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Pandemia por Covid-19 generó nueve millonarios más y millones de pobres
Los $32.000 millones obtenidos por los milmillonarios existentes en el último año bastarían para costear la vacunación completa de los 1.400 millones de personas en India.
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Las ganancias generadas por la producción de las vacunas de COVID-19 ha creado a nueve nuevos milmillonarios con una riqueza combinada de $19.300 millones. Además, han engrosado en $32.000 millones las carteras de ocho milmillonarios existentes cuyas fortunas están vinculadas a las corporaciones involucradas en la producción de vacunas.

Estas impactantes cifras, que exponen la acumulación obscena de riqueza privada en medio de muertes y miseria a escala global y masiva, fueron publicadas en un reporte de una alianza de organizaciones de asistencia en anticipación de la Cumbre Mundial de la Salud del G20.

El reporte estima que las nuevas fortunas de los directores ejecutivos e inversores de Moderna y Pfizer que se volvieron milmillonarios podrían pagar por la vacunación de todos los 780 millones de personas en los llamados “países de bajos ingresos” 1,3 veces.

Los $32.000 millones obtenidos por los milmillonarios existentes en el último año bastarían para costear la vacunación completa de los 1.400 millones de personas en India. El país es el nuevo epicentro de la catástrofe de COVID-19, donde las infecciones se han duplicado en los últimos dos meses. Las muertes diarias registradas han aumentado a 4.000, saturando el sistema de salud y abrumando los crematorios y lugares de entierros con cuerpos.

Los nuevos milmillonarios de las vacunas son Stéphane Bancel, director general de Moderna (4.300 millones de dólares); Ugur Sahin, director general y cofundador de BioNTech (4.000 millones de dólares); Timothy Springer, inmunólogo e inversor fundador de Moderna (2.200 millones de dólares), y Noubar Afeyan, presidente de Moderna (1.900 millones de dólares).

Los cimientos de la inmensa riqueza amasada por estos individuos fueron puestos por la investigación financiada por el Gobierno en los Institutos Nacionales de Salud (NIH) y los laboratorios universitarios, junto con el desembolso de unos 10.500 millones de dólares en fondos públicos para el desarrollo y la producción de vacunas.

La apropiación privada de los logros científicos producidos por la sociedad ha permitido a Moderna, Pfizer-BioNTech y otras empresas aumentar el precio de las vacunas al menos un 20 por ciento por encima de sus costes de producción y asegurarse un control monopolístico que impide que los países que necesitan desesperadamente vacunas puedan fabricar genéricos más baratos.

Además, las fortunas de los grandes milmillonarios de la industria farmacéutica y la biotecnología se han visto incrementadas por un mercado bursátil en alza respaldado por las enormes aportaciones de dinero del Gobierno. El precio de las acciones de Moderna, por ejemplo, se ha cuadruplicado en el último año.

Los directores generales e inversores de Moderna y Pfizer pueden contarse entre los que lucraron más directamente de la pandemia, pero no son los únicos. Tal y como se desprende del informe anual de la revista Forbes del mes pasado, la riqueza colectiva de los milmillonarios del mundo aumentó en más de un 60 por ciento el año pasado, pasando de 8 a 13,1 billones de dólares. Esto, mientras la pandemia y sus efectos socioeconómicos han eliminado al menos 255 millones de puestos de trabajo a tiempo completo en todo el mundo durante el año pasado y, según el Banco Mundial, empujarán a otros 150 millones de personas a la pobreza extrema en 2021.

Mientras que la producción de vacunas ha generado inmensas fortunas para una pequeña capa dentro de la oligarquía gobernante, a la gran mayoría de la población mundial se le ha negado el acceso a las vacunas. La distribución de las vacunas se ha visto obstaculizada por el nacionalismo, la especulación y el sabotaje absoluto de cualquier campaña internacional coordinada para combatir la pandemia por parte de las principales potencias imperialistas.

Las empresas y el capital financiero se han resistido ferozmente a los llamamientos para que la Organización Mundial del Comercio renuncie a las patentes de las vacunas anti-COVID-19, rompiendo efectivamente los monopolios de producción. Las empresas y sus grupos de presión han insistido en que la renuncia sería ineficaz porque se tardaría meses en transferir la tecnología y desarrollar la capacidad de fabricación en otros países. Llevan meses con este argumento, mientras la población de estos países se muere, privada de las vacunas que podrían salvarles la vida.

En la apertura de la 74ª Asamblea Mundial de la Salud de la Organización Mundial de la Salud, el lunes, el director general de la OMS, Tedros Adhanom Ghebreyesus, señaló que el número de casos de coronavirus en lo que va de año ha superado los de todo el año 2020 y que, dadas las tendencias existentes, el número de muertes por COVID-19 superará el total de muertes de 2020 en las próximas tres semanas.

