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Sudán, una guerra desplazada
Las inundaciones, los miles de refugiados, entre otras, desplazaron la guerra civil en Sudán de los grandes titulares a pesar de la constatación de un renovado genocidio en Darfur, similar al de 2003 a 2008 (con medio millón de masalits asesinados).
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Guadi Calvo/Rebelión

 

Las inundaciones en el este de Libia, que ya superan los 12 mil fallecidos y que prácticamente se tragó la ciudad de Derna; el terremoto al suroeste de Marrakech, en la región rural de la cordillera del Atlas en el centro de Marruecos, que dejó más de tres mil muertos y cinco mil heridos; los 10 mil refugiados que sólo en tres días llegaron a la isla italiana de Lampedusa provenientes de África, y que se suman a los otros 115 mil arribados sólo en lo que va del año; la seguidilla de derrocamientos de gobiernos prooccidentales en las excolonias francesas, que reconfiguran el mapa político y militar del Sahel cerrando y poniendo tensión en fronteras que hasta ahora funcionaban sin mayores conflictos, como la de Níger con Nigeria.

Todo ello, junto a las operaciones desbordadas de las khatibas de al-Qaeda y el Dáesh en Burkina Faso, Malí y Níger, que “casualmente” desde la retirada de Francia han recobrado renovados y sugestivos bríos, ha desplazado la guerra civil en Sudán de los grandes titulares a pesar de la constatación de un nuevo, o habría que decir renovado, genocidio en Darfur, con los mismos asesinos y las mismas víctimas que el que se extendió desde 2003 a 2008 dejando cerca de medio millón de masalits –tribu negra de agricultores– asesinados.

Más allá de ese desplazamiento informativo, la guerra no ha perdido un gramo de la virulencia con la que se inició en abril pasado entre el ejército nacional o Fuerzas Armadas Sudanesas (FAS) –al mando del general Abdel Fatha al-Burhan, líder del Consejo Soberano de Sudán, una jefatura de facto que gobernó el país desde 2019– contra las fuerzas de quien fuera su segundo hasta el 15 de abril en ese consejo, el pseudogeneral Mohamed Hamdane Daglo, alias Hemetti, líder de la unidad paramilitar conocida como Fuerzas de Apoyo Rápido (FAR) nacidas de la banda mercenaria llamada Janjaweed (jinetes armados), formada esencialmente por pastores étnicamente árabes o rizeigats.

Fracasados los innumerables intentos de alto el fuego surgidos de la cumbre entre ambos bandos, mediada por Arabia Saudita y Estados Unidos, los combates han devastado la ciudad de Jartum, la capital del país, y también la ciudad de Omdurmán, separadas apenas por el Nilo Blanco, donde a pesar del éxodo masivo que se comenzó a registrar apenas iniciado el conflicto, ya que también junto a Jartum fue parte de los combates iniciales, permanecen millones de personas y donde sólo queda un hospital en pie. El resto de la estructura sanitaria de ambas ciudades ha sido demolida por la artillería y los bombardeos de las dos fuerzas combatientes, al tiempo que sus despojos fueron saqueados por los mismos efectivos o por pobladores desesperados que saben que no tienen ninguna posibilidad de ser atendidos y casi ni siquiera de ser enterrados, dado que cualquier cortejo fúnebre o agrupamiento de personas son registrados como movimientos del enemigo, por lo que la población ha debido recurrir a enterrar a los suyos en jardines si los tuvieran, o parques y plazas públicas. Muchos de los que han caído en plenos combates, sin ser reconocidos, han sido arrojados a las aguas del Nilo, mientras muchos más se pudren en el mismo lugar donde los sorprendió la muerte.

Tampoco para los residentes del núcleo urbano Jartum-Omdurmán-Bahri, (una ciudad al norte de la capital, separada por el Nilo Azul) que hasta antes del estallido de la guerra concentraba una población cercana a los seis millones, siéndoles prácticamente imposible abastecerse de alimentos, ya que han sido numerosos los ataques contra mercados y centros de aprovisionamiento.

El último se registró el domingo 10 de septiembre contra un mercado en el barrio jartumita de May, que dejó al menos 43 muertos y casi 60 heridos en un ataque con drones aparentemente operados por las FAR.

Mientras para los 46 millones de sudaneses cada día es una nueva apuesta frente a la muerte, los líderes de ambos bandos se mantienen a buen resguardo de las balas enemigas.

Según muchas versiones surgidas tras el sospechoso fin al asedio por parte de las FAR, el 24 de agosto, contra una posición donde se creía que estaba refugiado el general al-Burhan desde el inicio, se habría producido, tras un acuerdo no informado públicamente con mediadores extranjeros y hombres de Hemetti, permitiendo la fuga del líder de las FAS, ahora instalado en la ciudad de Port Sudan, a orillas del mar Rojo, desde donde ha emprendido diferentes giras internacionales que lo han llevado a Egipto, Sudán del Sur, Catar, Eritrea, Turquía y Uganda en búsqueda de apoyo para su guerra. Mientras, el paradero del líder de las fuerzas de acción rápida, Dagalo Hemetti, no es claro, aunque algunas versiones indican que se encuentra en Jartum, donde sus fuerzas han conseguido revertir la situación de comienzos de la guerra en la que en toda el área de Jartum tenían prevalencia las tropas regulares.

