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Libertad y conocimiento
Para que nuestros actos sean realmente libres, necesitamos conocer tanto el objeto sobre el que actuamos como la motivación que guía nuestra acción.
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La libertad y el conocimiento son dos de los problemas que la reflexión filosófica ha abordado desde sus orígenes. Quienes han dedicado su existencia al estudio filosófico se han enfrentado a sendos aspectos; y no es para menos, pues en ellas se concentran aspectos fundamentales de lo que significa ser humano.

Con respecto al conocimiento, Aristóteles escribió que todas las personas deseamos, por naturaleza, conocer, una característica tan propia del ser humano como lo es para las abejas la producción de miel. Este conocimiento planteado por Aristóteles no consiste simplemente en la recopilación de datos que nuestros sentidos constantemente perciben, sino la comprensión de por qué las cosas son como son. Es decir, no se trata de saber que el fuego es caliente, sino de entender por qué el fuego es caliente. Así como Aristóteles, muchas otras figuras de la filosofía se han detenido a reflexionar sobre qué significa conocer y cuál es la especificidad del conocimiento humano.

La libertad, por su parte, ha ocupado también grandes cantidades de tinta en la historia de la filosofía. Desde las tragedias griegas que cuestionaban (como Antígona contra las leyes para enterrar a su hermano) y plasmaban el destino humano, pasando por la filosofía de la Ilustración y su reivindicación de la libertad individual, hasta los esfuerzos actuales por pensar las posibilidades de la libertad humana en el contexto de las sociedades capitalistas.

Así, la libertad y el conocimiento han sido tratados por la filosofía durante siglos, lo que permite encontrar acercamientos diversos. Entre todas las posibilidades, aquí retomaremos brevemente las reflexiones que el estoicismo ejerció sobre la relación entre estas dos cuestiones.

El estoicismo fue una escuela filosófica fundada por Zenón de Citio alrededor del año 300 a.C. Las personas que formaban esta escuela, se llamaron “estoicos”; y el nombre refiere al lugar donde se reunían para escuchar a Zenón, el Stoa Poikile (Pórtico Pintado). Como Zenón no era ateniense sino originario de Citio, no podía poseer propiedades en Atenas, por lo que el pórtico, un espacio público, se convirtió en el lugar forjador de la escuela estoica.

Para el estoicismo, la filosofía es el camino por donde el ser humano puede vivir realmente como tal, pues brinda las herramientas teóricas para que las personas reflexionen sobre su vida y no la reduzcan a un mero transcurrir del tiempo. Mientras que otras criaturas vivientes pueden estar en el mundo sin requerir un conocimiento estructurado y profundo de éste; el ser humano no puede actuar de esa manera sin renunciar a la capacidad racional desarrollada como especie. Para el estoicismo, también considerado por Aristóteles, el conocimiento del mundo es una característica esencial y una condición inherente a la vida humana.

En esta comprensión profunda y sistemática del mundo se desempeña la libertad como posibilidad. Para que una persona efectúe una acción libre, no basta con que tenga la voluntad o el deseo de realizarla. Si las motivaciones impulsoras de la acción y la acción misma no son compatibles (concordes) con el objeto que recibirá tal acto, entonces esa acción no puede considerarse una expresión de libertad humana. Para que nuestros actos sean realmente libres, necesitamos conocer tanto el objeto sobre el que actuamos como la motivación que guía nuestra acción. Si falta alguno de estos elementos, nuestros actos y motivaciones no estarán ajustados al contexto, fracasaremos, y nuestra capacidad de expresar nuestra libertad quedará limitada.

La filosofía estoica, al igual que la filosofía en general, reconoce que el conocimiento del mundo representa una pieza fundamental para que las personas actúen efectivamente. Esto permite que la libertad no se quede como un ideal deseable pero inalcanzable, sino que se convierta en un principio constantemente realizado a través de nuestras acciones. 


Escrito por Jenny Acosta

Maestra en Filosofía por la Universidad Autónoma Metropolitana.


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