En un informe publicado la semana pasada, la OMS estimó que pueden haber muerto tres veces más personas por la pandemia de lo que reflejan las cifras oficiales. Esto situaría la cifra real de muertos en el mundo en más de 10 millones.

Señalando la enorme desigualdad en la distribución mundial de vacunas, Ghebreyesus declaró que “la actual crisis de vacunas se trata de una escandalosa desigualdad que está perpetuando la pandemia”. Señaló que el 75 por ciento de las vacunas del mundo se han administrado en solo 10 países.

“No hay forma diplomática de decirlo. Un pequeño grupo de países que fabrican y compran la mayoría de las vacunas del mundo controlan el destino del resto del mundo”, dijo, al tiempo que señaló que la cantidad de dosis suministradas a COVAX, la agencia mundial creada para supuestamente asegurar una distribución equitativa de las vacunas es “enormemente inadecuada”.

El objetivo declarado de COVAX era distribuir dos mil millones de dosis para finales de 2021. A principios de este mes, sólo había conseguido distribuir 70 millones de dosis a 125 países, menos de lo suficiente para vacunar al 1 por ciento de sus poblaciones combinadas, aunque sea una vez.

África, con el 17 por ciento de la población mundial, representa solo el 1,5 por ciento de las vacunaciones en todo el mundo. COVAX solo ha podido distribuir 300.000 dosis para los 15 millones de habitantes de Somalia, 355.000 dosis para 23 millones en Níger y 175.000 para 6,8 millones en Libia. En Oriente Próximo, solo se han suministrado 336.000 dosis para 39 millones de iraquíes, 364.800 dosis para 43 millones de argelinos y 164.000 dosis para 4,7 millones de palestinos en los territorios ocupados. Cifras similares prevalecen en los países empobrecidos de América Latina, donde Bolivia, por ejemplo, ha recibido solo 421.000 dosis para sus 12 millones de habitantes; y en Asia, donde Filipinas ha obtenido solo 2,6 millones de dosis para una población de 108 millones.

COVAX se vio privada de vacunas desde el principio, y su misión de distribución equitativa fue saboteada cuando las principales potencias imperialistas, con Washington a la cabeza, firmaron acuerdos con Pfizer, Moderna y otras empresas, pasando por encima de la agencia internacional, para comprar el grueso de las vacunas para ellos mismos.

Los efectos nefastos de este nacionalismo en materia de vacunas se han agravado aún más puesto que el Gobierno indio ha respondido al aumento incontrolado de la pandemia que sus propias políticas alimentaron ordenando al Instituto del Suero (SII) del país, el mayor fabricante de vacunas del mundo, que detenga todas las exportaciones. Como resultado, decenas de millones de trabajadores sanitarios de los países más pobres del mundo que habían recibido una primera dosis de la vacuna no recibirán una segunda.

Los Estados Unidos y las potencias imperialistas europeas han respondido a la crisis con promesas de vacunas que suponen menos que una gota en el océano. La Administración de Biden ha prometido suministrar 80 millones de dosis, y la Unión Europea 100 millones.

Con los nuevos récords de infecciones y muertes que se registran a diario en el mundo, esta respuesta no solo parece indolente, sino irracional e incluso lunática. La pandemia mundial de coronavirus no se acabará a nivel nacional. Como advirtió Ghebreyesus de la OMS el lunes, “ningún país debe asumir que está fuera de peligro, independientemente de su tasa de vacunación”. Con la propagación descontrolada del virus en India, Brasil y otros países, sigue existiendo la amenaza de que surjan nuevas variantes resistentes a las vacunas.

La criminal indiferencia de los Gobiernos capitalistas y de las clases dominantes ante la urgente necesidad de una campaña de vacunación mundial está en sintonía con toda su respuesta homicida a la pandemia. Desde el principio, han subordinado la defensa de la vida humana a los intereses de lucro de los bancos y corporaciones y de una oligarquía que ha concentrado en sus manos una riqueza impensable.

La pandemia ha puesto al descubierto la necesidad de abolir el sistema de Estado nación capitalista, expropiar la riqueza acumulada por la oligarquía financiera y acabar con la propiedad privada de los medios de producción como condiciones previas para defender los derechos e intereses de los trabajadores, incluida la propia vida.

Los trabajadores de todo el mundo están emprendiendo luchas alimentadas por la catástrofe social creada por la respuesta del capitalismo a la pandemia del COVID-19. Estas luchas deben estar armadas con un programa socialista e internacionalista, que una a los trabajadores más allá de las fronteras nacionales en una lucha común por una sociedad que anteponga las necesidades humanas a las ganancias y la riqueza de los oligarcas y que haga avanzar la unidad internacional de la clase obrera contra el impulso bélico del capitalismo. (www.wsws.org).


Escrito por Redacción


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