Se ha conocido que columnas de camiones y blindados de las FAR han avanzado con facilidad hacia el interior del estado de al-Jazirah, a unos 50 kilómetros al sur de la capital, una importante región agrícola entre el Nilo Azul y el Blanco, ahora devastada por la guerra.

También se han producido fuertes enfrentamientos en la antigua provincia de Kordofán, en el centro del país, hoy compuesta por el Estado de Kordofán del Norte y del Sur, donde también participan milicias locales como el Movimiento de Liberación del Pueblo Sudanés (SPLM), también dividido en varias facciones que según los vientos operan para uno u otro de los bandos, agregando más factores de inestabilidad y zozobra.

A los padecimientos por la guerra del pueblo sudanés hay que agregar que según los 185 Estados de la Iniciativa de Adaptación Global de Notre Dame, organismo que cuantifica los países más vulnerables frente al cambio climático, Sudán se encuentra en el sexto lugar. Este año, más allá de la guerra, el clima fue particularmente agresivo, con temperaturas que alcanzaron hasta los 43 grados. Al tiempo, la aproximación de la temporada de lluvias, que se pronostica especialmente intensa, empeorará la situación de los millones de desplazados que viven en campamentos o se han reubicado en zonas alejadas del conflicto, pero absolutamente inermes ante la brutalidad del clima.

 

Darfur, tierra de genocidios

Más de dos millones de pobladores de la región de Darfur ya han debido abandonarlo todo desde que estalló la guerra, sumándose al millón y medio que no ha podido volver a sus lugares desde el genocidio que comenzó en 2003, y sobrevive en alguno de los 12 campos para desplazados en torno a Abu Shouk, cerca de la ciudad de El Fasher, capital del estado de Darfur del Norte.

En estos campos, que apenas recibían alimentos y asistencia sanitaria desde que terminó el conflicto en 2008, a partir del comienzo de esta nueva guerra civil esa asistencia bajó a cero, desapareciendo la mayoría de las ONGs que operan en el área, que han dedicado la mayoría de sus esfuerzos a atender a los nuevos desplazados desatendiendo a los que están en esa condición desde hace más de 15 años.

Algunos de estos campos de desplazados han sido víctimas del fuego cruzado de los bandos en guerra. Al mismo tiempo que están desapareciendo los trabajos que los desplazados podían realizar para mantenerse, la desnutrición ha incrementado. Además, la falta de medicamentos está desatando contagios de enfermedades estacionales como cólera, malaria y fiebre tifoidea. También han dejado de funcionar las escuelas y guarderías. Entre los menores han aumentado los casos de incontinencia urinaria, lo que los expertos consideran “resultado directo de la guerra y del miedo y pánico que ha sembrado entre los niños”.

Más allá de las pésimas condiciones de vida al interior de los campos, sus habitantes tampoco tienen un panorama mejor fuera, ya que en las oportunidades que algunos los abandonaron por alguna razón han sido cazados por los milicianos de las FAR o grupos vinculados que, según la oportunidad, además de robarlos y torturarlos, pueden matarlos.

Las mismas condiciones se repiten en todos los campamentos de desplazados en la región de Darfur. Según algunos dirigentes del campo de Nertiti de Darfur Central “Todo ha colapsado por completo”. Exactamente lo mismo sucede en el exterior de los campos, donde todas las instituciones públicas o privadas (escuelas, universidades, hospitales, tribunales o bancos, sin necesidad de mencionar la falta de agua potable, electricidad y comunicaciones) también han colapsado, ya que sólo existe un poder, el del bando que tiene el control armado de la región.

Al campo de Nertiti han llegado más de cien mil familias desplazadas desde Zalingei, la capital del estado de Darfur Central, El-Geneina, capital de Darfur Occidental, Nyala Darfur del Sur, y hasta la propia Jartum.

En guerras de esta magnitud, donde los bandos se atacan en medio de ciudades como si fuera campo abierto, hablar de números es absolutamente aleatorio, la ONU habla de siete mil 500 muertos, cuando se sabe que sólo en Jartum y Omdurmán las bajas civiles son incontables. Hasta que se mantuvieron en pie, todas las morgues de hospitales e inclusos salas y pasillos estaban atiborradas de cuerpos; es casi imposible asistir a un cementerio, los que tienen la oportunidad de enterrar a los suyos lo hacen en cualquier lugar donde se pueda cavar y muchos desconocidos han sido arrojados al Nilo, a los que hay que sumar los numerosos cuerpos que han quedado bajo las ruinas de edificios bombardeados. El mismo panorama se repite en otras ciudades y pueblos del país, más allá de las múltiples fosas comunes que ya se han descubierto, particularmente en la región de Darfur, donde familias enteras de hasta diez miembros han sido aniquiladas en sus casas y sólo fueron descubiertas por casualidad. Sin mencionar los que han muerto en medio del campo y los caminos en procura de llegar a alguna frontera como el Chad o Egipto, donde ya se estima en cerca de tres millones los refugiados entre ambos países, de los casi seis millones que se calcula debieron escapar de sus hogares.

Finalmente, la guerra en Sudán es una guerra como cualquier otra, una de tantas que pasada la novedad es desplazada por otras cuestiones. 

 

Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central. En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC.

 


Escrito por Guadi Calvo Calvo

Opinión Invitada


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