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Nuestro modo de pensar y de obrar está constantemente influido por ridiculeces que parecen filosofemas. Tenemos que vérnoslas, por ejemplo, con frases tan sonoras como éstas: “el fuego no se puede apagar con el fuego” o “no se debe combatir el mal con el mal”.
En estos casos somos generalmente víctimas inconscientes de la lógica del sentido común. Aceptamos pasivamente que “el fuego no se puede apagar con el fuego” o que “no se debe combatir el mal con el mal”, porque confiamos ciegamente en la infalibilidad de nuestro sentido común, cuyo capital fundamental, es verdad, proviene de conclusiones extraídas de la experiencia humana o incluso de nuestra propia experiencia; pero son tan elementales como el “no meter el dedo en el fuego”, “seguir de preferencia la línea recta” o “no molestar a los perros bravos”. En circunstancias extremadamente simples como ésas, el sentido común resulta necesario y hasta suficiente. Por eso puede ser una guía de confianza, siempre y cuando no exceda los límites de su competencia. Y no excede sus límites naturales para intervenir en el terreno de generalizaciones más complejas, porque el sentido común es básicamente impotente.
Cuando, por poner un caso, el gobierno actual fundamenta su política pacificadora con trivialidades como aquélla de que “el fuego no se puede apagar con el fuego”, vemos precisamente que el sentido común es impotente cuando no se trata de situaciones simples, sino de tomar decisiones de gran trascendencia social. El sentido común fracasa cuando se aplica en cuestiones complejas, porque se aferra a la abstracción “o una cosa u otra”, a la fórmula “sí es sí y no es no”, de donde resulta que el fuego es el fuego y que el mal es el mal, y sanseacabó; pero cuando se juzgan los problemas sociales desde esta perspectiva, se obtienen dictámenes abstractos, generales e insatisfactorios.
Frasecitas como aquella de que “el mal no se debe combatir con el mal” parten justamente de la abstracción “o una cosa u otra”; en este caso se contrapone el “mal” absoluto con el bien también “absoluto”. Desde hace mucho tiempo se sabe, sin embargo, que la contraposición entre el bien y el mal, como todas las contraposiciones polares, no tiene validez absoluta sino para un terreno extremadamente limitado; y que cuando la aplicamos fuera de ese estrecho ámbito, la contraposición entre el bien y el mal se vuelve relativa, hasta el punto de que, si se intenta aplicar como absolutamente válida fuera de aquel terreno, los dos polos de esa contraposición mutan en su contrario, el mal se hace bien y el bien se hace mal.
Se ha replicado aun así que el bien no es el mal ni el mal el bien y que si aplicamos aquí la “lógica de la contradicción”, terminaremos por confundir el bien y el mal suprimiendo toda moralidad y permitiendo con ello que cada quien pueda hacer su voluntad. Pero la cuestión no es, desde luego, tan fácil de resolver. Si tan sencilla fuera, si todos supiéramos realmente el significado del bien o del mal, no habría, en primer lugar, espacio para la discusión sobre el bien y el mal y, en segundo, ¿cómo es posible entonces que se quiera el mal y que todos, en toda circunstancia, no queramos solamente el bien?
Vemos, pues, que aquello de que “el mal no se debe combatir con el mal” denota una vulgaridad supina en el modo como se trata la contradicción entre el bien y el mal. Esta antítesis, como aquellas otras de lo verdadero y lo falso, lo idéntico y lo distinto, lo necesario y lo fortuito, únicamente contiene un valor relativo. Las nociones de bien y mal han cambiado tanto de un pueblo a otro y de una época a otra que frecuentemente llegan incluso a contradecirse.
La explotación de las mayorías es una condición "sine qua non" para el capitalismo; sólo al eliminar la explotación y las injusticias de este sistema cualquier persona podría no depender de la necesidad de trabajar para subsistir, es decir, ser ciudadano.
Se trata de una abstracción analítica en la que debemos separar tres elementos, y en la que la palabra arte y sus derivaciones se embrollan unas contra otras.
Existe ahora una expectativa palpable de que con Sheinbaum en el poder las posibilidades de impulsar una agenda feminista son más reales que nunca.
El arte le ha servido a la Iglesia, a las élites económicas y políticas y ahora sólo a los propios artistas. Como tesis, el arte renacentista cumplió su función de adoctrinar, pero fue superado con la síntesis que realizó el muralismo mexicano.
Estas disquisiciones a las que nos invita Braudel no son sólo un entretenimiento intelectual.
Mientras el trabajo matemático tiene reglas, axiomas, y su libertad está en función de estar gobernado por sistemas formales; en el trabajo filosófico...
El capital moldea a los hombres como los necesita.
Hay que decir que la tesis de un arte contemporáneo descompuesto es sumamente escasa en las voces de los especialistas.
Nos encontramos ante una nueva contradicción: una derecha liberal y una izquierda "woke" o neoliberalismo políticamente “correcte”. ¿Qué las distingue? Casi nada, ¿o acaso notó alguna diferencia entre los candidatos del debate presidencial pasado?
La tierra ha experimentado ya momentos de cambios extremos y los organismos que viven esos eventos han encontrado formas de adaptarse a ellos.
La Grecia clásica confinaba a las mujeres a roles estrictamente definidos.
Las reflexiones filosóficas son la base del conocimiento científico. La ciencia no se entiende completamente sin la filosofía y, por otro lado, la filosofía requiere de la ciencia y de los científicos.
Es posible crear una matemática filosófica desde el hacer de un matemático que sea realmente relevante y visionaria. Debe de ser una reflexión humanizante, pero a la vez esclarecedora del mundo de las ideas formales.
Las noticias falsas están emergiendo como una industria independiente... y las redes sociales contribuyen a la rápida propagación de mentiras.
Las nociones de bien y mal han cambiado tanto de un pueblo a otro y de una época a otra que frecuentemente llegan incluso a contradecirse.
Escrito por Miguel Alejandro Pérez
Maestro en Historia por la UNAM.