (El Universal, 22 de abril). “Tacey Hutten, una estudiante manifestante en Yale que fue arrestada el lunes, dijo en una entrevista: “No sólo no nos disuadimos, sino que incluso podemos estar más comprometidos ahora… Estamos decididos. He estado involucrada en esta lucha durante un par de meses y planeo estarlo por el resto de mi vida” (Washington Post, 23 de abril).
No terminan aquí las novedades en el seno del imperialismo. En una pequeña población del estado de Oregon llamada Grants Pass, de no más de 40 mil habitantes y en la que el 35 por ciento de la población vive por debajo del umbral de la pobreza, en el año 2009, a los ricachos incrustados en el gobierno de la ciudad se les ocurrió aprobar un agresivo decreto por medio del cual se penalizaba a las personas que no tenían vivienda y dormían en la calle. Les molestaba, se veía feo que en el downtown hubiera gente en tiendas de campaña o en parques con una simple cobija y procedieron a prohibirlo y castigarlo. Hubo quien se inconformó e impugnó la mentada ley y el asunto ya ha llegado y está ahora debatiéndose en la Corte Suprema de EE. UU.
En el modelo mundial de la justicia y la democracia se discute ahora, en su máximo tribunal, si se castiga al que no tiene casa y se ve obligado a pernoctar en la calle. Pero en EE. UU., según cálculos oficiales, hay 650 mil personas sin hogar que viven en las calles. “En las últimas semanas y meses, Phoenix, Louisville, Tulsa, Spokane, Washington y Santa Mónica, California, informaron de grandes aumentos en sus poblaciones de personas sin hogar”, reportó el diario Washington Post el 23 de mayo del año pasado. En los EE. UU. de hoy en día, al sufrimiento de no tener en dónde criar a los pequeños hijos, se añade ahora para los pobres el repudio y la persecución. Ser pobre es delito.
Tampoco aquí es todo pudrición. Lauren McGowan, una mujer que es la directora ejecutiva de LISC Puget Sound, una organización de desarrollo comunitario dedicada a la vivienda asequible y el desarrollo económico, escribió en un periódico de Oregon: “estoy optando por un futuro donde la compasión se traduzca en acción, donde construyamos hogares en lugar de barreras. Al comprometernos con políticas de vivienda integrales y compasivas, honramos la esperanza de nuestra juventud. Podemos mostrarles a ellos (y a nosotros mismos) que es posible acabar con la falta de vivienda. Seamos la generación que convierta el “no creo que lo hagamos” en un “lo hicimos”. Lo celebro y hago votos porque así sea.
En el momento preciso en el que todo esto está sucediendo en EE. UU., cuando una buena parte de su población se siente agraviada por las matanzas que su gobierno patrocina en Gaza y otra, muy respetable, se opone a que se castigue dormir (porque bien visto eso implicaría considerar constitucional el decreto de Grants Pass) y se sale a la calle a protestar, cuando las libertades ciudadanas se ahorcan, la Cámara de Representantes, en una muestra evidente de que los negocios e intereses colonialistas están por encima de cualquier otra consideración, ejerce sus intocables privilegios y aprueba gastar el dinero de los norteamericanos para impulsar a Volodymyr Zelensky en la guerra que libra contra Rusia y en la que ya han muerto medio millón de ucranianos, a Benjamín Netanyahu en la histórica matanza de palestinos en Gaza y a Taiwán para que siga amagando a China. El imperio de la muerte, el que el año pasado gastó 916 mil millones de dólares en su presupuesto militar, el mayor presupuesto del mundo, se propone ahora gastar 95 mil millones de dólares más en armamento que se comprará en el complejo militar industrial de EE. UU. ¿Merece todo esto la admiración y el reconocimiento de los trabajadores mexicanos?
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Escrito por Omar Carreón Abud
Ingeniero Agrónomo por la Universidad Autónoma Chapingo y luchador social. Autor del libro "Reivindicar la verdad".