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Telegram, otro paso a la censura global
El mundo tiene una guerra en puerta, casi con los dos pies dentro de la sala.


Las redes sociales no son un territorio neutral. El mundo tiene una guerra en puerta, casi con los dos pies dentro de la sala; nos conviene entender esto a la mayor brevedad posible. 

La guerra en desarrollo tiene como protagonistas las armas económicas y comerciales; desde luego que las armas tradicionales a las que tanto estamos acostumbrados en los conflictos bélicos también estarán presentes, pero un elemento nada despreciable se suma al nuevo conflicto, la comunicación ejercida desde los satélites, cables de fibra óptica, aplicaciones de Inteligencia Artificial (IA) y sobretodo, las redes sociales, armas virtuales destinadas al espionaje y manipulación para condicionar nuestra conducta y procesos cognitivos.

Uno de los últimos capítulos de la guerra cognitiva se escribió el pasado 25 de agosto en Francia, donde el fundador y CEO de la red social Telegram, Pavel Durov, fue detenido por “no moderar contenidos de su red”, en realidad son motivos poco claros. Sin entrar en detalles, Durov fue detenido por, aparentemente, negar información para la investigación de delincuentes que usaron su plataforma como medio de comunicación, algo que podríamos comparar con que a Elon Musk o Mark Zuckerberg los detuvieran por las actividades ilegales que sus estafadores mexicanos cometan en la “privacidad” de su servicio de mensajería instantánea. No sólo suena absurdo, lo es.

Telegram es una red social fundada por los ciudadanos rusos Nikolái y Pavel Dúrov, cuenta con más de 950 millones de usuarios al mes en el mundo, la calidad de sus herramientas es, sin temor a exagerar, superior a la de servicios de mensajería como WhatsApp, y uno de los rasgos más importantes de esta aplicación es su confiable nivel de encriptación de mensajes.

Este último, uno de los puntos más importantes según el periodista argentino Jorge Elbaum, quien asegura que la encriptación de Telegram es de tales proporciones que “el soporte de mensajería cifrada no pudo ser penetrado por la OTAN”.

Telegram, además, se ha convertido en una fuente fundamental de información utilizada por las tropas rusas para difundir posicionamientos y videos de las batallas que le han ganado al ejército de Zelensky, con la intención de desmoralizar a los combatientes ucranianos. 

Telegram se usa también como herramienta para librar “una batalla virtual”; la aplicación ha sido usada para hacer geolocalizaciones de tropas y organización de comando por parte de analistas rusos. La innecesaria detención de Durov para “solicitarle información” se entiende mejor de esta manera.

La lógica de la OTAN-Occidente es: permitirán todo lo que puedan controlar, y si no lo pueden controlar, lo prohibirán. Transcurrido un mes desde la detención de su CEO, Telegram realizó “cambios en los términos de servicio y política de privacidad” de la app, además de mayor apertura a la cooperación con los gobiernos que soliciten información, según el medio Bloomberg. Y aunque Durov alertó que los cambios en Telegram no deben alertar a los usuarios que respetan las reglas de la plataforma, hay un sabor amargo en las nuevas normas de la red rusa.

Telegram no es una red social controlada por Putin, sino por las leyes comerciales, y lo que hicieron deja en claro que el mercado no se regula solo. La castración a Telegram le puede costar a millones, el único acceso a información de primera mano sobre lo que hoy sucede en Rusia y otras partes del mundo. La guerra por las conciencias avanza y de este lado conviene no ceder ni un milímetro ni olvidar quiénes están detrás de lo que llega desde la palma de nuestras manos a nuestra cabeza. 


Escrito por Manuel Pérez

Licenciado en Comunicación por la UNAM.


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